Buscar este blog

miércoles, 13 de diciembre de 2017

SOPAS PEROTAS

Este lunes que llovió tantísimo, salí de casa bien preparada para el temporal, o eso creía yo. En cuanto llegué a la parada del autobús, me cogió una racha de viento y de agua que me volvió el paraguas y de abogada limpita y decente con su carterita y su canesú me convirtió en pollo mojado, todo ello en dos segundos. Me subí al autobús, empapada pero aún digna. Tuve una mañana complicada de trabajo,  además congelada desde mis cuerpos sutiles hasta la médula de los huesos, y cuando fui a coger el autobús de vuelta, tuve que esperar a que la conductora tuviera a bien abrirnos la puerta a todos los de la parada, que estábamos arrecidos; pero nada, allí estaba ella, mirando al tendido e ignorando nuestras caras suplicantes hasta que fuera la hora en punto. Mujer sin entrañas. Como podéis imaginar, era uno de esos días en que uno mata por llegar a casa y siente una pena grandísima de sí mismo y de su mismidad. Pero como en casa no había nadie dispuesto a compadecerme, aparte del Curro, animalito, lo que hice fue preparar una sopa tal que la que hoy traslado. Y, oye, como sustituto del calor humano hay veces que no funciona del todo mal.
Y eso que yo de pequeña no podía soportar las sopas de pan. En mi casa vivíamos bajo la tiranía del pan de viena, y no se compraba otro, porque ése era el que le gustaba a papi (las madres de nuestra generación mimaban a sus maridos de forma abyecta en el tema culinario) Mi madre y mi hermana no comían pan, que como todos sabemos era el Anticristo de las dietas. Mi hermano paraba poco por casa y cuando lo hacía se comía lo que le echaban, y yo en mi  tradicional zampabollez hacía lo mismo. (mi hermano me llamaba cariñosamente "la trituradora humana") Me encantaba y me encanta el pan, aunque hoy día me haya vuelto algo más selectiva, y siempre haya preferido el pan cateto en condiciones. Me comía las vienas chicas solas, y si me pillaba alguna visita en el acto de jalarme el bollo a palo seco, siempre había quien me decía aquello tan estúpido de "pan con pan, comida de tontos". Doña Pepa nunca me permitía contestar adecuadamente lo que merecía aquella imbecilidad (lástima) Eso sí, cuando me mandaban a la panadería, pobre de mí si traía la barra poco cocida o me comía el pico; en ese caso tenía a doña Pepa protestando, según el caso, aquello de "no tienes más parientes que tus dientes" o "dile a la "jigona" de la panadera que cuando venga tu padre a protestar de que el pan está crudo se lo mando a ella". La verdad es que estaba yo un poco harta de tener que discutir con la panadera por el pan blancurrio, pero es que, además, había una cosa muy curiosa: si tú pedías dos barras, te hacía la siguiente pregunta metafísica:
-¿Quieres pan de pan o pan de viena?
-¿Pan de pan? ¿Y si el pan no es de pan, de qué es? ¿Ehhhh?
-Ay, niña. Pues que si cateto o de viena, hija. El pan cateto es "pan de pan" de toda la vida. Vamos.
Y yo me iba a mi casa rayadísima, y encima crié una fama de repelente y respondona nada despreciable. (Y no del todo inmerecida, todo hay que decirlo). Lo cierto es que de esas barras de viena cortaba mi madre las rebanadas finitas para las sopas, y a mí eso del pan mojado me daba mucho asco. Sin embargo, muchos años más tarde, cuando estaba ya ennoviada con mi santo y en trámites para  obtener plaza en la familia, mi suegra puso un día esta sopa, quizás intentando seducirme para que no me arrepintiese; siempre nos dijo a las nueras que no había derecho a devolución, la pobre. La miré (a la sopa, no a mi suegra) con ojos desolados y haciendo de tripas corazón, porque siempre fui muy bien criada, me tomé una cucharada y descubrí que aquello sabía buenísimo, porque estaba hecho con un pan asentado en condiciones, y no como le salía a doña Pepa, que me parecía tener en el plato el estanque de los patos del parque con el pan flotando. Perdóname desde donde estés mami; pero aquello era para mí una guarrería infumable.
Ingredientes:
Una rebanada de buen pan cateto por persona.
3-4 tomates maduros o una lata de tomate triturado.
Un cubito de caldo.
3-4 pimientos verdes.
Una cebolla
Tres o cuatro dientes de ajo.
Dos o tres patatas.
Una rama de hierbabuena.
Aceite y agua.
El pan se trocea y se pone en el fondo de cada plato. Se hace un sofrito con el tomate, los ajos, el pimiento en tiras y la cebolla troceada, con el cubito de caldo. Las patatas se pelan, se cortan en cuadraditos y se fríen.
Se calienta agua y se va esponjando el pan con ella en cada plato. Se pone sofrito al gusto y un puñado de patatas fritas por comensal. Se añaden unas ramas de hierbabuena. Cuando el pan está esponjado, ya se puede comer.


La sopa es un maravilloso remedio para cuerpos y almas ateridos que no conviene desdeñar... y yo seguro que repito. La recomiendo mucho.
Os deseo muy feliz semana a todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.