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miércoles, 21 de marzo de 2018

BIZCOCHO TE CHAI. O mi triunfal estreno en el mundo del fitness.

(Nota preliminar: Según parece, un poltergeist se ha apoderado de los mecanismos correctores y no me permite justificar el texto, ni centrar la foto. Me perdonen ustedes el truño resultante)

Desde hace dos días estoy amaneciendo hecha un garabato, miren ustedes. Me duelen hasta los pendientes y cuando bajo las escaleras, tengo las caderas y piernas con la misma flexibilidad que un click de Famobil. Todo tiene una explicación. 
La cuestión es que cuando a una le van pasando unos añillos por encima, hacen inevitablemente su aparición una o varias goteras en la salud, que luego se convierten en chaparrones. Por lo pronto, ahora me ha salido el colesterol alto. Total, que le llevo el análisis al médico y me saca, con la enfermera, una receta de estatinas. Yo protesté, porque soy bastante antipastillas, a no ser como último recurso, pero la enfermera (no el médico) me aclaró que la dieta y el ejercicio, en MUJERES DE NUESTRA EDAD no sirven para nada, porque las MUJERES DE NUESTRA EDAD ya lo tenemos todo escacharrado y poco menos que estamos ya para desecho de tienta. Así que, en absoluto desacuerdo y muy cabreada, me fui al endocrino, que no me ha recetado estatinas ni ha hablado del dichoso tema de las MUJERES DE NUESTRA EDAD, pero aparte de quitarme algunos alimentos, me ha prescrito ejercicio. Mucho ejercicio y a lo bestia. Por lo visto los paseos tranquilos y el yoga no valen para nada, sino que la cosa más bien va de entrenamiento tipo marine. De modo que haciendo de tripas corazón, voy y me apunto al gimnasio.  Porque a mí los gimnasios desde siempre me han inspirado una tristeza infinita. Cuando pasas por esos ventanales y ves a todas esas criaturas con tanta voluntad echando los pulmones en la elíptica, total para no ir a ninguna parte. Quita, por Dios. Sin embargo, superando ese sentimiento me apunté y ahora una de las que están echando los pulmones y lo demás es esta servidora. Hasta aquí, perfecto. Luego voy y me subo a la cinta de correr. Y empiezo despacito. Esto no está mal, tiene su tele y todo, para que no te aburras. Total, que te vas viniendo arriba y subiendo la velocidad, que esto está chupao. Luego te entra sed y coges la botella y aminoras la velocidad. Pero se te olvida parar la cinta, la cual en un abrir y cerrar de ojos te despide para atrás y pegas en el suelo la castaña de tu vida, delante de unas quince o veinte personas. De las cuales sólo pareció inmutarse un señor que tenía en la cinta de al lado, que acudió  presuroso a recoger mis pedazos. Pero yo, tras comprobar que estaba más o menos entera y que tenía todos los dientes en su sitio, me levanté muy pizpireta, asegurando que me encontraba de cine, y seguí corriendo media hora más, como una señora. Luego, con las rodillas un tanto rígidas, (y con unos morados como los de un Ecce Homo) todavía tuve el cuajo de probar un aparato para hacer brazos; tras diez minutos luchando con aquel extraño armatoste del demonio, apareció presurosa una monitora (jovencita, claro), para decirme, con toda la dulzura del mundo, que estaba usando el aparatico al "revés", y que si  no me iría mejor una clasecita de body balance, que tiene posturas de yoga y taichi. Una cosita tranquila, vamos.  Se nos vaya a terminar de escoñar la señora.  Después de esto, francamente, sentí que ya no se podía caer más bajo y que había agotado mi cupo de ridículo para varias semanas y le contesté que me parecía muy interesante, pero que casi mejor lo dejábamos para otro día, que me quedaban recados por hacer. Y salí del gimnasio, caminando estilo Chiquito de la Calzada, y llorando yo sola de risa, como una pirada; la gente me iba mirando raro por la calle. Ese, queridos amigos, fue mi bautismo de fuego. Y lo más increíble de todo es que sigo yendo. Porque a medida que van pasando los años, las cosas te dan mucha menos vergüenza. Para bien y para mal, todo hay que decirlo. Si esto me pasa con treinta años, me mudo a otro gimnasio que quedara como a diez kilómetros a la redonda. Eso, seguro.....
Este bizcocho lo he sacado del blog Directo al Paladar, con mis adaptaciones particulares, y está muy rico. Le he sustituido la mantequilla, según el endocrino, alimento de Satanás, y la he sustituido por aceite de oliva.
Ingredientes:
-100 ml. leche
-220 ml. de infusión de te chai cargado
-250 gramos de harina.
-2 huevos y 2 yemas (yo puse tres huevos enteros)
-Una cucharada sopera de extracto de vainilla.
-180-200 gramos de azúcar.
-150 gramos de mantequilla (yo puse 200 ml. de aceite de oliva)
- Un sobrecito de levadura de repostería.
-1/2 cucharadita de canela molida.
-1/2 cucharadita de cardamomo molido.
- Una pizca de sal.
-Azúcar glas para espolvorear por encima.
Precalentamos el horno a 180º.
Batimos bien los huevos con la leche, el aceite, la vainilla y el té. Vamos añadiendo poco a poco, hasta integrar, las especias, la harina, la sal y la levadura. Engrasamos el molde y horneamos unos 45 minutos, pasado este tiempo pinchamos con una aguja; si sale con masa, ir dejando cinco minutos más y repetir la operación hasta que la aguja salga seca y limpia. Desmoldamos, dejamos enfriar sobre rejilla y espolvoreamos con azúcar glas. 
Queda particularmente vistoso si el molde hace dibujos, como este mío de Nordic Ware. Eso sí, los Nordic Ware son a los moldes normales lo que los Lamborghini a los Seílla. Son caros, sin duda, y como tienen tantos recovecos es preferible engrasarlos con un spray que venden para eso. Pero son de muy buena calidad y los bizcochos salen espectaculares. Así que compensa.


Por otra parte, como podéis ver, a lo mejor el gimnasio no es siempre tan bueno para la salud, tampoco para la salud mental, a tenor del bochorno sufrido. Espero recomponer mis doloridos músculos con paciencia y dosis masivas de Voltadol, y mi maltrecha autoestima con dosis igualmente generosas de pensamiento positivo. Venga. Si yo puedo.
Feliz semana.

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