Vengo, reventada, de un conocido centro comercial, donde no he entrado por gusto, sino a por varias cosas muy aburridas de comprar, como unos filtros para mis Brittas. Encuentro una caja, milagrosamente libre de público a esa hora, y en estas fechas, y compruebo cómo se cumple, una vez más, el axioma de que siempre que necesitas un camarero o una dependienta, te está dando la espalda, y a veces, como ahora, incluso charlando con una compañera. Espero pacientemente a que la muchacha se dé la vuelta, y en ese intervalo aparece una señora que, muy cúcana ella, se sitúa en avanzadilla al otro lado de la caja, delante de mí, mirando al tendido, como si esta vuestra servidora formase parte de la decoración. Esto me ocurre con cierta frecuencia, sin duda porque debo de tener una cara de pardilla muy grande. Para dejar claras mis intenciones, me adelanto a mi vez y planto de golpe mis bolsas en el mostrador. Ahí me sale de dentro todo el barrio de la Trinidad: no sabes "tú" con quién te juegas los cuartos, gorriona. El ruido hace que la dependienta recuerde de pronto que tiene una caja que atender, y que se dirija, no faltaba más, a la intrusa primero. Con una dulzura angelical y una voz alta y clara, digo: "Perdón, pero "yo" estaba antes". La señora me mira por primera vez, muy extrañada al parecer de que yo tenga el don de la palabra y de que no sea de cartón. Me mira. Le sostengo la mirada. Durante unos tensos segundos pasa por mi mente una escena muy parecida de una película del Oeste de Clint Eastwood, con la musiquita ésa en que están silbando y todo. El resplandor de mis colmillos ilumina la mañana nublada. La señora Morro Infinito decide, en un rasgo de inesperada prudencia, que no va a discutir conmigo, y repliega velas, con una dulzura mucho mayor aún que la mía: "Huy, perdone, es que no la había visto". Le ofrezco la sonrisa más encantadora de mi amplio surtido, y pienso: "Pues un poco burriciega sí que estás, reina mía". Pago mi compra y salgo con mi honor intacto y vencedora en la lucha por la supervivencia. Pero, ¿alguien me puede explicar porqué el simple hecho de que respeten tu turno en una caja tiene que ser tan agotador? En fin, ya he cazado, he defendido mi territorio, y, de momento, puedo descansar. Pero no quiero ni pensar en el día en que haya que hacer las verdaderas compras para regalos de Navidad, cosa que, para mí, ocurre a partir del 26. Todas son para mí, sean regalos para allegados propios, limítrofes o políticos, porque mi santo esposo, en condiciones normales una bellísima persona, se convierte en un saco de cemento fraguado tan pronto es obligado a pisar un centro comercial, y con la misma capacidad para elegir cualquier objeto. Entonces me permito recordarle que el cura dijo en lo bueno y en lo malo, pero me contesta que en esa parte le entró un golpe de tos espantoso y no se enteró de nada.
En fin, qué le vamos a hacer. Seguimos con el tema de la repostería navideña, y vamos a hacer unos borrachuelos, que me encantan, y que son, eso sí, entretenidillos de hacer. Salen un montón y te queda la opción de regalar una parte. Aunque ya hemos regalado unas pocas de cosas y para mí que va a llegar el momento en que, cuando mis deudos me vean llegar, van a empezar a mandarse whattsapp: "Esconderos, que viene con otra bandeja". Porque mira que a veces somos palizas los cocinillas...
Bueno, vamos a dejar de contar batallas y a dar la receta, que es lo que estáis esperando.
Ingredientes:
-1/2 kg. harina de repostería.
-200 ml. de aceite.
-50 gr. azúcar.
- 2 naranjas
- Un par de cucharadas de ajonjolí y lo mismo de anís verde.
- 200 ml, de vino de Málaga
-Azúcar glas y miel para bañar.
- Cabello de ángel (opcional).
Calentamos el aceite con la cáscara de una naranja, la matalaúva y el anís, a fuego flojo, de manera que no se fría, sino que infusione, unos minutos. Dejamos templar, retiramos la cáscara de la naranja y añadimos el azúcar, el zumo de las naranjas y el vaso de vino. Vamos añadiendo la harina hasta que todo quede bien integrado. Nos tiene que quedar con consistencia amasable. Si no es así, añadiremos la harina necesaria. Entonces enharinamos la encimera, ponemos la masa encima y estiramos con el rodillo, dejando un grosor como de una empanadilla, porque luego se hincha en la sartén y si está muy grueso, no se freirá bien por dentro. Si lleva relleno ponemos una cucharada en medio. Doblamos por la mitad, señalamos con los dientes de un tenedor y freímos en una sartén con aceite limpio y abundante. Sacamos a una fuente con un escurridor encima Calentamos la miel a fuego lento en un cazo para que se haga más fluida y bañamos los borrachuelos con ella. Luego terminamos espolvoreando con el azúcar glas.
Salen tropecientos. No caigas en la tentación de convertirte en esa patética criatura que le dice a todo el que entre por la puerta: "¿No quieres un borrachuelito?" Probablemente al final de las fiestas acabes aborreciéndolos, o dándoselos al perro, que se pondrá muy contento. Pero se te olvida de un año para otro, porque están exquisitos. De verdad. Y todavía se disfrutan.
En fin, qué le vamos a hacer. Seguimos con el tema de la repostería navideña, y vamos a hacer unos borrachuelos, que me encantan, y que son, eso sí, entretenidillos de hacer. Salen un montón y te queda la opción de regalar una parte. Aunque ya hemos regalado unas pocas de cosas y para mí que va a llegar el momento en que, cuando mis deudos me vean llegar, van a empezar a mandarse whattsapp: "Esconderos, que viene con otra bandeja". Porque mira que a veces somos palizas los cocinillas...
Bueno, vamos a dejar de contar batallas y a dar la receta, que es lo que estáis esperando.
Ingredientes:
-1/2 kg. harina de repostería.
-200 ml. de aceite.
-50 gr. azúcar.
- 2 naranjas
- Un par de cucharadas de ajonjolí y lo mismo de anís verde.
- 200 ml, de vino de Málaga
-Azúcar glas y miel para bañar.
- Cabello de ángel (opcional).
Calentamos el aceite con la cáscara de una naranja, la matalaúva y el anís, a fuego flojo, de manera que no se fría, sino que infusione, unos minutos. Dejamos templar, retiramos la cáscara de la naranja y añadimos el azúcar, el zumo de las naranjas y el vaso de vino. Vamos añadiendo la harina hasta que todo quede bien integrado. Nos tiene que quedar con consistencia amasable. Si no es así, añadiremos la harina necesaria. Entonces enharinamos la encimera, ponemos la masa encima y estiramos con el rodillo, dejando un grosor como de una empanadilla, porque luego se hincha en la sartén y si está muy grueso, no se freirá bien por dentro. Si lleva relleno ponemos una cucharada en medio. Doblamos por la mitad, señalamos con los dientes de un tenedor y freímos en una sartén con aceite limpio y abundante. Sacamos a una fuente con un escurridor encima Calentamos la miel a fuego lento en un cazo para que se haga más fluida y bañamos los borrachuelos con ella. Luego terminamos espolvoreando con el azúcar glas.
Salen tropecientos. No caigas en la tentación de convertirte en esa patética criatura que le dice a todo el que entre por la puerta: "¿No quieres un borrachuelito?" Probablemente al final de las fiestas acabes aborreciéndolos, o dándoselos al perro, que se pondrá muy contento. Pero se te olvida de un año para otro, porque están exquisitos. De verdad. Y todavía se disfrutan.
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