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miércoles, 4 de abril de 2018

PASTEL DE CARNE

Me encuentro últimamente traída de vuelta a la infancia. En parte, porque aún tengo una costra tremebunda en la rodilla, producto de la costalada en la cinta de correr, como en mis mejores tiempos del recreo. También, porque los recuerdos van cobrando colores más vivos a medida que vas acumulando tacos de calendario y te conviertes en la abuela Cebolleta. Y además porque esta semana, concretamente, tengo una comida con mis compis del colegio. Se ha creado el grupo de whattsapp de rigor lleno de fotos antiguas y de "¿te acuerdas?" Todo me hace mucha ilusión. Recordando, llego a una tarde de segundo de parvulitos, tenía yo cinco años, leyendo en la pizarra una frase gloriosa sobre que "Las tropas del Generalísimo Franco finalmente entraron en Madrid". Sí, ya leíamos; pero vaya unas cosas para iniciarla a una en la lectura, qué pena, por Dios. Yo no tenía ni idea de lo que era una tropa; a mí me sonaba como trapo, lo cual generaba una imagen mental bastante surrealista. Franco sí sabía quién era. era ese señor tan serio y con voz de pito que salía por las noches antes de que se terminara la programación de la tele, y en los telediarios y en los NoDo. Salía en todas partes, en general (ísimo), acompañado a veces de una señora que parecía tener una cantidad inusual de dientes.  Tenía que ser cansadísimo ser tan ubicuo, desde los medios de comunicación hasta las lecturas de las pobres niñas de parvulitos. Me acuerdo particularmente de ese día, no sé por qué. Después de la lecturita, teníamos que hacer líneas en las cartillas Rubio. Mi mamá me ama. Mi mamá me mima. Enriqueta come queso. Ya sabéis. Pero como todavía éramos muy pequeñas, teníamos renglones y renglones por hacer de letras sueltas. Esa tarde yo estaba hasta las narices de los renglones de letra "o", la que traía esa especie de boina en la parte de arriba (caligrafía de letra inglesa, como Dios manda). Estaba negra, porque entre la dichosa boina y que había que hacerlas todas iguales, no daba una. Me pasaba como hoy con las croquetas: las primeras salían menuditas, monas y parejas, y las últimas gordas, deformes y retotolludas. Con la tarde tan buena que hacía ahí afuera. Así que rematé el asunto haciendo una "o" gigante que llenaba todo el resto de la página. Una ya entonces era de economizar recursos. Entonces, mi monja, con su acento de al norte de Despeñaperros como todas las monjas de mi colegio, cogió mi cartilla y afirmó que eso de hacer una "o" como una catedral no auguraba nada bueno para mi futuro, y llamó a mami a capítulo.
-¿Y la monja para qué quiere hablar conmigo? ¿Tú has hecho algo?
-No, mamá- afirmé faltando completamente a la verdad.-  Es "mala". Yo quiero escribir como a mí me sale y ella me obliga a hacerlo con la otra mano.
Porque yo, como tantos alumnos de mi generación, soy zurda reeducada: aún hoy dibujo con la mano izquierda y puedo escribir con ambas si quiero. Pero eso de ser "zocata" estaba muy mal visto, porque la mano izquierda era la mano del demonio y nadie que escribiera con la izquierda llegaría nunca a nada. Eso lo sabían en mi colegio hasta los gatos.  Eran tiempos en que eso de la izquierda, ni para escribir. Mi madre, pese a no ser muy leída, no veía bien, sin embargo, que me obligasen a escribir con la derecha. Porque, como ella le dijo a la monja en la posterior entrevista:
-Mire usted, madre.... que si mi hija es floja y hace las "os" muy gordas, pues usted me la corrige y le pone toda la cartilla que le tenga que poner, faltaría más. Pero haga usted el favor de no obligarla a escribir con la izquierda, que luego los chiquillos se quedan alterados y les salen traumas. A ver si se me queda tonta la niña, vamos.
