Buscar este blog

miércoles, 22 de abril de 2015

TARTA DE YEMA Y CREMA DE MASCARPONE

Ahí va eso. Que veo mis últimas entradas y caigo en la cuenta de que me estoy volviendo demasiado sana y políticamente correcta. Y como no quiero por nada del mundo  tornar mi Cuchara Perversa en Cuchara Virtuosa -ighhhhsss- es preciso romper de vez en cuando tanta santidad con alguna exquisitez subida de tono, apta para alguna celebración especial.  En realidad todo consiste en porcionar bien el asunto y compartirlo. Me viene a la memoria cuando estudiaba los quebrados en el colegio y te ponían el famoso ejemplo de las porciones de tarta y las equivalencias entre fracciones. Y recuerdo que eso me daba siempre muchísimo sueño y que en la pizarra la tarta del ejemplo estaba cada vez más dividida, y yo pensaba:
- Pues esto no trae cuenta...al final no vamos a caber ni para rellenar una muela.
Porque, claro. Yo era, ya entonces, una mastuerza que todo lo veía en términos alimentarios. Me encantaban los problemas aritméticos de caramelos y pasteles, esos en los que María le daba dos caramelos más a Carmencita que a Pablito, y éste, que era un zampabollos igual que yo, se comía el triple que Pepito, probablemente el canijo del grupo. ¿Cuántos caramelos se había comido cada uno? Qué sabía yo: lo único que sacaba en claro es que ahí había una desigualdad importante, y que de aquí a nada María, Carmencita, Pablito, Pepito y el perro de la familia, se iban a enzarzar en una riña tumultuaria por los caramelos y, en definitiva, por el poder. Qué historión. Me ponía a imaginarmelo, y nunca me sabía la respuesta correcta. Cerapio al canto.
Las matemáticas nunca fueron mi punto fuerte. Las he odiado toda la vida, porque son insobornables e imposibles de manipular. Tanto como odiaba la costura. Algunas de mis compañeras exhibían unos cañamazos con unos abecedarios primorosos y perfectos. Yo no. Yo me iba siempre a otro rincón, porque nuestra suprema monja y tutora sobrevolaba sobre nosotras como un halcón para corregir cualquier punto contrahecho.  Pero era inútil, siempre me hacía blanco de sus iras. Cuando llegaba a mi altura, decía con su implacable vocecita de Gracita Morales algo como:
- Rocío, te has equivocado de alfabeto, reina. Tenéis que bordar el alfabeto latino, no el cirílico.
Ja, ja, ja.
Y me obligaba a deshacer lo ya cosido y a hacer más líneas de bordado, entre las risitas de las compañeras primorosas. Qué asco le cogí, Señor.
En otra ocasión teníamos que bordar un horripilante mantelito individual, (los 70 fueron estéticamente deplorables) pero ése nos lo podíamos llevar a casa para adelantarlo. Llevaba un dibujo de lagarterana rarísimo, con una especie de círculos con rabos en espiral bordados a punto de cruz.. Mis círculos iban disminuyendo de tamaño progresivamente, avergonzados con toda justicia, y la franja de bordado estaba "torcida y llena de flato", según mi santa madre, que cuando me vio una tarde perpetrando semejante espanto, se horrorizó:
-¡¡¡Oyoyoyoy!!! ¡Niñaaaa! A ese paso, te vas a quedar sin redondeles antes de que se te acabe el mantel. Y estás cosiendo con el hilo de María Moco, que se hizo un camisón y le sobró para otro. ¡Trae para acá, so fullera!
Porque uno de los mayores talentos de doña Pepa, aparte de su certera y viperina lengua, eran sus manos de hada para la costura, tanto como zarpas de troll eran las mías. Me descosió aquellas cosas informes, me planchó el mantel, que estaba como un trapo de fregar, y en un rato me tenía hecho un bordado completo e irreprochable. Chúpate ésa, Compañera de Pupitre Perfecta.
- Y ahora le dices a la madre Encarnación que te ponga un diez. Que es mío, vamos ¡Hala para allá!
Hacer los deberes era un asunto de mi exclusiva competencia, pero que las monjas pensaran que yo era una desastrada y no me habían criado en condiciones era un punto de honra para ella que no estaba dispuesta a consentir. Cuando le llevé el dichoso mantelito a mi tutora, me tuvo que poner la mejor nota. Muy a su pesar, porque tonta no era, pero no podía demostrar la impostura: la presunción de inocencia jugaba a mi favor. Con el tiempo, consiguieron domesticarme un poco, y aprendí hasta a hacer dobladillos y ojales, y aprobé con cierta dignidad.  Pero no me gustó nunca. En la vida.
Lo mío eran los comistrajos, desde siempre.  Por eso, después de contaros la batallita de abuela Cebolleta, os voy a poner la fórmula de esta tarta tan apañada. Hice esta receta para una celebración, y la cociné de oído, sin probar ni esto. Mirad si tengo fuerza de voluntad. La saqué inspirada de un libro de cocina de Tulipán del año de la pera, el número 4, "Mis tartas", ya bastante antiguo, de cuando uno leía la receta de un pastel y reconocía a la primera todos los ingredientes.  De esa época que reunías cupones o códigos de barras de ciertos productos y te mandaban un recetario. Ya no te mandan libros de cocina, ni nada....

