No hemos terminado de guardar el belén y ya se nos ha echado encima la Semana Santa. El tiempo, por lo menos el mío, encoge como una tela malilla cuando la lavas: para qué poquito me da. Nuevas vacaciones escolares, Señor. Por suerte, vivo lejos de las zonas de influencia. No soy yo muy semanasantera, ni tengo afición a meterme en aglomeraciones. Ya pasó el momento para eso. Eso sí, tengo más tiempo para dar agradable paseos al margen de todo el pifostio, y también para meterme en la cocina y hacer cositas como estas galletas danesas, malagueñas de adopción, que son vistas y no vistas. Cada vez que alguien pasa por la cocina, se le queda alguna pegada a las zarpas. Duran menos que un huevo Kinder a la puerta de un colegio.
De la Semana Santa sí que había una cosa que me gustaba mucho, y era llevar a mis hijos a mi barrio de la Trinidad, a ver el traslado del Cautivo el Lunes Santo por la mañana, desde la ventana de la casa de mi madre. Churros para desayunar, claveles por todas partes, puestos de cornetas y tambores, y los regulares "bailando" con el fusil, como decían mis hijos, que se quedaban con cada ojo abierto de par en par. Creo que la última vez que fui fue esa que, con una muchedumbre a los pies de la ventana, uno de mis niños se puso a tirar puñados de tierra de las macetas. De pronto todo el mundo miraba hacia arriba y nos señalaba.
- ¡¡¡Ehhhh!!! ¡Ese niñoooooo! Señora, que nos está poniendo perdidos. ¡A ver si controla usted al angelito!- Y que si Herodes y que si la *****`````` de la madre, que se habrá quedado descansando...
Pongo sólo, de lo que me dijeron, lo que se puede poner. No sabéis lo que impresiona ver vueltas para arriba y mirándote tantas caras de gente que te odia. Pedí perdón-perdón-perdón y metí de un tirón para dentro a la criatura, antes de que me pidieran sus dos orejas y el rabo. Después había que ver a mi madre asomándose a la multitud, como Evita Perón, y poniéndola verde, con su boca prestada, por meterse con su nieto. ¡Angelico!.
Pasado el sofoco, vino a la casa de mi madre una amiga suya. La señora a la que involuntariamente envenené sirviéndole té mezclado con gazpachuelo: los que sigáis el blog recordaréis la historia. Sí, es inexplicable, pero nos siguió tratando después de aquello. Traía una perrita en brazos, de esas chillonas y peludas, a la que no paraba de dar besos, asegurando que no "podía" dormir por las noches de pensar que su perrita se muriera. Y siguió contando que le ponía una colcha bordada para dormir, y cosas por el estilo, hasta que mamá le cerró la boca a su modo lapidario:
- Fulanita: tú lo que estás es "chalá". Y cállate, que no me dejas oir las saetas.Entonces apareció mi niño, diciendo:
- Abuela, la perra se ha meado en tu dormitorio.
Y la dueña diciendo:
-¿¿¿Mi perra??? ¿Con lo relimpia que es? Eso habrás sido tú, niño.
Y mi niño (cuatro añitos) dijo con su perfecta e inconfundible dicción:
- Yo "ya" no me hago pipí. Y la perra y tú sois unas puercas.
Regañé ostensiblemente a mi hijo, por supuesto, para que se viera que intentaba enseñarle modales. Aunque compartiendo con toda el alma su honesta e insobornable opinión. Tras este diálogo, la conversación fue languideciendo y nos despedimos en términos no muy cálidos. Estaba de Dios que siempre encontrase yo la manera de ofender a esta pobre mujer. Ese día me habían mirado de través. Cuando llegué a la calle, no encontré taxi, así lo pagase a precio de oro. De modo que tuve que recorrer andando la considerable distancia.. Y cuando ya había subido toda la cuesta que llega a mi casa, con un niño tocando el tambor que la abuela le había regalado, sin cansarse jamás, (qué "jartible", que dirían en Sevilla) y otro en el carrito, al tamborilero se le cayó el tambor de las manos. Tambor que se fue rodando, rodando. Hasta abajo del todo. Hasta el mismo comienzo de la puñetera cuesta que acababa de subir. Hubo lágrimas, juramentos muy feos en arameo, y risas incontrolables de mi otro hijo, el del cochecito, al que iban paseando todo el rato y se lo estaba pasando pipa (" ¡Ja, jaaaa!¡Ota ves, mamiii!")
Ahora que han crecido, pienso en cómo, e inexplicablemente, se añoran tanto hasta los ratos de vergüenza que te han dado tus hijos. Claro que hay cierta justicia poética que forma parte del orden de las cosas, y, con el paso de los años, llega impepinablemente el momento en que eres "tú" el que los avergüenza a "ellos". Hace ya unos años, cuando aún recogía a mi hijo menor del colegio, me pidió que por favor no le esperase en la puerta, como si fuera pequeño. Que le esperase en la parada del autobús. Así lo hacíamos, pero empezó a retrasarse entreteniéndose con los amigos, y muchos días perdíamos el autobús, que tiene muy mala frecuencia, con lo cual me hacía la pascua bastante. De modo que un día le dije que, si seguía llegando tarde, no sólo iría a buscarle a la puerta, sino que en cuanto le viese salir le gritaría delante de todos sus compañeros: "¡¡¡YA ESTÁ AQUÍ EL PICHURRÍN DE MAMÁ!!! , MUAC, MUAC". Se rió, pero vi la duda en sus ojos: ¿seria capaz la pirada de su madre de cumplir su amenaza? Se impuso su miedo al ridiculo y fue medicina santa: no se volvió a retrasar. No sé si lo hubiera llegado a hacer, sinceramente: no soy tan cruel.
En fin, siempre me quedarán las galletas.....Receta:
-300 gramos de mantequilla sin sal a temperatura ambiente.
-2 huevos grandes.
- 350 gramos de harina de repostería.
-250 gramos de azúcar.
-1 cucharadita de extracto de vainilla, yo uso de la marca Vahiné y lo hay en grandes superficies.
- Una pizca de sal.
Nos lavamos muy bien las manos y lo amasamos todo en plan guarrete, como cuando hacíamos figuras de "plasti" en parvulitos. Mezclamos hasta que esté bien integrado, hacemos una bola y la metemos en la nevera de una a dos horas. Precalentamos el horno a 180º, enharinamos la encimera y aplanamos la bola con el rodillo, de un grosor de cinco a siete milímetros. Con un cortapastas vamos sacando las galletas, que pondremos en la bandeja del horno forrada de papel vegetal. También podemos hacer bolitas y aplastarlas, yo les he marcado además unas ranuras con un tenedor. Metemos a cocer de 15 a 20 minutos, hasta que estén doradas.Sacamos y dejamos enfriar sobre una rejilla. Tienen del orden de cuatro mil calorías cada una, pero están exquisitas.
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Nuestra vida fue breve y gloriosa.... |
En fin, relax. Paz, amor y galletas.....
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