A la hora presente, me encuentro aquí sentada, escribiendo, con mi taza de té y banda sonora incluida: los rítmicos martillazos de nuestra obra en stacatto vivace. No, la obra no la hago yo. La obra la hacen los vecinos; pero, después de casi dos semanas, no puedo evitar sentirla también un poco mía. Cuando trabajo por las mañanas en casa, oigo esos martillos, esa radial, y esas disquisiciones ontológicas de los albañiles sobre si es mejor la Alhambra o la Budweiser, y me siento la mar de acompañada. De hecho, ni siquiera me molesta: esto es una minucia, después de la visita indeseada que hemos tenido en casa. Mi hijo me llamó un día:
-Mamá. Adivina lo que he visto en la puerta del salón.-Oh. No. ¿Otra vez?
-Oh. Sí. Me ha mirado y se ha metido para dentro.
-Pues cierra la puerta, que la tengamos localizada por lo menos.
Llamé a mi marido para darle la buena nueva: le iba a tocar nuevamente organizar una partida de caza mayor. Porque es la tercera vez en quince años, amigos míos, que se nos cuela una rata en casa. Vivimos en una planta baja y los patios de los vecinos están corridos. Tenemos el campo detrás. Así que es un espacio Schengen de libre circulación para los bichos, cualquiera que sea su vecindad, origen o residencia Siempre nos ha gustado tener la naturaleza cerca de nosotros, aunque no tanto: cada uno en su habitat está muy bien. Vamos a no equivocarnos.
La primera vez el animalejo se subió todas las escaleras y se metió en mi vestidor. De un jersey mío hizo un sueter calado de verano monísimo. Hubo que entrar a saco, pegando palos por todas partes, con el roedor en vuelo rasante y varios looping ejecutados a pocos centímetros de la cara de mi marido. Fue capturada con toda felicidad y arrojada al exterior con catapulta. La segunda que entró prefirió afincarse en el salón. Empezó por comerse unos bombones de licor que me habían regalado y que yo tenía en un cuenco, con la esperanza de que se los terminasen las visitas, porque estaban asquerosos. Se los hincó uno por uno, aparentemente sin efectos adversos sobre su organismo. Mismamente como si fuera de la Legión. Yo, en cambio, me había puesto malísima el día que los probé. Por eso serán las ratas y no los humanos las que pueblen la Tierra tras el apocalipsis nuclear. Si sobrevives a una caja de bombones ucranianos rellenos de slivovitz, no hay nada que pueda matarte. Lo que La-Que-No-Puede-Ser-Nombrada ignoró por completo fue el veneno que pusimos. Se lo comió el Curro, que se escapó y lo trincó del cubo de la basura, una vez finalizado el episodio. No se nos murió de milagro. En tratándose de comer, el Curro se vuelve completamente idiota, animalito. Total, que el maldito roedor le cogió gusto a la vida en familia y como no había forma de que se largara, al final lo tuvo que matar mi marido, -principalmente porque todos los demás nos negamos en redondo- cortando orejas y rabo y saliendo en hombros de la plaza.
Esta tercera vez ya teníamos cierta veteranía en dilucidar dónde podía estar escondido el puñetero bicho, que no creáis que es tan fácil. Se montó el operativo mientras yo animaba valerosamente a través de la puerta al grupo de operaciones especiales y rezándole a todos los santos del día. En esta ocasión no hubo que matarla: tras la correspondiente sesión de palos y castañazos a los muebles, la convencieron de que se largara por sus propios medios, para satisfacción de mi marido, al que las ratas dan aún más asco que a mí. Aunque ésta al parecer era una rata de campo, con su pelito gris, bonita y todo. Tras aplaudir el mutis por el foro, nos pusimos a volver los muebles y todo lo demás a su sitio, limpiando como posesos...... para descubrir que en la estantería, detrás de los tomos del Viaje por España del barón de Davillier, ilustrado por Gustavo Doré, (buena elección) el visitante se había montado una guardería. Ocho contamos. Había entrado en casa para parir. Me morí. Hubo que proceder al desahucio y me dio una pena horrorosa; tuve el alma encogida todo el día.. Pero está claro que no estábamos hechos para vivir juntos.....
Así que después de esto, la obra de los vecinos es una verbena con kermesse incluida. El mal rato me ha durado días enteros. Hay que preparar un plato reconfortante para los disgustos y para los primeros fresquillos. Este sirve bastante bien, aunque no es apto para aquellos que odian los congelados. Pero yo tengo que hacer sitio en el arcón, así que tiro de ellos. Siempre tienes la opción de irte al mercado y traértelo fresco. Tú mismo.
Ingredientes:Así que después de esto, la obra de los vecinos es una verbena con kermesse incluida. El mal rato me ha durado días enteros. Hay que preparar un plato reconfortante para los disgustos y para los primeros fresquillos. Este sirve bastante bien, aunque no es apto para aquellos que odian los congelados. Pero yo tengo que hacer sitio en el arcón, así que tiro de ellos. Siempre tienes la opción de irte al mercado y traértelo fresco. Tú mismo.
- 1 paquete de preparado de paella de marisco
- 1 paquetes de mejillones cocidos sin concha.
- Dos colas de rape pequeñas o una grande.
- 2 rebanadas de pan.
- Un puñado de almendras.
- Un tarro pequeño de pimientos del piquillo.
- Aceite.
- Sal.
- Un tomate
- Una cebolla.
- Cuatro dientes de ajo.
- Tres o cuatro ramas de perejil.
- Una cucharada de pimentón.
- Una cucharadita de estragón seco.
- Dos pastillas de caldo de pescado.
- Tres o cuatro hebras de azafrán.
- Una copa de vermut. Aparte del que te bebas. Porque sé que lo harás.
- Dos guindillas.
Poner a cocer el pescado y el marisco. Poco, diez o quince minutos. Colar y reservar el caldo. Freír en una sartén con un fondo de aceite el pan, las almendras, los ajos y el perejil. Sacar, y, con la sartén apagada, poner la cucharada de pimentón y remover. Añadir al frito de almendras, que se triturará y reservará.
Limpiar todo el preparado de marisco de conchas y cáscaras, quitar la espina al rape, y triturar en la Thermomix una parte de la preparación y el majado de pan y almendras, menos las guindillas. Añadimos agua al gusto, el vermut, el estragón, el azafrán, la sal y las guindillas y dejamos que hierva todo junto unos diez minutos. Sacamos las guindillas, a menos que nos interese hacer la puñeta a algún comensal, y servimos con unos cuscurros de pan frito.
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Mano de santo. Pero de verdad. |
En paz y en gracia de Dios. El episodio ha convencido a mi marido y encargado del mantenimiento (somos muy tradicionales en esto) de la necesidad de poner barreras físicas, así que no hay mal que por bien no venga. No hay nada comparable a la satisfacción de restregar durante días aquello de "te lo dije". Qué gusto da chinchar un poco al marido...
Feliz fin de mes a todos.
Feliz fin de mes a todos.
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