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miércoles, 13 de junio de 2018

MAGRO CON TOMATE

Eso de que la primavera la sangre altera, es a veces una verdad incontestable. Desde que ha empezado, los agapornis se han dedicado con fruición a las actividades encaminadas a la noble tarea de poner huevos a destajo. Esto ha durado hasta el sábado pasado, cuando bajé y me encontré al pobre Joaquín de cuerpo presente, con las patas por alto, mientras Pepa le contemplaba muy contrita desde el palo de arriba. ("Pa lo que hemos quedao").... Todo parece indicar que murió en acto de servicio, ya que hasta ese mismo día se le veía sano como una pera. La pobre Pepa se volvió tan silenciosa y tristona que su legítimo propietario le buscó un sustituto casi de inmediato. Así fue como llegó a casa un pajarillo verde, muy mono, que en cuanto fue introducido en el habitáculo de Pepa, se pegó a ella como una lapa, en un caso fulminante de amor a primera vista. Para que la dicha fuera completa. además estrenaban piso, porque mi hijo decidió que la jaula antigua no reunía los requisitos mínimos de habitabilidad. Así que aparentemente viven felices, aunque no comen perdices (lo cual constituiría canibalismo), sino cañamones. Pero como no hay felicidad completa, ayer llegué a casa y me encontré a Pepa en el pasillo de la entrada, sentada en la estantería sobre Los mejores 100 platos de la cocina regional y piándome con evidente recochineo. Intenté cogerla con bastante poco éxito, hasta que llegó su dueño, que la atrapó echándole un sombrero encima, no sin sufrir un coro de chirridos amenazadores y algún que otro picotazo que no llegó a mayores, gracias a la precaución de usar una manopla de cocina a guisa de guante de cetrería. Pepa es mucha Pepa.  No contenta con ello,  ha encontrado la manera de volver a escaparse, tirando el comedero con el pico, haciendo un remake de "La gran evasión", y arrastrando al nuevo e inocente pollo en su huida. En dos días ya me lo ha maleado. Así que ha habido que reforzar la seguridad de las instalaciones, para que Pepa no siga emulando las proezas del gran Harry Houdini.
Solucionado el conflicto, y en otro orden de cosas, como tengo que probar casi cualquier artilugio nuevo relacionado con la cocina que sale al mercado, hace poco tiempo que le pedí a papá Amazon una olla de cocción lenta. No, no una de cocción rápida. Aquí se trata de que tarde. El chisme éste consiste en una cazuela que va sobre una resistencia y cocina los platos durante horas, a temperatura bajísima, sin que llegue a hervir, con lo cual consume muy poco, de manera que los guisos salen prácticamente confitados y las carnes tiernísimas. Aunque reconozco que lo que a mí me hace mucha ilusión es esa chorrada de irme a dormir y que la olla cocine ella solita, y levantarme por la mañana y encontrarme el plato guisado. Eso sí, luego hay que reducir un poco la salsa, porque prácticamente no evapora, aunque se recomienda no poner más líquido que el justo para cubrir. Bueno, pues la cuestión es que yo estoy muy contenta con el invento. Hace unos confitados y escabechados espectaculares y es genial para las legumbres. Concretamente,  de carne, me salió un magro con tomate exquisito. En la olla, el tema se limita a echar todos los ingredientes y programarla. Del modo corriente, va tal que así:
-Un kilo de carne de magro en trozos pequeños. (yo puse lomo, que tiene menos grasa, para no tener que hacerle la autopsia a cada pedacito)
-Una lata de tomate o un kilo y medio de tomates naturales, si es temporada. Si no lo es, olvídate, y remítete a la lata, que es un valor seguro.
-Una pastilla de caldo.
-Una cucharada de azúcar.
-Un espolvoreo de pimienta.
-Medio vaso de vino blanco.
-Una hoja de laurel.
-Pan de buena calidad, para hacer barcos tamaño acorazado Potemkin. Sí. Lo necesitaremos.
Sofreímos la carne en un fondo de aceite. Si usamos tomates naturales, los trituramos y pasamos por el chino para quitar las pielecitas y demás guarrerías desechables. Añadimos el resto de los ingredientes y ponemos todo en una cazuela a fuego muy suave, de manera que se vaya haciendo muy despacio, hasta que veamos que el tomate está ya trabado. El tiempo dependerá del agua que tenga el tomate, claro. Yo se lo pude todo a la olla de cocción lenta y me fui al sobre. El olor de la cocina al día siguiente me hizo pensar que seguía soñando....
Como todos los guisos, está mejor de un día para otro. Entonces se sirve uno una ración al gusto y se corta un viaje bueno de pan. Y ya, si lo acompañamos de una sartenada de patatas fritas, accederemos directamente al estado de samadhi, en que uno siente que funde todo su ser con el universo. Como podéis apreciar, me he vuelto de un espiritual desde que hago yoga.... Sobre todo habiendo salsa de tomate y patatas de por medio.

Y es que hay que coger fuerzas para el verano y como decía no sé quien, platónico viene de plato. Pues eso. Que seáis muy felices haciendo barquitos.
Feliz semana.

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