Bizcocho:
- 150 gramos de margarina o mantequilla
- 250 gramos de azúcar
- 6 huevos
- 250 gramos de harina de repostería. 
- Un sobre de levadura.
Precalentar el horno a 180º.
Poner en un cuenco la margarina o mantequilla con el azúcar y batir con la batidora. Añadir los huevos y batir hasta que la mezcla quede esponjosa. Incorporar la harina, poco a poco, con un tamiz, y la levadura, y seguir batiendo hasta mezclar. Engrasar un molde y verter la mezcla. Meter en el horno 45 minutos. Sacar, desmoldar y cortar por la mitad a lo largo. Yo lo hago atando por todo el contorno un hilo normal de costura y haciendo un nudo, tirando de los extremos con cuidado. Queda perfectamente dividido, pero se tiene que hacer en caliente. Dejamos enfriar.

Crema de yema:
- 1/2 vaso de agua.
- 250 gramos de azúcar.
- Zumo de medio limón.
 -Una cucharada de Maicena y dos de leche.
- 4 huevos y dos yemas.
Poner en un cazo el agua, el azúcar y el zumo de limón y poner al fuego, removiendo, hasta que se haga un almíbar y empiece a hacer burbujas grandes. Dejar templar. Diluir la Maicena en la leche y mezclar con los huevos y las yemas batidos. Agregar el almíbar a esta mezcla y poner de nuevo al fuego en el cazo, que pondremos a fuego medio sin dejar de remover hasta que espese. Si empiezan a salirnos partes tostadas al remover hay que bajar más el fuego. Añadir 30 gramos de mantequilla y remover. Reservar.

Crema de mascarpone:
- 500 gramos de mascarpone.
-Un brick de nata de montar.
- 100 gramos de azúcar glas.
- Una cucharada de extracto de vainilla.
- Dos sobres de estabilizante de nata Dr. Oetker (lo venden en el supermercado del Corte Inglés) o dos cucharadas de leche en polvo. 
Esto último es opcional, pero sirve para que la crema se quede más firme y más estable para manejar con la manga pastelera.
Montar la nata en la batidora, con el accesorio correspondiente, o en la Thermomix, poniendo la mariposa y montando a vel. 3-4, hasta que quede montada, sin que se pase y se haga mantequilla. Añadimos el azúcar, la vainilla y el estabilizante y mezclamos bien. Lo pasamos a un tupper y a la nevera. Yo lo tengo que esconder, porque si no, no llega vivo para el relleno.
Montaje de la tarta:
Abrimos el bizcocho por la mitad y lo rellenamos con la crema de mascarpone, reservando al menos un tercio para la decoración con la manga. Cerramos y extendemos por encima la crema de yema. Terminamos la decoración poniendo por encima unas almendras laminadas tostadas y rodeando el contorno con el resto de la crema de mascarpone, ayudándonos con la manga.


Una cosa más o menos así. Bonito, ¿a que sí? Yo le puse un toque adicional: antes de poner las almendras por encima, le di un toque a la crema de yema con el soplete de cocina. Le da un punto tostado exquisito. Y a mí me encanta manejar el soplete: qué peligro tengo.... Aunque no tanto como con el hilo y la aguja.
A disfrutar...







No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.