Para continuar con mi reciente línea de recetas saladas, voy a contaros un bonito cuento de pan y pimiento. Erase una vez una florida tarde de mayo de hace muchos, muuuuuchos años, en que me encontraba yo entregada a la apasionante lectura de mi tratado de Derecho Civil ( Díez-Picazo y Gullón, tomo II: teoría general del contrato), porque teníamos los exámenes finales ya encima, tarde en que se dejó caer por casa una amiga de mamá. Mi madre, que no quería perder ripio de la conversación, porque tenían bastante charla atrasada, vino a mi cuarto para pedirme que les preparase un té. Así que me fui a la cocina, aún pensando en la mora (arts. 1.100 y siguientes del Código Civil) y en la equivalencia sinalagmática de las prestaciones, puse mi bandejita, cogí un cacito con leche que había en la nevera, porque sabía que a la visita no le gustaba el té solo, y preparé y serví los brebajes, como una cuerpo de casa en condiciones. Me volví a mi habitación y me olvidé completamente del tema, hasta que llegó la noche y mamá me preguntó:
- Oye, ¿dónde está el cacillo con gazpachuelo que había en la nevera?
(Nota para los no malagueños: abajo doy la receta, pero adelanto que es una sopa bastante consistente hecha con abundante mayonesa y limón. A mandar)
Oh, cielos. Oh, cielos. Oh, cielos....(Nota para los no malagueños: abajo doy la receta, pero adelanto que es una sopa bastante consistente hecha con abundante mayonesa y limón. A mandar)
- Mamá, ¿eso- del- cazo- era- gazpachuelo?
- Y con arroz. Pues claro, niña. ¿Qué iba a ser? Es raro, porque casi no queda, y a papá se le ha antojado un plato para cenar.
Anonadada, le expliqué a mi madre el presumible y triste destino del gazpachuelo. Se tiró al sofá, quedando por varios minutos privada del uso de la palabra (y tratándose de mami, eso no era fácil) Cuando pudo se levantó, se secó las lágrimas y fue a llamar a la amiga para explicarle el equívoco. Tuvo una acogida más bien gélida, ya que, al parecer, su amiga no compartía su regocijo: estaba malísima la mujer, porque, además, como evidentemente no se bebía el té, la anfitriona le había añadido un generoso chorro de leche condensada y prácticamente la había obligado a que se lo tomara (mamá podía ser muy persuasiva). Y parece ser que, en contra de lo que pudiera pensarse, el maridaje del té negro Lipton con gazpachuelo (con arroz) y leche condensada no es demasiado afortunado. Nunca volvió a mirarme del mismo modo, pobre mujer, y jamás me libré de la sensación de que siempre creyó que lo hice aposta. Durante los días siguientes, la simple apertura de la nevera le provocaba a mami una diversión desmesurada. La anécdota se contó en las celebraciones y eventos familiares durante años, y quedé para siempre como la zumbada de la casa. Pero yo no tuve la culpa: debo decir, en mi descargo, que actué bajo una severa intoxicación jurídica. Como todos sabemos gracias a aquel famoso estudio publicado no hace mucho por The Lancet, el consumo en grandes dosis de Derecho Civil produce la apoptosis masiva,- o muerte celular- de las neuronas... Esto es mentira, pero, ¿a que parece verdad? Quizá lo sea, después de todo...
Parece increíble que después de esto nadie "quiera" leer la receta del gazpachuelo, pero es que sin té, y sobre todo sin leche condensada, mejora mucho. Os la voy a explicar tal y como me dio a mí la receta mi madre:
Haces una buena mayonesa, que te salga lo menos un vaso, y le exprimes dos limones y un puñadito de sal. Poner agua a hervir y le echas una hojita de laurel, una patata grande hecha cascos, y una cebolla. También le puedes poner un puñadito de arroz. A los diez minutos o así, le pones la pescada, o la rosada que le vayas a poner, y unas gambas en crudo. Niña, cómo que qué pescada...pues la que lleva de toda la vida de Dios, hija. Como medio kilo o algo menos. A papá le pongo poca, y muchas veces, en vez de patatas, le echo unas sopitas finas de pan y le cuajo unas claras de huevo. (Nota: ésta fue la versión mezclada con el té) Ya sé que así a ti no te gusta, ¡mira que eres rancia, hija!. Luego apagas el fuego, te esperas a que el agua esté más templada, pones la mayonesa en una ollita y le vas mezclando a la mayonesa el agua en cucharadas, hasta que la vas aclarando poco a poco. Nunca se hace al revés, porque salen unos grumos muy feos. Cuando ya tienes la mayonesa con bastante caldo, se lo echas a la olla donde has cocido todo lo del principio, y lo pones a calentar con el fuego muy bajito, removiendo todo el rato, que si no, se corta. Y nunca te puede hervir... pues, por lo mismo. (Fin. Pepa Carballo dixit)
Así que ya sabéis. Si sobra, ponedle alguna indicación al recipiente donde lo guardéis. Que luego pasa lo que pasa....
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