El lunes de esta semana amenazaba con ser mucho más lunes que los demás.. Sólo tras la ingesta de varios cafés ascendí a la categoría de ser pensante. La semana entera se extendía ante mí como una larga travesía por el desierto. Qué pereza infinita. El día amanecía medio nublado y tristón sobre el escenario de mi casa, que tras el fin de semana estaba como el estadio de la Rosaleda después de un partido con el Betis. De pena. Echo mano de un recurso extremo y cojo mi móvil y los cascos y llamo en mi auxilio a doña Celia Cruz. No falla: a los pocos minutos el día se vuelve soleado, los pajaritos cantan, el blanco y negro se vuelve color, y el "¡¡¡Aaaaasúcar!!!" me pone en pie por fin. No hay mal humor que resista a Celia Cruz. Me pongo a reírme yo sola: me acuerdo de "aquellas" clases de baile de salón....
Hace muuucho tiempo, cuando mi niño mayor tenía un año, y el segundo aún permanecía en el mundo platónico de las ideas, una de mis cuñadas me propuso que nos apuntásemos juntas a clases de baile latino. En cuanto su marido se enteró, dijo que vaya buitreo que había en esos sitios y que él se apuntaba también, fuera a ser que nos raptasen. Su esperanza era vana, pero aún así no cejó hasta arrastrar en su empeño a mi inocente marido -y hermano suyo-, al que la idea de verse metido en semejantes berenjenales le hacía una ilusión tremenda, pobre mío. Que conste que no fui yo quien le obligó. Total, que una tarde aparecimos allí los cuatro, pudiendo comprobar cómo el supuesto buitreo se reducía casi en su totalidad a varias parejas, más tres o cuatro despistados que parecían haberse caído de un nido, y se habían caído efectivamente, como con el paso del tiempo pudimos comprobar. Desde luego, el que fuera a ligar, se iba a comer las patas como los pulpos. De las parejas, se las veía muy entusiasmadas a ellas y con diversos grados de reticencia a ellos, desde la resistencia pasiva hasta la llevada a la rastra. En tan buena disposición, nos pusieron nuestra música y empezaron a enseñarnos los pasos básicos, y la verdad, aquello era muy divertido. Teníamos delante un espejo para que pudiéramos ver con todo detalle cómo hacíamos el ridículo. No sé por qué, pero bailar frente a un espejo te hace sentir muy tonto. Mi marido y mi cuñado, desde el principio, eran un poema: hacían muy obedientes sus pasos, uno-dos-delante-detrás..... siempre a contramano. Cuando los demás íbamos hacia la izquierda, ellos dos iban hacia la derecha, y viceversa, absolutamente compenetrados y con la misma cara con la que podrían estar presidiendo una junta de accionistas. Pedazo de cuerpo de baile que perdió el Tropicana. Yo lloraba de risa. Teníamos un profesor, cubano él, y ejerciente, que me los traía breados:
- ¡¡¡ A veeer!!!! ¿Qué les pasa a usteeeeedes los europeos? Tienen caderas, ¡¡¡úsenlas, pues!!! ¡Están ustedes bailando, no desfilando, mi amooooor! ¡¡¡Y uno, dos....!!!
Pero tanto esfuerzo era estéril. Obtener algo de arte y sandunga de ambos hermanos era como intentar sacar sangre a una piedra. Con el tiempo y la práctica, mi cuñado sí se soltó bastante, pero a mi santo no había quien consiguiera descuajeringarle ni un poco. Era un poste de la luz en medio de una plaza, así le trajeras a la Sonora Matancera y la orquesta de Tito Puente juntas. (No te enfades, mi amor; pero lo que es, es). Uy, pero fue aún peor cuando nos pusieron a bailar en pareja. A diferencia de lo que ocurría con su hermano y él, no había manera humana de que "él y yo" nos coordinásemos: si yo movía una pierna hacia adelante, mi marido movía la suya del mismo lado, y nos pegábamos unos rodillazos impresionantes. La furia cubana volvió a intervenir:
-¡¡¡A ver, ustedes!!! Fíjense en mí -y me agarró y empezó a darme vueltas como una peonza, y a meterme empujones para acá y para allá- ¡¡¡Desisión!!! ¡¡¡Enerhííía!!! ¡ASI tiene usted que coger a la pareja!Al oír esto, me puse derecha (milagrosamente) y le dije al profesor:
-¿Pero cómo que "así"? Así yo no bailo. ¡Eres tú el que me está bailando "a mí" como a un trompo!
