Septiembre. Una abre la puerta del despacho, recién caída del guindo agostero, encontrándose con el mismo montón de papeles que, contra toda lógica y esperanza, había esperado que se archivasen ellos solitos, por iniciativa propia. La gente te empieza a llamar y compruebas que, en efecto, has desconectado bastante, porque en ese primer momento no tienes ni la más lejana idea de quién es tu interlocutor y mucho menos del estado de su asunto. Sólo que con los años desarrollas cierta profesionalidad (también conocida como jeta de cemento), apuntas nombre y teléfono, te interesas amablemente por cómo ha pasado el mes, y añades que tomas nota inmediatamente del tema y consultarás en los próximos días si se ha producido alguna novedad reseñable.(Y yo sí lo hago; no me seáis malpensados) El uso de conceptos y sustantivos indeterminados es de gran utilidad en estos casos, así como el evitar pronunciar nombre alguno. Lo que viene siendo hablar como un político. Porque ese primer día soy incapaz de recordar si mi amable interlocutor ha despedazado y metido a su anciana tía en una maleta para despacharla a Palencia, o tiene un divorcio consensuado de lo más normalito. En ese nebuloso estado mental llego, año tras año, al día 1, que se me va entero en recordar quién soy y a qué me dedico en mi vida cotidiana.
Todas las revistas del número de septiembre de todos los años te hablan del síndrome postvacacional que al parecer debo estar sufriendo en este momento. Pero hoy no puedo: tengo demasiadas cosas que hacer. Ya me deprimiré en los ratos sueltos que me vayan surgiendo. Siempre según las revistas, me tengo de acordar este mes, entre otras muchas cosas, de conservar mi bronceado, mejorar la dieta de mi familia y mantener viva la llama de la pasión en mi relación. Y no hay que olvidar, entre una tarea y otra, hacer un hueco para comer, dormir, trabajar y cosillas similares. Aún quedan dos laaaaargas semanas para que mis criaturas vuelvan a estabularse en sus centros educativos, y les tengo por aquí reptando por los sofás y superficies horizontales en general de la casa cuyo tamaño lo permita, preparándose una increíble cantidad de sandwiches, entre "guasap" y "guasap". Dar, no dan un ruido, la verdad. Es lo bueno que tiene el Internet: sus efectos son los de una lobotomía incruenta, te pone a los hijos mismamente como una seda, como sabe cualquier progenitor desnaturalizado que me lea.
En definitiva, del 31 de agosto hasta el 1 de septiembre vives en una especie de jet-lag, porque te has caído de cabeza de la vidorra de las vacaciones a la vidita de diario. La carroza de cristal se vuelve a convertir en calabaza y las hermanastras te arrojan toneladas de tareas encima, cualquiera que sea tu ámbito laboral. La única diferencia con el cuento es que aquí no hay príncipe que te rescate de tu destino. Porque al príncipe también se le han acabado las vacaciones, y el primer día de la vuelta se lo pasa leyendo seiscientos cincuenta y dos correos que tiene en la bandeja de entrada, angelico mío. Y es que en la edición 3.0 de Cenicienta te tienes que rescatar tú solita, que para eso somos mujeres de nuestro tiempo. A ver.
Antes era todo muchísimo más fácil. Antes de Cristo, claro: ya tiene una unos años. Lo único que yo tenía que hacer era ayudar a mis padres a levantar el apartamento de verano y hacer el viaje de vuelta del Rincón, con más bultos que la Piquer cuando se iba de gira. Normalmente me tocaba transportar el material sensible, que solía ser la olla exprés llena de pollo guisado, y la jaula del canario encima. Nos tragábamos la preceptiva caravana del domingo, con papá maldiciendo de su suerte en demótico antiguo, mamá contestándole en el más puro estilo Juanito Valderrama/Dolores Abril, y el canario y yo callados como muertos, por si también pillábamos rasca. Llegar por fin a la casa de Málaga, donde el verano duraba dos meses más que en ningún otro sitio, pero donde encontraba la tranquilidad de mi habitación, que era como mi propio y agradable país neutral, con mis libros y mis cosas. Esos años el tiempo era de mejor calidad y pasaba más despacio. Ahora, de aquí a dos semanas, tendremos ya puestos de castañas asadas, aunque sólo de verlas nos dé el colorín "menuíllo" (expresión de mi abuela para designar un amplio surtido de malestares, cursen o no con pruritos y sarpullidos) En dos más estaremos de Halloween hasta las orejas e inmediatamente después comenzará la campaña de Navidad. Me da vértigo lo deprisa que pasa la vida. Qué estrés. Hoy no me voy a complicar la vida más de lo necesario, y voy a resolver el trámite de la comida con una receta sencilla, de infantería, y rapidita, si se hace con algo de antelación. Con ustedes, el tabulé:
Receta para cuatro o cinco personas, según saque individual:
-Un vaso de sémola para cuscús.
-Dos vasos de agua.
-Un tomate.
-Una o dos cebolletas.
-Un pimiento verde.
-Un pepino.
-Atún en aceite y huevo duro, si hacemos plato único.
- Un pellizco de sal.
- Un par de cucharadas de aceite de oliva.
- El zumo de un limón. O incluso de dos.
- Un manojo de hierbabuena o menta.
- Una rama de perejil.
Ponemos el agua en un cazo a calentar. Cuando ya está para hervir, apagamos y echamos el cuscús y lo dejamos tapado, hasta que se absorba toda el agua. Que os habéis pasado de líquido, pues se cuela, eso pasa en las mejores familias. Ponemos el aceite y removemos con un tenedor para que se suelte.
Picamos finita toda la verdura y la añadimos, con la sal y el limón. Troceamos muy fino con las tijeras los hierbajos y se lo ponemos también. Lo dejamos todo en la nevera dos o tres horas, de manera que a la hora del almuerzo no hay más que sacarlo y así tenemos más tiempo para llorar por las vacaciones terminadas. Como veis, es muy facilito de hacer. Cunde bastante cuando tienes en casa gente crecedera que come como los sabañones. Y además está muy rico.
Tomémoslo con calma. Y a ser posible, que otro friegue los platos. Eso ayuda mucho a mantener la paz de espíritu. Feliz reentrée....
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