Mi monja, que de pedagogía andaba bastante raspada, contestaba muy fina y muy tiesa: (Voz de colegio privado)
-Pues mire, señora, es que a las niñas hay que corregirles los VICIOS. Y eso es un VICIOOOO y una COCHINADAAAA, porque al escribir con la izquierda van con la mano por detrás del boli y se emborrona todo (cosa que reconozco que es cierta). Y, además, hace muy feo. Y no querrá usted que a su hija la señalen por COCHINA. Vamos, digo yo....
A lo cual mi doña Pepa, con la cresta alzada cual cacatúa a punto de soltarte un picotazo, contestaba aún más fina y más tiesa: (Voz de muy señora-pero-no-te-escantilles-mucho-que te meto)
-A mi niña "nadie" la puede llamar COCHINA, porque sepa "usted" que en su casa somos MAS LIMPIOS QUE EL JASPE. Pero que a los niños los traumatizan si se les contraría la mano, eso lo sabe TODO EL MUNDO.  Y usted lo DEBERIA SABER, como maestra que es. Así que me deja usted tranquila a la niña, madre. Si me hace el favor.
Tras aquel poco cordial encuentro, por supuesto, la monja hizo lo que le dio la gana y me siguió haciendo escribir con la izquierda. Así he salido. Los temores de mami quedaron al parecer justificados.  Ahora que lo pienso, es una circunstancia que debería haber mencionado a mis sucesivos terapeutas. Quizá eso lo explique todo. Como que tenga que pensarme qué está a la izquierda y qué está a la derecha y que tenga ciertas dificultades para la orientación espacial, lo cual influyó no poco en que (afortunadamente para el mundo) no consiguiera sacarme el carnet de conducir. En conclusión, quizás sí me quedé un poco tarada. Muchas gracias de corazón, madre Paula.
Hoy pongo una receta que no pertenece a mi infancia, pero sí a la de mis hijos. Buena y resultona.
Ingredientes:
-750 gramos de carne picada mitad cerdo y ternera.
-1 huevo.
-Medio vaso de vino blanco.
-2-3 cucharadas de pan rallado.
-2 dientes de ajo picados.
-Un manojo pequeño de perejil.
- 150 gramos de jamón serrano.
-50 gramos de piñones.
-Sal, pimienta, orégano.
-Tiras de bacon.
Precalentamos el horno a 200º. Mezclamos en un bol la carne picada con el huevo, el vino, el pan rallado, el ajo,el perejil picado, el jamón cortado en trozos, los piñones, la sal, y el orégano. Nos tiene que quedar manejable, como la masa de las albóndigas. Es decir, que no se nos deshaga, pero que tampoco esté como un adoquín. Si está muy blandurrio se puede poner algo más de pan rallado.
Cogemos un molde rectangular, como los de plum-cake, le ponemos un papel de horno y lo forramos por encima con las tiras de bacon, de manera que sobresalgan los extremos por fuera del molde, A continuación ponemos dentro la masa de la carne preparada, apretando bien para que esté compacto y que no queden huecos, y doblamos por encima los extremos de las tiras de bacon. Lo ponemos al horno entre 45 minutos y una hora, iremos pinchando y cuando salga el líquido transparente es que ya está hecho. Dejamos enfriar dentro del molde y luego lo sacamos, cortándolo en lonchas. Podemos servirlo con salsa de tomate o con mayonesa en frío. Le suele gustar a los niños. A los míos, con todo lo chinches que eran con la comida, les encantaba. Por este motivo lo he tenido siempre como uno de mis platos estrella anticonflicto. Es decir, para los días de energías particularmente bajas en que no me quedaban fuerzas para oir algo como: "¿¿¿Verdura otra vez??? ¡¡¡Jooooo!!!!" y, como mala madre de pro, les servía el invento acompañado de patatas fritas, dejando las judías verdes en la nevera. 

Feliz semana de primavera a todos.....

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