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miércoles, 14 de octubre de 2015

WOK TOTUM REVOLUTUM. Receta estrella de fusión (de sobras)

Tras un sabroso puente, interrumpido por una guardia que he tenido, la semana empieza que echa humo. Tengo que arreglarme rápidamente, sacar al Curro y salir pitando para el Juzgado, donde tengo comparecencias que celebrar. Hay días que si una ha dormido regular, necesita un refuerzo extra para salir presentable a la calle: éste, precisamente, es uno de ellos. Necesito una sesión intensiva de chapa y pintura para que no me tomen por una aparición. Y voy sacando los trastos necesarios. No recuerdo ni cuándo empecé a maquillarme. Para mí es parte de mi rutina diaria, como peinarme o lavarme los dientes. Antes muerta que sencilla. Esto se remonta a muchísimo tiempo atrás. Mi madre tenía la costumbre, casi todas las tardes, de bajar a esperar a mi padre cuando cerraba la tienda y volverse a casa paseando con él. Llegaba la hora en que se arreglaba y yo me quedaba sentada en la puerta del baño, mirándola completamente embobada. La veía sacar todas esas cajas y chismes tan bonitos y obtener de ellas potingues verdes, azules, rojos, que se iba aplicando hasta transformarse por completo. Entraba un ama de casa con rulos, y salía un pedazo de Silvana Mangano que lo crujía. No exagero: mamá era como una de las maggioratas del cine italiano, un cañón de señora. Durante el proceso siempre llegaba el momento en que se ponía nerviosa y me decía:
-Niña, ¿qué miras? Vete a merendar, a hacer los deberes, o a hacer puñetas, ¡pero deja ya de mirarme, que me pones nerviosa y me sale la raya torcida! ¡Lechuga!
Y yo me iba a regañadientes: me fascinaba absolutamente toda la operación de "arreglarse", que culminaba con el fumigado de una nube de perfume, nube que la escoltaba hasta la puerta junto con el ruido de sus tacones, que se iba apagando por la escalera.....
Un día, cuando yo era ya una muchacha en edad de merecer (es decir, una pavilacia de mucho cuidado), se vino a casa una vecina, que se estaba sacando un dinerillo vendiendo productos de cosmética. Se vino con su maletín, empezó a sacar cajitas y se empleó en mi persona, Sacó una base de maquillaje bastante clarita, empezó a darme manos y manos, y luego se pasó a la sombra, lápiz, máscara y toda la parafernalia. Se tiró casi una hora conmigo, y luego llamó a mi madre para que admirase su obra. Mamá vino de la cocina, abrió una boca de dos palmos, retrocedió dos pasos y le dijo muy seria a la vecina y tocaya suya:
- Ay, Pepita. Malas puñaladas te den. No la has pintado. ¡La has "arrepellao"! ¿Pero tú te crees que mi niña es la fachada de un cortijo?
 La vecina, herida en su pundonor profesional, le contestó:
- Pues no sé cómo no te gusta. ¡Porque la he dejado bien guapa! ¡Como una pintura!
Y mami contestaba:
- No la has "dejado" guapa. "Era" guapa, y bien guapa, antes. Antes de que le pusieras las manos encima. (suposición ésta que viene a demostrar lo incondicional del amor materno) ¡Vamos! Quítate eso, hija, que pareces una pilingui. ¡Estás para chillarte!
En esto mami no tenía razón: no parecía una pilingui. (En lo de chillarme, sí). Pero ningún hombre en su sano juicio se me hubiese acercado jamás. Se hubiese cambiado de acera. Una pintura sí que parecía. Una de la serie negra de Goya. Cuando me miré al espejo me di miedo a mí misma. No sabía que nadie se pudiera poner tan "horrible" deliberadamente. Tenía la piel completamente blanca, las cejas eran tres veces las mías, los párpados estaban adornados con unos curiosos parches azules y los labios de un color fosforecente, que gracias a Dios no he vuelto a ver en el mundo, ni creo que lo viera aunque tomase mescalina. Podía adentrarme sin miedo en la noche más negra, que hubiese resplandecido como un pez de los fondos abisales. La drag queen más cazallera que os podáis imaginar era una teresiana a mi lado. Bajé al piso de abajo, a que mi prima me viera. No sé si ella lo recuerda, pero nos reímos un montón. Al final del todo, mamá le compró a la vecina una serie de productos, diciendo:
-Pepita es muy buena mujer y los productos están muy bien. pero de pintar, no tiene ni idea.....
Y yo aprendí mirándola a ella. Después de todo, como dijo Colette, ésta es nuestra verdadera cara, la que ofrecemos al mundo.
No puedo dejar de sonreír recordando todo esto. Guardo todo y salgo a la calle. Hoy hay poco tiempo, así que tiro de este plato, aprovechando cosas que tengo por la nevera. Mis hijos se encuentran con las verduras en términos más bien fríos y correctos, como cuando te encuentras en una reunión a un conocido que te cae muy gordo y te tienes que aguantar. Pues con este plato, cortadas en bastoncitos en un estilo vagamente oriental, se las comen sin protestar. Motivo por el cual empecé a cocinar la receta. Las madres tenemos que desarrollar creatividad. Además.
Ingredientes para unos cuatro comensales promedio:
-200 gramos de tallarines. Si queremos más autenticidad, fideos chinos de arroz.
-Unos 300 gramos de pechuga de pollo o de carnes varias que estén ya algo vistas en la nevera. Aunque no demasiado...
-500 gramos de gambas peladas.
-Un puerro grande o dos o tres cebolletas.
-Un calabacín.
-Una berenjena.
-Una bandeja de champiñones laminados.
-Un puñado de semillas de sésamo.
-Aceite. Puede ser aceite de sésamo para el tema de la autenticidad. No es imprescindible, el de girasol vale, aunque yo siempre pongo de oliva, si pega como si no.
-Salsa de soja.
-Una cucharadita de curry.
Se cuecen los tallarines y se reservan. Se corta la pechuga de pollo en tiritas y las verduras en bastoncitos y el puerro en rodajas o tiras, al gusto. Se reservan. En el wok se pone un fondo de aceite y cuando esté muy caliente se ponen las tiras de pollo y se doran. Se sacan y reservan. A continuación se ponen las gambas, procurando no pasarnos de cocción, y se apartan también. Añadimos las verduras y las salteamos removiendo bastante, de manera que queden más bien al dente. Se mezclan con el pollo y las gambas y se añade la salsa de soja y el curry. Es una mezcla no muy ortodoxa, pero en casa triunfa. Se sirven los tallarines aparte y cada uno se monta el plato a su conveniencia.

Plato único, muy rico, y que permite frenar la mala conciencia del despilfarro de alimentos. No se puede pedir más.
Os dejo, que el día ha sido largo.......

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