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miércoles, 11 de julio de 2018

BONITO AL HORNO

Aún escalando la primera y empinada quincena del mes de julio, recuerdo otros veranos de mi infancia (antes del Rincón y antes de Fuengirola), que me dirigen al patio de mi tía Nati, donde tanta morcilla le dimos mis primos y yo a la pobre mujer. Me explico. Nosotros vivíamos en un bloque de tres pisos, hecho sobre la planta de la casa mata de mi abuela. En el primero vivían mis dos tías solteras con mi abuela, En el segundo, mi otros tíos y mis primos. Y en el tercero, el clan de los García/ Carballo. Es decir, doña Pepa y su troupe, de la cual era socia de número esta que suscribe. Tal que Rue del Percebe, 13. Mis primos y yo, para jugar, nos bajábamos al primero por dos poderosas razones: era la única casa que tenía patio y la única  de la que no nos echaban a escobazos si nos poníamos pesaos. Una de mis tías trabajaba en Torremolinos y la otra era el ama de casa, y se peleaban igual que un matrimonio. La tía que se quedaba en casa, que todavía nos vive a pesar de la plasta que le dimos, nos aguantaba, la pobrecita, con una paciencia bíblica que rozaba lo sobrehumano. Le trasteábamos y registrábamos todo; tenía guardada una colección de faldas años 50, de esas con mucho vuelo, y nosotros se las cogíamos para echarlas por encima de tres palos de escoba amarrados con una guita, y montábamos un tipi indio la mar de chulo. Eso sí, con poca cabida. Nos metíamos allí los tres y en cuanto uno se chocaba con alguno de los palos, todo el contubernio se nos venía encima, con el jolgorio consiguiente. También le poníamos todas las macetas agrupadas en medio del patio para hacer un parque de atracciones para las Nancys. Por cierto, que a mi Nancy rubia le corté el pelo y se le quedó todo el mocho espaventado tipo palmera. Y cuando la echaba en la palangana/piscina que usaba mi tía para lavar a mano, luego le tenía que vaciar toda el agua por el agujero de una pierna, que se le salía. Sí, me la vendieron con displasia de cadera, pero de todos modos la tenía hecha un cristo. Aparte, también cogíamos cosas de la nevera para hacer comiditas  repugnantes y a mi tía le poníamos cojines (si estábamos de buenas) o panderetas (si teníamos el ánimo perverso) sobre los quicios de las puertas para que al entrar a la habitación le cayeran en la cabeza. Y, pobrecita, nunca nos echó. Sí que nos regañaba, con tan poca convicción como éxito. Luego nuestras madres nos llamaban para comer, encantadas de no tenernos por la casa dando por saco, y ya no bajábamos hasta la tarde, porque la solana no permitía estar de nuevo ahí hasta las seis de la tarde por lo menos, y eso porque el edificio de atrás nos hacía sombra. Por otra parte, los veranos en calle Malasaña consistían en días de calor o días de muchísimo calor, y ésos subíamos a nuestro particular spa en la azotea: nos tumbábamos al sol a riesgo de convertirnos en mojama y cuando estábamos al borde de la apoplejía nos mojábamos con una manguera medio cristalizada que había por allí y de la que el agua no salía mucho más fresca que el caldito del puchero. También la descolgábamos de vez en cuando al patio de una vecina, para mojarle toda la colada y oirla vociferar, cosa que nos daba mucha risa. En cualquier caso, éramos felices: en ese tiempo nadie esperaba que la vida tuviese que ser cómoda. Por las tardes, mis tías se iban a misa y doña Pepa, furibundamente atea y anticlerical, se quedaba en la terraza cosiendo hasta la hora de su paseo vespertino para recoger a papá de la tienda. A papi, en un momento de insensatez realmente temeraria, se le ocurrió sugerir, estando la casa en construcción, que en vez de barandilla de reja se hiciera una de obra, "para que no os miren las piernas desde la calle", lo cual convirtió a doña Pepa en una leona con bata de  cuadritos vichy:
