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miércoles, 21 de mayo de 2014

YOGUR DE GALLETAS MARIA: No podrás dejarlo sin parches sustitutivos.

Mi hijo el karateca lleva toda la semana pidiéndome que se lo prepare. Y finalmente me decido, aunque siento la misma terrible ambivalencia de siempre: a mí no me conviene. Pero me encanta. Pero no me conviene... Pero...
 Las galletas María siempre tienen un lugar en nuestra despensa y en la memoria,  inevitablemente asociadas a las meriendas de las tardes de los sábados con las películas del Oeste, con esos resopones salvajes de medio kilo de galletacas en Cola Cao que eras capaz de tomarte.  Las galletas son las tartas de galletas de los cumpleaños, los bocadillos de galleta con mantequilla, y esos felices años en que te dan igual los kilos de más y las transaminasas. Siempre teníamos las referidas María, que servían para todo, y luego ya había quien era más de Napolitanas, de rosquillas Girasol o de Chiquilín. Y quien era de todas. Ahí, ahí me habéis cogido. Pues claro que era yo: si es que ya me tenéis calada.
 Me refiero también a ese tiempo en que luego te ibas a la calle a jugar y te tirabas tres horas saltando al elástico, o a la comba, o al guiso, no tenías móvil y sí las rodillas llenas de costras, y sabías que, como llegases tarde a cenar, estabas muerta, y había una zapatilla/dron, generalmente materna, esperándote tan pronto cruzases el umbral para aterrizar sobre cualquier parte blanda de tu persona. Tiempo en que a los amigos no se les mandaba whattsap, sino que se les llamaba por un chisme llamado teléfono o se les aporreaba directamente en la puerta. Y si te caían encima cincuenta kilos de compañera de clase jugando al elástico en el recreo y te partías un brazo, pues te tirabas tu mes y pico con tu escayola y te daban una aguja de punto para rascarte, y a tus padres no se les pasaba por la mente, ni por soñación, demandar al colegio por negligencia en tu cuidado, o a los padres de la niña, por responsabilidad extracontractual por daños. Todo era mucho más sencillo.  Y también, probablemente, todos éramos un poco menos gilipollas.
Las galletas, en suma, eran mi padre con su vaso de café, mojándolas una por una, con mi  madre  y su implacable ojo de águila controlando siempre las cantidades:
-Que ya te has comido muchas, Joaquinito. Que luego no cenas. Que en el último análisis te salió trescientos de colesterol.
-Bueeeno.
Y se iba a la cocina y allí se hincaba cuatro o cinco más. La clandestinidad hacía que le supieran mucho mejor, por supuesto. Y yo tengo la regañina tan interiorizada, que a veces me extraña, cuando abro la alacena, no verla salir de dentro: "Nena, y luego dirás que no te entran los pantalones".
En todas las casas, en definitiva, hay un paquete de galletas María. Se ponen en las papillas de los bebés y de los no tan bebés, se mordisquean en el recreo y se hacen migas en las mochilas del colegio. Son familiares y omnipresentes...

La receta:
- 150 gramos de galletas María.
- Un litro de leche entera.
- 100 gramos de leche condensada.
- 50 gramos de caramelo líquido.
- 1 cucharada de extracto de vainilla.
- 1 sobre de cuajada.
En la Thermomix: Triturar las galletas 20 segundos a velocidad 9. Añadir el resto de los ingredientes y mezclar otros 20 segundos a velocidad 9. Programar 10 minutos, temperatura 100º, velocidad 4. Luego poner un minuto más, temperatura Varoma, vel. 4. Dejar enfriar y poner 20 segundos a velocidad 9. Repartir en cuencos.
Sin Thermomix hay que triturar las galletas en una picadora o poniéndolas dentro de una bolsa de plástico y darles una buena sesión de mano de almirez. Están permitidas las fantasías homicidas: de hecho, proporcionan bastante eficacia al proceso. Ponemos la leche a calentar en un cazo con el resto de los ingredientes, removiendo bien, y luego se añade la galleta triturada y la cuajada y se procede como dice en el paquete. Cuando haya espesado, dejamos enfriar y le damos un golpe de batidora. Lo ponemos igualmente en cuencos y a la nevera.
Yo, ya digo, lo hago para los niños. Esa es la excusa que doy, y encima quedo como una mami hogareña de toda la vida. Pero una vez que lo has probado estás perdida... quedas enganchada para siempre. Advierto.

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