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miércoles, 27 de junio de 2018

GALLETAS DE AVENA Y NARANJA

Cuando saco a pasear al Curro estas mañanas de final del mes, echo de menos la habitual sinfonía de ruedas de mochila arrastrando, bocinazos de padres estresados y carreras de niños rezagados que acompaña la entrada al colegio de enfrente de casa. Y no puedes evitar cierta melancolía, aunque sabes que los niños volverán, como vuelven las oscuras golondrinas, la "falsa monea" y las rebajas de el Corte Inglés. Recuerdo mis propios finales de curso. Solía caer, día arriba, día abajo, en la fecha de mi cumpleaños, así que el jolgorio era doble  Se extendía ante ti un verano larguísimo y prometedor lleno de días de playa, de juegos, y del impagable placer de no hacer nada durante horas sin que viniera nadie a incordiarte. Antes de que papi comprase la casa del Rincón hubo dos veranos que alquilamos un apartamento. Un año en Fuengirola y el siguiente en los Boliches. Todos juntos y en pelotera, como deben ser unas vacaciones en la playa que se precien de tales. En concreto mis padres, mi hermano, mi hermana y mi cuñado, y la que suscribe. Ah, y mi prima también se vino unos días el segundo año. Y no éramos de los que estaban más apretados: el año de los Boliches teníamos en el apartamento de al  lado a una familia de Jaén de once miembros. Y cuando iban a la playa se subían los once a un hidropedal, del que sólo sobresalía la parte de arriba. Parece un fenómeno increíble, pero los que habéis viajado en un Seílla sabéis que siempre cabe más gente, y con el hidropedal pasaba lo mismo. Un espectáculo sólo superado por el que daban mi madre y mi hermana, que tomaban el sol cubiertas de pies a cabeza con un potingue denso y amarillento que les hacían en la farmacia y con el que desde luego no te quemabas: te protegía por oclusión. Tardaba la vida en absorberse y la gente de la sombrilla más cercana se daban codazos unos a otros entre cuchicheos: Míralas, se untan mayonesa para tomar el sol. El potingue contaba entre sus virtudes el ejercer un saludable efecto disuasorio: nunca se nos acercaban demasiado, invadiendo nuestra parcela,  porque aquello olía a perros muertos. Tengo ese olor metido en la pituitaria de la memoria, como tenía Proust la magdalena. Van apareciendo más recuerdos: la canción Mamma Mía! de Abba sonando a toda pastilla mientras nos poníamos morados de fritura malagueña en un chiringuito; los helados de después de cenar, que son los que saben mejor, o cómo el primer año yo dormía en un colchón hinchable que se iba desinflando a lo largo de la noche, de manera que llegaba un momento en que si me daba la vuelta,  salía despedida para el suelo por el otro lado. Sí. Qué risa, no os podéis imaginar. Y luego está el día de la moraga.... A alguien se le ocurrió que hiciésemos una, y una noche trasladamos a ese efecto el campamento a la playa. Paseo marítimo de Fuengirola. Once de la noche. Ahora puede parecer algo muy habitual, pero entonces no debía serlo tanto, porque había bastante gente mirando, asistiendo en directo al reality "El show de los García". Y ahí vimos lo que vale un cuñado: aunque era de Soria y no lo había hecho en su vida, se arremangó y asó los espetos de sardinas y todo, después de un minucioso cálculo de la altura necesaria del promontorio de arena y el exacto grado de inclinación de las cañas respecto de la brasa. Mientras se desarrollaba esta compleja operación, doña Pepa, puesta en jarras, y sospecho que animada por una ingesta significativa de tintorro con Casera, se encaraba a voces con los mirones:
-¿¿¿¿Quéééé???? ¿¿¿Queréis sardinaaaaas???? ¡¡¡Pues os vais a quedar con las ganaaaaaas!!! ¡¡¡Porque no os vamos a dar NI UNAAAA!!!
-¡Pepita! ¡Pepiiiiiita, por Dios!- se sofocaba papi, que aún no había alcanzado el "punto" necesario para perder por completo el sentido del ridículo.- ¡Que no grites, mujer!
-¿Qué pasa? Pues que no miren tanto.  Que se vayan a mirar a su abuela. Anda y calla y toma una sardina, hijo. ¡No me seas rancio, Joaquinito!
Fue una noche memorable. Mi hermano tocaba la guitarra. Yo comía. Ellos bebían tinto con Casera. Yo seguía comiendo. Mi hermano seguía tocando la guitarra. Ellos seguían bebiendo......Total, que tras repetir dicha secuencia durante un par de horas,  yo terminé con dolor de tripa (no pude volver a oler una sardina en "años") y los demás con una castaña muy graciosa. Acabaron en el coche, con mi hermano (aún) tocando la guitarra en el maletero abierto por las calles de Fuengirola, a cantarle una serenata a su novia, (que también veraneaba allí) intercalada por frecuentes aullidos de "te amo" en si bemol. La novia no se asomó. El padre sí. En calzoncillos Según tengo entendido, no estaba muy contento el hombre, así que para evitar males mayores, optaron por marcharse del lugar e irse a dar la plasta a otra parte. Fue la primera moraga de mi vida y saqué de dicha experiencia algunas valiosas enseñanzas: que la arena y las sardinas no forman una combinación excesivamente apetecible y que si se cambiaba la Fanta por tinto con Casera, al rato los que te rodeaban empezaban a decir muchas tonterías.....
Hoy traigo una receta de Isasaweis con mis adaptaciones particulares. La probé para quitarme el mono de galletas (anatema según el endocrino), y la verdad es que salen muy conseguidas.
Ingredientes:
-200 gramos de copos de avena
-100 gramos de harina de trigo sarraceno o integral. Yo puse salvado de avena por aquello de más fibra.
-100 gramos de azúcar moreno. Yo trituré un puñadito de dátiles. Siempre a la contra.
-100 ml. aceite de oliva.
- Dos cucharadas soperas de miel o de sirope de ágave.
-Un huevo.
-Una pizca de sal.
-Ralladura y zumo de una naranja. Yo además le piqué muy fina una corteza de naranja confitada.
-Opcional: pasas, arándanos, avellanas, pipas peladas.... o aquello que vuestra calenturienta imaginación os sugiera.
Precalentamos el horno a 200º y forramos la bandeja con un papel de horno.
Ponemos todos los ingredientes en un bol grande, y a guarrearnos las manos hasta los codos. Lo mezclamos todo muy bien y vamos haciendo bolas. Nos saldrá para más de una bandeja de horno. Vamos aplastando y compactando muy bien las bolas, apretando para que no se nos deshagan por los bordes, hasta que queden pastas como de medio centímetro de grosor. Se pueden poner aún más finas y quedarán más crujientes. Una vez terminado el tema, metemos la bandeja al horno unos 10-15 minutos o hasta que se vean doradas. Se sacan y se dejan enfriar sobre rejilla. Son extremadamente adictivas, y "total, como es sano...." y como todos sabemos, lo sano no engorda, qué va, cada vez que pasas por el lado de la bandeja arramplas con una. O dos. O...

Y a inaugurar el verano como es debido: con sentimientos de culpa y buenos propósitos que no cumpliremos. A saltarnos la dieta. A disfrutar de la vida, en definitiva.
Feliz semana a todos.

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