Buscar este blog

domingo, 20 de octubre de 2013

BOLLOS DE CANELA PARA EL PSEUDOOTOÑO.

Solo ante el peligro.
NOTA PREVIA: Debido a un fallo que, de momento, y a causa de mi analfabetismo tecnológico, no sé cómo solucionar, los comentarios que se me hacen en el blog no salen. Perdón... aunque, por otra parte, esto me garantiza una impunidad absoluta: puedo decir todas las estupideces que quiera sin miedo a que me las rebatan. No, de verdad. He añadido un contacto por si alguien quiere alguna aclaración, que le facilitaré con mucho gusto, o alguna sugerencia. A vuestra disposición.
                                             ---------------------------------------------
En mi ciudad, como en todo el hemisferio norte, es otoño. O así se supone, pero el calor se resiste a dejarnos, como ese invitado plasta que está comodísimo en nuestro sofá cuando ya todo el mundo se ha ido, y al que sólo la educación nos impide preguntar si está esperando a que le adoptemos oficialmente o, en su defecto, a que le pasemos una pensión alimenticia.  Así que, al menos por ahora, me sitúo mentalmente en la estación, con una temperatura acorde a ella, y fantaseo con lluvia a cántaros, con sofás y mantas de lana, y con tazas de té. Y, claro, no te vas a tomar el té a palo seco, ¡con esos chuzos de punta que están cayendo! Para acompañarlo, no hay nada mejor que unos bollos de canela. Si te gusta la novela negra escandinava, habrás observado que en ellas, entre asesinato y emboscada, se están inflando a bollos con café cada dos por tres, porque si no, no hay cuerpo serrano que resista esas temperaturas. Lo cierto es que estos bollos despiden, mientras se hornean, un olor a mantequilla, azúcar y especias que te hace levitar,  y tienen una textura tierna y esponjosa que entraña un grave peligro, porque te puedes comer una docena sin grave impedimento. La  experiencia me dice que es más prudente congelar los que no consumas de inmediato. Si los pruebas, no volverás a repetir los de la tienda sueca de IKEA. Lo garantizo.

Ingredientes: Para 12 bollos de tamaño decente:

- 100 gramos de azúcar.
- 80 gr. de mantequilla o margarina. Puedes sustituirlo por aceite o incluso por una margarina baja en grasas. Sirve igual.
- 1 cucharadita de sal.
- 1 huevo.
- Ralladura de un limón.
- 450 gramos de harina de fuerza.
- 1 cucharada sopera, pero más bien escasa, de levadura de panadero. O 15 gramos de la de pastilla, disuelta en algo del líquido de la receta.
- 250 ml. de leche.
- 50 gramos adicionales de mantequilla o de aceite.
- 120 gramos de azúcar mezclada con dos cucharadas hermosas de canela en polvo, más una cucharadita de cardamomo en polvo. Esta última especia no es imprescindible, pero es la que le da el saborcillo nórdico característico que te mete en ambiente. Tú mismo.
Mezclamos la leche con el huevo, el azúcar, la sal y la ralladura de limón, batimos y añadimos la mantequilla o el aceite. Batimos de nuevo. Añadimos la mitad de la harina y la levadura y removemos. Se añade el resto de la harina y se amasa a mano unos diez minutos, o cinco en la Thermomix en vel. espiga.
Saldrá una masa consistente, debe quedar ligeramente pegajosa, pero se tiene que poder manejar. Nos ayudará ir mojándonos las manos, pero si aún así sale demasiado blanda, se puede añadir más harina, pero poco a poco y hasta el punto justo en que puedas hacerte con la masa. No hay que caer -nunca-  en la tentación de poner harina a cascoporro para terminar de una vez y que quede bien firme, porque saldrá una cosa muy dura, que una vez horneada te podrá hacer el apaño calzando la pata coja de un mueble, pero bastante indeseable para consumir. Bien. Damos forma de bola al contubernio y lo dejamos en paz durante un par de horas en un cuenco, tapado con un film transparente engrasado, para que no haga corteza.
Pasado este tiempo, sacamos la masa a la encimera, que habremos enharinado, o engrasado, lo justo, y sacamos el rodillo. Extenderemos la masa formando un rectángulo de unos 35x30 cm., y le pondremos el aceite o mantequilla adicional con la brocha de repostería, y a continuación espolvorearemos por encima el azúcar con la canela y el cardamomo. Enrollamos desde uno de los dos lados más largos y vamos cortando este rollo en doce rodajas iguales. Aquí a veces el azúcar y la canela se salen un poco, pero no importa, se lo volvemos a poner por encima y listo. Llegados a este punto podemos hacer dos cosas: ir poniendo las rebanadas en una bandeja forrada en papel de horno, o poner cada uno de estos rollos en las cavidades de un molde de silicona o metálico para magdalenas,  engrasando y enharinando bien en este caso cada cavidad. A mí esta segunda opción es la que me ha dado mejor resultado, porque la masa tiende a abrirse en el horno, y si no lo enrollamos muy bien, escondiendo el extremo por debajo, y dejando la espiral bien apretada, se aplana y se queda con el aspecto de una extraña ensaimada sueca, lo cual no nos apetece.  Dejamos reposar los bollos durante una hora  más, pero si lo dejamos toda la noche o el equivalente en la nevera, mejorará, como ocurre con todas las masas de panadería y bollería. Precalentamos el horno a 200º, posición arriba y abajo, durante un mínimo de 15 minutos, y metemos los bollos. Los dejamos en el horno otros 15 minutos, o hasta que se vean dorados.  Aquí habremos llegado a un punto en que el olor te dejará medio inconsciente. Se sacan y se ponen a enfriar en una rejilla.

¿A qué esperas para ponernos en una bonita bandeja junto a una taza de café?


1 comentario:

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.