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miércoles, 19 de febrero de 2014

MARMITAKO DE ATÚN A MI ESTILO.

No me  queda más remedio que reconocer que soy, y he sido siempre, una María Fugas. Defecto que muchos compartimos: hacemos una cosa mientras tenemos la mente puesta en las veinte siguientes. Yo soy, por ejemplo, de los que se desabrochan el cinturón de seguridad tres calles y media antes de llegar a su destino. Como diría Mikel López Iturriaga, una cagaprisas. Por cierto, no os perdáis el blog de Mikel, El Comidista; el contenido gastronómico suele ser siempre interesante, y la maldad extrema de sus comentarios me ha proporcionado siempre  mucha diversión.
Sigo intentando combatir, como decía, esa tendencia tan nefasta, ya que estoy convencida de que la salud mental pasa por vivir en el momento presente todo lo posible. Siempre que el momento presente no sea indeseable: nadie quiere estar "ahí" cuando le sacan una muela...  Una vez, incluso, me apunté a un taller de meditación. Nos trajeron a un muy afamado maestro, todo beatitud, que, por cierto, e ignoro el motivo, iba vestido de un verde intenso de pies a cabeza, lo cual unido a su escasa estatura física, -no así la espiritual, que era inconmensurable-, le daba el incongruente aspecto de un pimiento de freír no muy grande. Nos instó a ponernos en una postura cómoda. Fue decirnos eso y yo ya no encontraba maldita forma de sentarme. Se inició el proceso de detener el pensamiento. Y allí iba yo, corriendo detrás de mi pensamiento con la lengua fuera, ¡ven pacá, so jodío!, y qué va.... Cuanto más intentaba parar,  más empezaba a molestarme todo, no paraba de moverme.. parecía que me habían sentado en alfileres de punta. Abrí los ojos, haciendo trampa, y vi que todo el mundo se estaba quietecito y en una postura decorosa, menos yo. Cuando acabó la insatisfactoria y culidolorida experiencia, le pregunté al gurú cómo podía evitar asociar la meditación a picores incontrolables. Por toda respuesta, me lanzó una mirada de infinita lástima, eso sí, llena del amor universal que merece incluso una mísera cucaracha, a cuyo nivel espiritual debo encontrarme... Tengo un karma malísimo: en una vida anterior debí ser un concejal de Urbanismo. Por lo menos.
El único modo en que a veces consigo parar un poco es cuando cocino algo un poco entretenido y no hay motivos para prisas. Tomarme el tiempo, como en esta receta, de hacer una salsa de tomate de verdad, con tomates naturales y maduros, escaldarlos, trocearlos con cuidado... Vaya, igual que en los anuncios de Casa Tarradellas. Pero lo cierto es que ningún plato que la precise puede estropearse, y sí mejorar un montón, utilizando una salsa de tomate natural hecha en condiciones. Nada que ver el dulzor, la cremosidad y la suavidad que puede conferir al guiso. El marmitako no es un plato especialmente difícil de preparar, pero como sale realmente bien es cuando una se toma la molestia de picar la verdura en trocitos pulcros, y lo guisa despacito. Ese proceso sí suele relajarme mucho, y me conduce a un satisfactorio vacío mental que, comparado con el estado normal de mi pensamiento, es francamente mejor. Algo así como si me hubiera autolobotomizado con el cuchillo de cocina. En resumen, me convierto en una persona mucho más tratable, para qué nos vamos a engañar.
Los ingredientes para cuatro personas:
- Medio kilo de atún natural cortado en tacos. Si conseguimos bonito, mejor.
- Un kilo de tomates maduros.
- Tres pimientos verdes.
- Una cebolla.
- Un par de ajos.
- Un pimiento rojo, o una cucharadita de pasta de pimiento choricero. Si queréis.
- Una pastilla de Avecrem.  Aquí podéis rasgaros las vestiduras. En mi casa siempre se hizo así y me gusta. También se lo podéis poner de caldo de pescado, si eso os tranquiliza más.
-Una cucharada de azúcar.
- Una hoja de laurel.
- Un polvito de pimienta.
- Cuatro patatas medianas.
- Un chorro de vino blanco.
- Agua para cubrir.
 En el País Vasco, de donde es originario el plato, me chillarían. Allí les gusta el sabor natural del atún, sin muchos aditivos, y no son tan de poner especias como nosotros. Pero, creedme, la versión del sur no está nada mal.
Lo primero que he visto siempre hacer en mi casa es quitarle al atún las partes negruzcas y ponerlo a desangrar, metiéndolo en agua y enjuagando hasta que sale clara. Supongo que esto es otra herejía, pero así no sabe tanto a pescadazo, sobre todo si es congelado. Es una costumbre que tiene todos los visos de ser judía o morisca, porque no pueden tomar la sangre de los animales. Una vez limpio y seco, lo salteamos en una cacerola con un fondo de aceite. Sacamos y reservamos. Aparte, le hacemos a los tomates un corte en cruz y los escaldamos en agua hirviendo para pelarlos. Les damos un golpe de Thermomix o de batidora para triturarlos. Ponemos este puré de tomates en la cacerola, con el atún, los pimientos y las cebollas hechos tiritas, las patatas cortadas en cascos, y todo lo demás. Se pone a cocer a fuego no muy fuerte hasta que el caldo se reduce y las patatas están tiernas, removiendo de vez en cuando. Debe quedar caldoso para comerse con cuchara, pero el caldo tiene que estar trabado. Si nos queda un poco aguachirri siempre se le puede chafar un trozo o dos de patata.
Está mejor, como todos los guisos, de un día para otro. Es saludable para el corazón y para la mente, y ni te cuento, si lo acompañas de un pan cateto y una copita de buen vino. Si luego te puedes echar una siesta, alcanzas seguro la iluminación. Te lo digo yo.  Ommmmmm....


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