- Mira, Joaquín. Tú no estás bueno. ¡¡¡Vamos!!! ¡¡¡Que te crees TÜ que yo me voy a sentar en "eso" para asomar la cabeza por lo alto, como si estuviera en el burladero de la plaza de toros!!! ¡¡¡Eres la cosa más rancia y más cursi que se ha visto sobre la tierra!!! ¡¡¡Pues si se me ven las piernas, que se me vean!!!  ¡¡¡Como si se me ve el xxxxx******!!! ¡Y lo que se han de comer los gusanos, que lo disfruten los cristianos!
-.... Mujer.... Pero....
-Ni pero, ni manzana, Joaquinito. A mí no me pones tú a mirar a la calle desde un catafalco. Si te quieres tapar, te tapas tú. ¡Lechuga!
Papá no era muy tonto, así que, prudentemente, no volvió a sacar el tema, y todas las mujeres de la casa corrompimos al vecindario durante años con la sicalíptica visión de nuestras piernas. Qué le vamos a hacer.
La receta de hoy se me antojó hacerla, aunque yo no soy mucho de pescados grandes, uno de esos días que vas al mercado y todo te parece fresquísimo y buenísimo y todo te lo quieres llevar a casa. Luego llegas cargadita de bolsas y con el bicho de cuerpo presente y dices "pues algo habrá que hacer con esto". Y, al final, las recetas más simples son las que salen más ricas. Esta me quedó fabulosa, debo añadir modestamente.
Ingredientes:
-Un bonito de 2-3 kilos.
-Aceite.
-Sal.
-Un chorro de vino blanco.
Para aderezar:
-Un chorro de aceite
-Dos o tres ajos picados
-Un puñado de perejil
-Una gundilla.
-Un chorro de limón.
Opcional: Patatas y una cebolla para hacerle la cama.
Precalentamos el horno a 200º.
Le habremos pedido al pescadero que nos abra el bonito a lo largo y le quite toda la casquería y la espina. En casa, lo lavamos bien y lo ponemos en la bandeja del horno, poniéndole un chorro de aceite, otro de vino, y la sal. Nada más, excepto si ponemos la patata y la cebolla; en este caso, las pelamos y cortamos en lascas y las sofreímos antes, procurando que quede blandito, y las ponemos en la bandeja con el bonito encima. Cuando el horno está caliente, lo metemos y lo dejamos 18-20 minutos. Estará hecho cuando la carne se separe con facilidad y no queden partes sanguinolentas. Pero hay que estar muy pendiente, porque el pescado, si se cocina más de la cuenta, adquiere una textura estropajosilla bastante poco agradable.
Lo sacamos, lo dejamos entibiar y, con una paciencia infinita, vamos sacando los cuatro lomos, limpiando bien de espinas y pieles.
Para hacer la salsa, confitamos en el aceite el ajo picado, el perejil y la guindilla. Añadimos el chorro de limón y ponemos por encima. Aunque yo lo serví en esta ocasión con mojo verde (tengo la receta en el blog) que le va fantásticamente al pescado.
Si nos sobra, podemos ponerlo en un escabeche hecho con aceite abundante, limón, laurel y una cebolla picada. Ponemos a confitar todo junto y, cuando la cebolla esté blandita, lo vertemos sobre el bonito. La cantidad debe ser suficiente para cubrirlo. Si no es así, completamos con aceite. Mientras esté cubierto, nos durará bastantes días en la nevera y lo podemos utilizar igual que el atún en conserva normal.





Animo a todos a prepararlo: es sano y muy apañado y apto para todos los públicos. Hay que coger fuerzas en estos días que parece que las vacaciones no van a llegar nunca y tienes la bandeja de las notificaciones telemáticas de los juzgados echando humo. Pero esa es otra historia......
Feliz semana a todos.





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