Buscar este blog

miércoles, 16 de mayo de 2018

CUSCUS DE CASA.

Hay días sosegados (pocos) en que las tareas parecen cuadrar a la perfección en las casillas de sus tiempos respectivos  y días (la inmensa mayoría) en que se te junta todo y las horas no te dan para nada, ni añadiendo y pegando con fixo. Como hoy, que he estado trabajando por la mañana en mi primera y segunda jornada (casa y despacho), luego me toca la tercera (gimnasio) y luego al yoga (cuarta) Así que salgo de casa, tiro para la sala de torturas, (perdón, de máquinas) y me pongo a hacer piernas como una posesa. Eso sí, además de la odiosa ¿música? ambiental chunta-chunta, tengo amenización extra. Sobre un banco vecino, boca abajo, se encuentra un destacado especimen de gruñidor de gimnasio. Los gruñidores son esa gente que se te pone al lado, hace tres subidas de piernas con la máquina, se levanta, bebe agua, se sienta otra vez, tira otras dos o tres veces de las poleas, y da más vueltas que un perro atado a una higuera, pero, eso sí, cuando-levanta-la-máquina emite unos GRRRPÑÑÑPFFFFFFARGHHHHHHH  sordos y agónicos para demostrar que está hecho un Iron Man, no como tú, que eres una blandurri sin sustancia que hace sus series calladita y sin molestar a nadie. Sin hacer ni un ay. Después de eso, a la cinta y a la elíptica. Salgo del gimnasio como una olla exprés, cojo el autobús, y al yoga. Al principio es fabuloso, porque te sientas y te relajas por primera vez en todo el día, pero dura poco, porque ahora te toca estirar todos los musculillos que se te han quedado "engurruñíos" en la tanda de ejercicio anterior. Total, que a sufrir como una bruta otra vez, por mucho incienso y mucho nombre en sánscrito que le echen. Menos mal que al final de la clase te hacen una relajación maravillosa. Tan efectiva que muy pronto escuchas a tu lado un coro de ronquidos aterradores. La gente se queda frita de manera instantánea, y con la vida que llevamos, pues no es de extrañar. A mí me dan ganas de pedirle a la monitora que porqué no me deja allí, con mi mantita y mi almohada (perdón: bolster). Que yo no doy un ruido. Pero como no va a colar, me voy, y llego a casa subiendo las escaleras a cuatro patas...... y en ese momento, el resto de la población llamada familia se me echa encima con sesión de ruegos y preguntas, especialmente ésta, que es un clásico "¿Qué hay para cenar?" Ah, y tengo que terminar la entrada del blog....
Me acuerdo de mi doña Pepa una vez más; a decir verdad, nunca está demasiado lejos de mis pensamientos. Curiosamente, las madres de antes, que por lo general no trabajaban fuera de casa, estaban igual de aceleradas que nosotras. Al menos, la mía, que tenía speed en plasma, en vez de sangre. En mi casa, de nueve a dos de la tarde, a mami no le veías la cara: sólo la percibías en forma de ráfaga que volaba de una habitación a otra, paño y spray de Pronto en ristre. Por eso, una vez que volví del colegio, sobre la una y diez o así, me sorprendió la quietud de mi casa, y que no oliese a la comida que tocara ese día, ya fuera hecha en su punto (los días buenos) o achicharrada (los días de especial estrés). Hasta que llegué a la cocina y me encontré a la señora de la casa derrumbada sobre una silla, luchando por recuperar el resuello y con el pelo de punta en todas direcciones
-..........
-Mamá, ¿qué te pasa? ¿Estás mala? ¿Ha pasado algo?
-........ ayayay...... que no puedo ni hablar, hija.....  Me he pasado toda la mañana encajada en el hueco de la hornilla como una cucaracha patas arriba. Hasta ahora no he podido salir.
-¿¿¿¿¿¿??????
( Nota aclaratoria: Las cocinas de antes se caracterizaban por una falta absoluta de eficiencia en el diseño; la hornilla era exenta y quedaba entre ella y la pared un hueco de unos cuarenta centímetros. Muy aprovechado, eso sí, como veréis) 
-Sí. Porque en esa esquina ya sabes que tenemos las patatas, y he ido a coger dos o tres y como el saco estaba muy vacío, me he metido más, he perdido pie y me he quedado cabeza abajo. ¡Ay, qué mal rato tan grande! ¡Y se me ha hecho tardísimo y no tengo hecha la cazuela de patatas para la monería de tu padre!
La ayudé, claro. Yo era una buena niña, no es por nada, y la cazuela de patatas, de algún modo, estuvo hecha a su tiempo. Ahí quería yo ver a los de MasterChef. Y la monería de mi padre tuvo la comida a tiempo, aunque también tuvo que soportar una soflama sobre que la cocina la teníamos hecha un asco y que para cuándo la Forladys. (esa llegó algún tiempo más tarde). De modo que se tomó su café en la salita, sin decir el pobre ni pío, hasta que a doña Pepa se le pasó el sofocón y volvió a su ser relativamente más relajado.
Esta receta es una versión abreviada para maribullas como yo. Cualquier incondicional del cuscús clásico se llevaría las manos a la cabeza, pero éste se hace pronto y está muy bueno, qué queréis que os diga. Una vez vi en YouTube un video de una chica marroquí haciendo el cuscús como mandan los cánones. Había que cocinar todo por separado y remover la sémola durante horas, hasta que aullaras de aburrimiento. Tan es así que yo me salí del video, pensando:
-Esto lo va a hacer tu abuela la de Xauen.
Y preparo esto en un pispás y le gusta a todo el mundo. Así que ahí va, sale más o menos para cuatro:
-Un vaso de sémola de cuscús instantáneo.
-Dos vasos de agua.
-Un chorro de aceite o un trozo de mantequilla.
-Un calabacín.
-Un puerro.
-Una zanahoria.
-Un trozo de calabaza.
-Dos pechugas de pollo o los trozos que nos gusten. Lo suyo es cordero, pero a nosotros no nos gusta mucho.
-Pasas y almendras al gusto.
-Un puñado de garbanzos cocidos de tarro.
-Sal, pimienta, colorante (sobres tipo El Avión) y jengibre en polvo.
Calentamos los dos vasos de agua. Cuando hierva, apagamos y añadimos el cuscús. Tapamos y dejamos unos minutos. Debe haber absorbido toda el agua. Entonces ponemos el aceite o la mantequilla y removemos para que queda suelto. Reservamos.
Cortamos el pollo en trozos pequeños y limpitos, sin pellejos ni guarrerías, y lo salteamos en aceite. Apartamos y reservamos. Cortamos las verduras en trozos pequeños y las salteamos también. Añadimos como medio vaso de agua, añadimos el pollo y dejamos cocer un poco más. Sazonamos con sal, pimienta, colorante y jengibre. Freímos las almendras y las añadimos con la pasas y los garbanzos. Ponemos la sémola de acompañamiento y a comer.

El proceso total nos puede llevar de treinta a cuarenta minutos, lo cual es bastante asumible. Aunque lo ideal es tomarse las cosas con más calma, no viene mal, mientras tanto, tener truquillos para salir del paso entre fuego y fuego que apagar. Por favor, ¿alguien podría prestarme un par de horas sobrantes sin empezar?
Feliz semana a todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.