Molida. Molida estoy. Como si me hubiera atropellado un camión y me hubiese arrastrado varios kilómetros. Yo no estoy ya para estas cosas. Al Curro le han tenido que operar de una oreja, porque ha tenido una otitis y el muy salvaje se ha estado rascando hasta provocarse un considerable hematoma interno. Tan gordo que la oreja la tenía como un calamar relleno. Mucho ha tardado: hace años le pasó lo mismo en la otra oreja. Ahora ya tiene las dos a juego, bordadas a punto de cruz. El Curro es un ejemplar genéticamente seleccionado, un cruce entre labrador retriever y tanque Panzer VI alemán. A sus siete años largos, es la cosa más bruta que he visto en mi vida. No ha echado mucho fundamento este perro en la madurez. En fin. Emilio, nuestro imprescindible sobrino y veterinario, nos advirtió de que ponerle el collar isabelino (ya sabéis: esa campana de plástico que se les pone alrededor del cuello a modo de lámpara de sobremesa) no le iba a ir muy bien, porque le dejaba la oreja demasiado suelta. De modo que nos hizo un fantástico apaño Mc Gyver: flamante maceta de plástico negro con el fondo recortado, para encajársela en la cabeza, con la cual presentaba mi perro el aspecto de una honesta viuda cuáquera. Yo no podía parar de reírme, y él me miraba con reproche y bastante cabreo. Quien no tiene perro cree que son inexpresivos, pero no es así: el semblante ultrajado del pobre animal no tenía precio. Cuando me ha tocado sacarlo a la calle, me ha sido imposible sustraerme al silencioso pitorreo de todos los vecinos con los que me cruzaba. Los niños que iban al colegio se daban con el codo y se reían. Yo iba con cara de póker, leyendo en sus ojos lo que todos pensaban: será miserable la dueña, lo que se inventa para no gastarse el dinero en una campana del veterinario. Pensé en ponerle al invento una pegatina por encima:
SÍ, ES UNA MACETA.SÍ, ESTOY RIDÍCULO.
Y, SÍ, MI DUEÑA ES UNA ROÑOSA.
LO SÉ. LO SÉ.
Claro que yo no imaginaba entonces lo poco que nos iba a durar el arreglo. Esta tarde mi hijo me ha dicho que el perro se había quitado la venda y estaba sangrando. Y como hay que limpiarle la herida, y también el oído, cada día, les pedí a los dos que me ayudasen. Cuando le quitaron la maceta, me iba a dar algo: me mareo cuando veo sangre. Al final, hemos tenido que montar el hospital de campaña, y el trabajo sucio -en su sentido más literal- lo han hecho mis hijos. La operación de cura ha llevado una hora larga: el Curro no hacía más que torearnos de todas las formas posibles. Después de una hora de infructuosos forcejeos, descubrimos que al habérsele hinchado la oreja, no había forma humana de volver a meterle la maceta. El pobre lloraba que partía el alma.Y no se lo podíamos dejar así, porque los puntos le tiran y se los hubiera sacado rascándose. Hemos terminado los tres resollando y cubiertos de pies a cabeza de pelos y goterones de sangre, como en una película gore serie B. Así que al final he tenido que bajar al veterinario del barrio a comprarle un isabelino de las narices, aunque ni Emilio ni mi marido lo vieran bien. La dependienta no parecía saber muy bien el diámetro de cuello de un perro de treinta y tres kilos: me enseñó uno bastante pequeño y otro enooooorme. No tenía tamaño intermedio, así que, ya desesperada, me llevé el enooooorme. Que por sus dimensiones le hubiera servido perfectamente de collera a un mulo, pero yo tenía ya nublado el entendimiento. Finalmente, mi niño, que es más apañado que un jarrillo de lata, se lo recortó y adaptó, y por fin pudimos descansar. Al rato llegó mi marido de trabajar. Y, aunque yo ya le había advertido, abrió la boca para protestar en cuanto vio al perro, pero yo me adelanté y le dije algo así como:
- No quiero volver a ver la maceta en mi vida. Y-no-se-te-ocurra-decir-una-palabra.
Y aquí paz, y después gloria. A ver. De vez en cuando hay que imponerse.
Y no hay como comidita casera para reponer fuerzas. A ver qué os parece ésta:
Ingredientes:
-Un kilo de pechuga de pollo en dados.
-200 gramos de tacos de jamón.
- Dos cebollas.
-Un pimiento rojo de los grandes y tres verdes de freír.
- Media cabeza de ajos.
- Un vaso de vino blanco.
-Dos pastillas de Avecrem.
- Pimienta molida.
- Dos hojas de laurel.
- Dos clavos de especia.
- Aceite.
Sofreímos los dados de pollo en un fondo de aceite. Sacamos y reservamos. Picamos fino las cebollas, los pimientos y los ajos y lo salteamos un poco en el mismo aceite. Añadimos el pollo, los tacos de jamón, las especias y el vino y terminamos de cubrir con agua. Se pone a cocer a fuego medio más o menos una hora, hasta que la salsa se haya espesado.
Las patatas fritas son el complemento idóneo, yo he sido buena y lo he tomado con judías verdes salteadas. Por cierto, el Montignac da resultados lentos, pero seguros. Tres kilos y medio de mí ya han desaparecido. ¡Yupiiii!
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Perfecto remedio para dejar atrás un día agotador. |
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