- ¿Y pues, m¨hija?. Pues claaaro. ¡El hombre de la pareja es el que tiene que DIRIGIR a la mujer! Fááásil, sólo te tienes que dejar llevar.
¿¿¿Perdón??? Me erguí como si me hubiesen pisado el rabo, y en un incontenible ramalazo de "pepacarballismo" que me puso en jarras, le solté:
- Y eso ¿quién lo ha dicho? ¡¡¡Me va a DIRIGIR su abuela!!!
- Ay, mi amoooor. Eso lo digo yo ¡A ver que te creías tú que es el baile de salón! ¡Empesemos de nuevo y déééjese llevar! ¡Otra vez!
Yo lo intenté. En serio. Le puse toda mi voluntad. Pero no lo entendí nunca: si yo bailaba mejor, ¿porqué no podía ser yo la que dirigiese el asunto? Mi marido, que se había venido arriba con lo de que me tenía que dirigir, intentaba marcarme el paso, mientras que yo intentaba marcárselo a él con frenesí. Con lo cual se montaba un pugilato en toda regla entre nosotros, dejándonos cada round con los pies pisados, las costillas en carne viva de los codazos, y los nervios de punta, más el correspondiente intercambio de recriminaciones y exabruptos. Muy prudentemente, nos separaron y nos pusieron a hacer la rueda cubana, en la que tienes que bailar unos pasos, sucesivamente, con todos los compañeros de baile. Ese fue mi castigo por creer que bailar con mi marido era malo. Primero me tocó un hombre al que le sudaban horrorosamente las manos (ighhhs), y sucesivamente algunos que se arrimaban mucho, y otros que no se arrimaban ná de ná, como si yo fuera un miura. También había de los que te cogían la mano como el que agarra un pescado muerto, y como guinda del pastel, un señor (formato armario ropero con luna) que no paró de pedirme perdón en todo el rato, para, acto seguido, tirarme de cabeza contra uno de los altavoces y dejarme fuera de juego. La Iglesia tenía razón: el baile es cosa del demonio. Y en nuestro caso, se estaba empezando a convertir en un deporte de riesgo, física y afectivamente. Temimos que nuestro amor, y nuestras rodillas, no sobrevivieran a aquella feroz lucha por el poder, así que decidimos dejarlo estar en ese punto, y no tentar a la suerte. Sobrevivimos a aquello, pero siempre, siempre, bailo sola.........
Vuelvo a la realidad. Entre son y guaracha, lo he dejado todo listo. Sólo me queda preparar este arroz que es muy demandado en mi casa, y que tiene la virtud de acabar con los restillos de cosas de aquí y de allá. Yo lo llamo limpia de despensa. Por ahí lo llaman cocina de fusión. Otro motivo más por el que nunca iré a MasterChef.
Receta del invento
-Un vaso de arroz basmati, a ser posible del que viene mezclado con arroz salvaje.Vuelvo a la realidad. Entre son y guaracha, lo he dejado todo listo. Sólo me queda preparar este arroz que es muy demandado en mi casa, y que tiene la virtud de acabar con los restillos de cosas de aquí y de allá. Yo lo llamo limpia de despensa. Por ahí lo llaman cocina de fusión. Otro motivo más por el que nunca iré a MasterChef.
Receta del invento
-300 gramos de filetes de pechuga, o restos diversos de carnaza que tengáis por ahí. Preferiblemente en buen estado.
-Cuatro o cinco dientes de ajo.
-Cien gramos de pasas o arándanos desecados, al gusto.
-150 gramos de frutos secos diversos: piñones, almendras, nueces y restillos varios, de los que os han sobrado de la cervecilla del mediodía..
-Un puerro grande.
-Una cebolla
-Una bandejita de champiñones laminados.
-Un calabacín grande.
-Sal, pimienta, y aceite.
-Un pellizco de curry (opcional)
Se cuece el arroz durante 25 minutos y se cuela. Se corta en tiras la carne y se sofríe en un fondo de aceite. Se saca y reserva. En el mismo aceite, ponemos el puerro cortado en rodajas, los champiñones y el calabacín en cubitos, y lo salteamos hasta que esté todo tierno. Sacamos la verdura y ponemos el ajo troceado y los frutos secos para que se tuesten un poco, pero sin las pasas o arándanos, que añadiremos al final. Se mezcla todo el conjunto de lo salteado con el arroz, se sazona con la sal, pimienta y curry, y ya tenemos plato vistosillo, apañado, y que permite remediar la mala conciencia de esos cajones desastrosos que tenemos con cuatrocientas bolsas abiertas.
Animo y alegría....
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