Mediodía, parada del autobús. Está medio lloviznando, me he mojado los pies y, por suerte, he encontrado asiento bajo la marquesina. Tengo junto a mí setecientas bolsas resultado de setecientos recados diversos, y mato, ma-to, por llegar a casa. A mi alrededor, hay varios niños que han salido del colegio, escoltados por sendas madres a las que ya, a esa hora, el día se les ha hecho muy largo; conozco bien esa expresión macilenta de la cara, no la he de olvidar mientras viva. Son niños de unos seis o siete años, a los que han dado suelta en el colegio y salen como los toros a la dehesa. Andan moscardoneando a mi alrededor. Angelitos. Me chillan en la oreja. Qué le vamos a hacer, me han tocado a la vera especímenes por desasilvestrar. Me hago cargo de que esas madres necesitan relajarse y hablar con alguien adulto siquiera esos diez minutos, pero este deseo nunca debe prevalecer sobre la absoluta necesidad de enseñar a los niños a comportarse en cualquier espacio público, para no ser unos centollos impresentables el día de mañana. Por asociación de ideas, estoy empezando a acordarme de "Las brujas" de Roald Dahl, cuando una de ellas dice: "¡Hay niños porrr aquí! ¡Huelo a caca de perro frrrrresca!". Uno de los enanos es particularmente cansino: tiene querencia por el rincón donde estoy sentada junto con otra señora y ya me ha dado tres codazos, veinte pisotones y cuatro patadas a las bolsas que llevo, espachurrándome los dos kilos de tomates que hay en una de ellas; veo el estropicio a través del plástico. Su madre está sentada a menos de un metro. Empieza a gotearme el colmillo. La señora que tengo al lado murmura algo así como:
- No, y "jigonas", es que las hay "jigonas"...
Como si hablase de la papelera. La madre mirando al tendido con cara de haba, decidida a ignorarlo todo a su alrededor. El angelito se me vuelve a acercar y compruebo, estupefacta, cómo alza una pierna absolutamente dispuesto a subirse sobre "mí", como si yo formase parte del mobiliario municipal. Me inclino sobre la pequeña bestia, sonrío con la dulzura de una abuelita ya medio gagá y le mascullo entre dientes:
-"Ni" se te "ocurra". -Añadiendo, más bajito: -- No, y "jigonas", es que las hay "jigonas"...
Como si hablase de la papelera. La madre mirando al tendido con cara de haba, decidida a ignorarlo todo a su alrededor. El angelito se me vuelve a acercar y compruebo, estupefacta, cómo alza una pierna absolutamente dispuesto a subirse sobre "mí", como si yo formase parte del mobiliario municipal. Me inclino sobre la pequeña bestia, sonrío con la dulzura de una abuelita ya medio gagá y le mascullo entre dientes:
Hay que reconocer, en justicia, que el enano no es tonto del todo. Se para en seco, me mira a los ojos, retrocede unos pasos sin perderme de vista y sale, prudentemente, de la zona roja. La señora de al lado me susurra:
-Bien hecho. Yo estaba al quite para arrearle con el paraguas, por si acaso, que le tenía unas ganas....
Llega mi autobús, gracias a Dios. Me quedo pensando en cuando yo era pequeña y cualquiera te podía llamar la atención si te portabas mal, y los niños éramos un estupendo cero a la izquierda. Entonces pensaba que ser padre era un chollo, y que ya me desquitaría en ese momento. Ilusa de mí: ser padre está hoy en la categoría más baja del organigrama. Antes los que mandaban en casa eran los padres:. Ahora los reyes de la casa son los hijos. Qué generación más desgraciada la mía, que no pintamos nada en ningún momento de nuestra vida. De niña con frecuencia escuchaba aquello tan odioso y repipi de "cuando los mayores hablan, los niños se callan". ¿Por qué?, me preguntaba yo. Como si los adultos dijesen alguna vez algo interesante. Adultos que mienten, diciendo "me alegro de verte", cuando sabemos que se repatean el hígado mutuamente. Adultos con sus perogrulleces, sus diálogos de besugos y sus comentarios previsibles proferidos desde lo alto, porque hablo de la época en que yo vivía en un mundo de piernas: era muy pequeña. Los adultos siempre te hablaban como si fueras tonto. Había algo que me disgustaba particularmente, y era que si al mediodía llegaba una vecina, o cualquier visita, (aunque no eran horas) y yo estaba comiendo, me preguntaba siempre, siempre, en un tono horriblemente empalagoso:
-¿Tienes hambre?
