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miércoles, 6 de mayo de 2015

TARTA SACHER SIN AZUCAR

 He preparado -y probado con entusiasmo- esta recomendable receta, fusilada del blog Con las zarpas en la masa y del libro "Chocolate", de Le Cordon Bleu. Realmente tiene unas calorías moderadas, las cantidades de fructosa, harina y almendra son pequeñas y el chocolate bueno no engorda. Lo dicen los Evangelios de San Montignac y no seré yo quien ponga en tela de juicio tan conveniente afirmación. Pero no le digáis a nadie que la receta es sin azúcar, que es como cuando alguien te elogia un vestido y lo echas a perder diciendo que es de las rebajas de hace tres años. No permitamos que la verdad nos arruine una buena tarta..
Servidora de ustedes sigue con su operación traje de baño (el bikini se ha jubilado, prudentemente, y se ha ido de viaje con el Imserso), y sufro esa especie de síndrome de Estocolmo de quienes estamos a dieta y decimos que comemos muy bien y que no tenemos hambre nunca. Esto último es cierto, debo haberme comido media dehesa extremeña, tanto en hectáreas de verde como en jamón del bueno... que tampoco engorda, por cierto. También es cierto que la primavera invita a pasar más tiempo en la calle y menos al lado de la peligrosa nevera, que es una compañía muy poco recomendable.
Fue por estas fechas, pero hace tantos años que me avergüenza recordarlo, que se inauguró en Málaga el Tívoli World. Entonces no conocíamos más parque de atracciones que los cuatro carricoches que montaban para la feria. A mí me dio una perra espantosa con el Tívoli, y, aunque no era una niña antojona, traía fritos a mis padres para que me llevaran. Se lo pedía una y otra vez, y como perro porfiado saca bocado, y a cansina no me gana nadie, llegó el momento en que mi madre decidió que iríamos. Nunca olvidaré mi impresión: era un día de primavera espléndido, estaba lleno a rebosar de gente, cosa que (entonces) me encantaba, y, en definitiva, aquel lugar era el paraíso en la tierra para una cría de casi ocho años: música, algodón de azúcar, luces por todas partes.... Incluso mis padres lo disfrutaban, hasta el punto de que mi madre se subió conmigo en el "látigo". Me senté, sintiendo esa mezcla de terror y subidón que te produce subirte en un chisme de ésos, y aquello empezó a arrancar y a dar vueltas, más y más deprisa. Gritábamos como locas, que es una parte importante de la diversión, y en un momento dado la fuerza centrífuga le soltó a mi madre el postizo que llevaba debajo de su pelo. Un pedazo de pelucón, por sí solo, tipo y tamaño Brigitte Bardot, con sus cuatrocientas horquillas, que salió despedido y le fue a dar en toda la boca a una mujer que había en el carricoche de atrás.  La cual señora empezó a aullar, -todo lo que aquel postizaco rubio le permitía-, en un idioma que tenía muchas kas y muchas efes. A lo mejor era la madre de Angela Merkel. Qué carácter. Mamá también se puso a chillar al mismo tiempo "¡¡¡ AY, MI POSTIZO!!!, ¡¡¡MI POSTIZO!!!, con lo cual éramos la diversión de parroquianos de varias nacionalidades. Por fin nos bajamos, y la ofendida nos tiró a la cara el inesperado obsequio, entre espumarajos de rabia, y con otra ración de imprecaciones abundantes en kas y en efes. Con la cara del color de una remolacha, era la viva imagen del escarnio, pobrecilla. Mamá le decía, como si la entendiera:
- ¡Pero no se ponga usted así, mujer! ¡Si está muy relimpio, que lo he lavado con champú esta mañana!
Pero nada de nada: la mujer se alejó de nosotras como de la peste, todavía haciendo aspavientos. Entonces mami se colocó el ultrajado pelo falso, y nos sentamos en un banco, llorando a mares de la  risa, mientras papi suspiraba muy avergonzado: "hay que ver...hay que ver". Qué rato más bueno, de verdad. Creo que pocas veces en mi vida me he reído tanto como ésa. Para rematar, me subí en casi todas las atracciones, y me dejaron tomar algodón de azúcar y Coca-Cola, que normalmente estaba prohibida. Volví a casa con el estómago empachado y agotada de pura alegría. Fue uno de los días más felices que los que tengo memoria. Después creces, y sin saber cómo, un día miramos al mundo con ojos de adulto, se apaga la ilusión y comienzan a interesarnos cosas sensatas y deprimentes  como los seguros de vida y una casa en propiedad.  Ay, bendita infancia....qué lejos nos queda.
Ingredientes:
Para el bizcocho:
- 180 gramos de chocolate negro al 70% sin azúcar.
- 50 gramos de mantequilla
- 7 claras de huevo. Para eso están esas botellas tan apañadas que venden en el super. Yo me he hecho adicta.
- 4 yemas de huevo.
- 40 gramos de fructosa.
- 50 gramos de harina de repostería.
- 30 gramos de almendras molidas.
Para el almíbar:
-150 ml. de agua.
- 50 gramos de fructosa.
- 1 cucharada sopera de licor de cerezas. Ese que compré un día en Rute, para emborrachar a las visitas y a los pasteles.
Ganache de chocolate:
- 200 gramos de chocolate puro de postres sin azúcar.
- 200 ml. de nata ligera, 15% de materia grasa. Ahora hay incluso con menos.
Relleno:
 200 gramos de mermelada de albaricoque sin azúcar.
Para el bizcocho: Precalentar el horno a 180º. Fundir el chocolate con la mantequilla en el microondas o al baño maría. Batir las claras a punto de nieve. Añadir la  mitad de la fructosa. Batir las yemas con el resto de la fructosa, añadir el chocolate fundido, la harina tamizada y la almendra molida. Por último, añadir las claras poco a poco, envolviendo, para que no se baje. Engrasar un molde de 22 cm. de diámetro y hornear a 180º, 40 minutos.
Dejar enfriar por completo y abrir por la mitad, con un cuchillo de sierra o atando un hilo por el contorno y tirando.
Ponemos el agua, la fructosa y el licor, para el almíbar, en un cazo, removemos y lo ponemos a hervir hasta que burbujee bastante y quede algo espeso. Reservamos. Fundimos el chocolate de la ganache con la nata y reservamos igualmente.
Ponemos en la mitad de abajo del bizcocho el almíbar, pinchando varias veces para que se empape, cubrimos con la mermelada y lo tapamos con la mitad de arriba. Dejamos refrigerar al menos media hora. Sacamos, cubrimos con una parte de la ganache y refrigeramos diez minutos más. Volvemos a calentar la ganache si se ha endurecido y cubrimos de nuevo la parte de arriba, reservando un poco para escribir el "Sacher", que no es imprescindible, pero hace fino. Si optamos por escribir, tenemos que comprobar que la ganache tiene la consistencia adecuada. Si no, hay que enfriar hasta que esté manejable, y escribir con la manga y una boquilla lisa, y muuuuucha calma. De lo contrario, sale una cochinada importante, pero si es así, se extiende y se vuelve a empezar.

Es una tarta agradecida, vistosa y buenísima de sabor. Disfrutemos otro poquito...

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