Desde hace tiempo, hay días en que te miras al espejo y no te reconoces. Se te ha descolgado esto de aquí y arrugado esto de allá, te duelen cosas que no sabías que tenías y necesitas una sesión matinal de restauración algo más minuciosa de lo habitual. Todavía salgo del paso más o menos, porque soy una artista del trampantojo. La verdad sea dicha, sin modestia alguna. Y piensas, con un optimismo cauteloso y moderado, que aún estás bien, a pesar de la hipocondria que sufres y que te hace morirte de aprensión cada vez que te sale un grano un poco grande. Uno de esos días, me sonó el teléfono. Y someto a vuestra consideración si hay derecho a que le hagan esto a una criatura inocente. Normalmente yo corto de raíz las llamadas comerciales, que me resultan muy molestas, pero ese día estaba de buen humor y me dispuse a despachar el asunto con cierta indulgencia. En fin. cogí el teléfono, y me asaltó desde el Otro Lado una cantarina voz de comercial bien entrenada, que me llamaba de parte de una conocida compañía de seguros sanitarios. La empalagosa voz, tras verificar mi identidad tuvo a bien 1) informarme de que yo había cumplido ya cuarenta y nueve años, dato que, por cierto, ya conocía, pero que siempre es grato que te recuerden, ¡figúrate! 2) preguntarme si sabía que había entrado en el rango de edad en que tienen mayor incidencia los cánceres ginecológicos, cuestión que me ratificó en mi idea inicial de que, definitivamente, aquella muchacha y yo no nos íbamos a llevar bien) y 3) tras el palo, la zanahoria: porque ellos me ofrecían un seguro ventajosísimo, que, de contratarlo en este momento, me iba a salir tirado de precio, y con el cual podría cobrar una sustanciosa cantidad en el caso de que me tocara la china, - ¡Dios no lo quiera!-, se apresuró a añadir. Sobre todo, porque entonces tendrían que pagarme a mí, a lo que quedase de mí, o a mi familia, en el peor de los casos, para que se comprasen una madre y esposa nueva, en perfecto estado. Eso no lo dijo, claro. Lo dejó a mi calenturienta imaginación.
A veces lamento de verdad la educación que he recibido. Pero no pude evitar decirle a aquella señorita, en un tono que habitualmente no suelo emplear, que no me interesaba el producto, ni la oferta, muchas gracias, y que todo el asunto me parecía en conjunto bastante desagradable y deprimente. Aunque logré no acordarme en voz alta de su familia más inmediata, pareció muy sorprendida, y cometió la torpeza de insistir en los motivos de mi negativa. Al parecer, faltó a clase el día que explicaban cuándo cerrar la boca. Porque la conversación terminó en ese punto, por mi parte. De repente, todo mi optimismo vital desapareció: tenía ciento veinte años, y hordas de aviesas enfermedades planeando sobre mi cabeza, dispuestas a provechar el más ligero bajón de defensas para lanzarse sobre mí. De hecho, ¿cómo era posible haber sobrevivido hasta el momento presente? Odio las llamadas comerciales. Odio la publicidad agresiva. Odio también cuando enciendo la tele y verifico que me encuentro en la cuña estadística en que, no sólo puedes pillar una horrible enfermedad en cualquier momento, sino que es "imposible" que no padezcas incontinencia urinaria, estreñimiento, dolores articulares y episodios maníacos ("esos días", "esa etapa"). Porque a mi edad pasa todo eso, a la vez o alternando. Por si no lo sabíais.
El episodio ha tenido dos consecuencias: que cada vez que me llama un comercial me vuelvo muy antipática, y que, en un rango de rebeldía, he decidido cuidarme un poco más. Así que vamos con una receta muy sana, con muy pocas grasas y con muchas vitaminas y minerales, y, a pesar de ello, buena... Sorprendentemente buena, de hecho.Ingredientes:
- 1 vaso de semillas de quinoa. Se vende en herboristerías.
- 1 vaso de soja texturizada fina. También.
- 2 pimientos verdes.
- 1 cebolla.
- 1 huevo.
- Puré de patatas en copos.
- Sal y pimienta.
- Especias para hamburguesa o barbacoa, también sirve la especia moruna.
Ponemos a remojar la soja texturizada en agua caliente, hasta que se ponga blanda. Escurrimos bien y reservamos. Hervimos el vaso de quinoa en dos vasos de agua, durante 15-20 minutos, y colamos. Picamos muy finos los pimientos y la cebolla y los rehogamos. Dejamos que todo se enfríe un poco. Ponemos en un bol grande la quinoa, la soja, la verdura, el huevo batido, la sal, pimienta y especias. Ahora hay que ir añadiendo puré de patatas hasta que, al hacer una bola con la masa en la manos, se nos quede compacta. Ir formando tortitas, con cuidado de compactarlas por los lados, porque los inventos éstos tienen cierta tendencia a deshacerse si los bordes no están bien apretados. Las ponemos en la plancha caliente con un poco de aceite, a fuego medio hasta que se doran, y les damos la vuelta por el otro lado. Les va muy bien cualquier tipo de ensalada verde como acompañamiento.
La soja texturizada es soja procesada en trozos que se vende deshidratada, y aporta proteínas vegetales, de las que no tomamos la cantidad que se debería, si no somos vegetarianos. No sabe prácticamente a nada de por sí, y si compras un kilo y lo guardas en un tarro, puedes legarlo en tu testamento a quien quieras con la seguridad de que no se estropeará jamás. Por eso hay que añadirle algo de sabor y de gracia, pero queda muy bien. También se puede poner pimiento rojo, champiñones, o incluso frutos secos, todo picado muy finito y salteado.
En fin, pasaremos la edad provecta con la mayor alegría posible, eso siempre, y alguna que otra copita de vino.....
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