Y tener que decirles:
-Sí. Mucha.
Y tener que decirles:
-Sí. Mucha.
Y no poderles decir:
-No. Es una apuesta que he hecho. Si tres personas me hacen hoy la misma pregunta estúpida, me dan postre, buena mujer. Mil gracias por su colaboración.
En tiempos más modernos, recuerdo que una vez regañé por algo a mi hijo el pequeño, que no tenía entonces ni cuatro añitos. Se volvió y me miró, con sus ojitos verdes y sus pecas adorables, y me espetó con inesperado vozarrón de camionero un "¡¡¡CÁLLATE, MUJER!!!, que me sentó de culo en la escalera. Me recordó a esas películas del Oeste en que el patriarca manda a la mujer a la cocina cuando los hombres se reúnen. Me reí muchísimo; qué incauta era, Dios mío, al creer que era una simple anécdota.... Otras veces, cuando estaba enfadadísimo conmigo, me llamaba "samandija", por "sabandija", que era un insulto que le llamaba Pete Pata Palo a Mickey Mouse en unos dibujos animados. Ese es el respeto materno que me he ganado. Mal, muy mal...
Ya en casa, suelto las bolsas y saco los tomates perjudicados. En el frutero hay tres plátanos melancólicos que se acuerdan mucho de sus islas natales. La experiencia me dice que nadie se los comerá a estas alturas ("¡están poooochos!") en su forma original, así que voy a preparar un bizcocho que nos gusta a todos y es muy fácil.En tiempos más modernos, recuerdo que una vez regañé por algo a mi hijo el pequeño, que no tenía entonces ni cuatro añitos. Se volvió y me miró, con sus ojitos verdes y sus pecas adorables, y me espetó con inesperado vozarrón de camionero un "¡¡¡CÁLLATE, MUJER!!!, que me sentó de culo en la escalera. Me recordó a esas películas del Oeste en que el patriarca manda a la mujer a la cocina cuando los hombres se reúnen. Me reí muchísimo; qué incauta era, Dios mío, al creer que era una simple anécdota.... Otras veces, cuando estaba enfadadísimo conmigo, me llamaba "samandija", por "sabandija", que era un insulto que le llamaba Pete Pata Palo a Mickey Mouse en unos dibujos animados. Ese es el respeto materno que me he ganado. Mal, muy mal...
Receta:
-3 plátanos maduros
-3 huevos
-200 gramos de azúcar moreno
-225 gramos de harina de repostería
-Un sobre de levadura
-Un yogur
-Un vasito de aceite de oliva de medida del yogur
-100 gramos de nueces troceadas.
-Un puñado de pepitas de chocolate. En el Mercadona las tienen.
Precalentar el horno a 180º.
Engrasar y enharinar un molde alargado, o el que encarte.
Batir los huevos con el azúcar hasta que espumee bastante. En la Thermomix, dos minutos a 37º, vel. 4., y luego 2 minutos más sin temperatura.
Añadir los plátanos, el yogur y el aceite, y batir hasta integrar.
Añadir la harina y batir.
Poner las nueces y las pepitas de chocolate y remover.
Verter la mezcla en el molde y meter en el horno. Pinchar a los 45 minutos, por si hay suerte, pero suele tardar más bien una hora. Comprobar que al pinchar sale seco y apagar entonces el horno.
Dejar dentro el bizcocho con la puerta entreabierta hasta que entibie.Sacar y desmoldar.
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Soy una merienda fantástica...... |
En fin, he desahogado mi frustración de madre desempoderada. Adoro a mis hijos por encima de todo, pero recuerdo que hace años, cuando ellos ya habían crecido, quise empezar de nuevo y tener un tercero. Por suerte, me di con la sartén de las tortillas en la cabeza y se me pasó....
Feliz semana a todos.
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