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miércoles, 30 de diciembre de 2015

ESPAGUETIS CON GAMBAS: Otro plato para imprevisores, ayyyyy....

La última entrada del año me pilla igual que todas las demás: corriendo para todas partes como el conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas, y a menos cuartillo. Este año preparo la cena del 31, para seguir mi asentada tradición no he empezado a comprar un solo regalo y a la fecha todavía no he sido capaz de darme de alta en el sistema informático que supuestamente va a empezar a funcionar como la seda en los juzgados a partir del día 1 (me parto: perdonadme un momento) Así que me tocará irme a mi colegio el día 4, con mi portátil y mi tarjeta identificativa en los dientes, a ponerme a la cola de los compañeros que sean tecnológicamente tan mantas como yo,  y a pedirle a los informáticos que por amor de Dios me den de alta ellos. Porque mi asistente particular para estos menesteres, que es mi hijo mayor, está por ahí viviendo la vida loca y ya me ha dicho que hasta dentro de unos días no cuente con verle el pelo. A  todo esto se añaden las comidas con amigos y familia. No lo lamento porque reunirme con mi gente siempre me da la vida, pero cuando me he visto hoy, comiendo por fin en casa, con mi mantelito y mi comidita normal, es que se me caían las lágrimas. A mí las Navidades me dejan para el arrastre, y eso que cuentan las crónicas que hace algún tiempo (reinado de Chindasvinto, año arriba, año abajo), hubo Nocheviejas en que la que suscribe podía bailar durante horas, subida a unos taconazos de tercer piso para arriba, fumando como un cavador y tomando pelotazos de garrafón, y luego con un chocolate y unos churros estaba nueva. Así mismo. Recuerdo en particular un año en que me fui con unos amigos a un pueblo de las Alpujarras. Paramos en la casa del cohetero, (y ésas son las señas que nos dieron) que tenía, el hombre, además, alma de empresario. Unos dieciocho o así en total. Dormíamos siete chicas en una cama de matrimonio, puestas de canto como las anchoas en la lata. Rezábamos por no tener que levantarnos de noche, porque el cuarto de baño era un añadido que alguna mente preclara había decidido poner en un cuarto exterior, saliendo a un porche descubierto, con un metro de nieve, con lo cual te volvías a la cama congelada como los mamut que aparecen de vez en cuando en los Urales. Así son tan buenos los jamones de Trevélez: el proceso lo sufrí en carnes propias. En fin, en aquellos 80 el tema del turismo rural estaba muy en ciernes, fuera de comunas de hippies y/o budistas, y nosotras íbamos muy de ciudad y de sobradas, vestiditas y calzaditas  muy monas y muy modernas. Ahora, que las gentes del lugar se partían la caja viendo las castañas que nos pegábamos al resbalar en el hielo con nuestros botines tan estilosos, con lo cual todo el glamour quedaba, en el sentido más literal, por los suelos. El ambiente era muy peculiar: tú te ibas al bar del pueblo a desayunar y te encontrabas a gentes de diversas nacionalidades tomando lo mismo vino costa, que cubatas, o café con leche y tostadas. Y en la habitación de al lado a lo mejor se oían unas músicas y unas risas tremendas, y te asomabas y lo que había era una discoteca, con su bola de espejos dando vueltas, y las risas eran enlatadas. A las nueve de la mañana. O como otra tasca muy graciosa que había donde te ponían vino y tapas, pero también podías aprovechar y mandarle una postal a la familia, porque era además el estanco y la oficina de correos. Siempre me han fascinado ese tipo de mezclas incomprensibles. Esa Nochevieja la pasamos en la discoteca principal, donde había una tele puesta, porque el especial de fin de año no lo perdonaba nadie, y asistimos en vivo y en directo a la famosa actuación de Sabrina Salerno. ¿Os acordáis? La muchacha que cantaba "Boys, boys, boys" pegando tales botes que terminó lanzando sus campanas al vuelo, y no para llamar a misa, precisamente. Fue un momentazo histórico. Los mozos del lugar,- y varios foráneos- se subían como fieras a donde pillaban, bramando:
-¡¡¡Que te digo que se las HE VISTO!!! ¡Se las he visto!
-¡¡¡Que no se le ha visto náááá.... las ganas que tú tienes, que estás como las varillas del churrero!!!
-¡¡¡Que os bajéis de los altavoces!¡¡ ¡¡¡Bajaros AHORA MISMO!!!.- decía el dueño del local, echando para atrás a aquellos salvajes con un taburete.- ¡Se las véis a vuestra novia, si os deja, y si no, os echáis en nieve! ¡¡¡COJONES!!!
Total, que si sí o si no, terminamos la noche brindando con el omnipresente (y traicionero) vino costa, en paz y amor con los lugareños. En especial con amor: qué palizas que se llegaban a poner algunas criaturas, más de una de nosotras tuvo que salir por patas. Nos volvimos a la casa, muertos de risa, sin frio ni nada, cantando "Para hacer bien el amor hay que venir al sur" y cayéndonos en la nieve constantemente. Lo pasamos genial. Tanto, que le propusimos a nuestro casero el cohetero que nos dejase unos dias más. El hombre, que era muy serio y que debía estar a esas alturas bastante harto de nosotros, nos dijo:
-Pues mirad que no va a poder ser. Porque me hacen falta vuestros cuartos para colgar las cosas de la matanza. De la que voy a hacer... Ahora, que si os queréis quedar a la matanza...
 Pues como que no. Se nos quitaron las ganas de quedarnos y le dijimos que no importaba, que no se metiera en nada. y recogimos y nos fuimos en media hora. No fuera a ser que se le cruzaran los cables, y alguno de nosotros terminase hecho menudillos y metido en tripa morcillera......
Salgo de mis recuerdos, vuelvo al día de hoy, y caigo en la cuenta de que, con tanta salida y tanto cancaneo para acá y para allá, no tengo nada hecho para comer. Y en mi casa, si no doy instrucciones expresas y concretas, hacen como los pajarillos: abren el pico y esperan a que les caiga en el buche. Que no se estremecen, vamos. Así que hago algo relativamente rápido:
Ingredientes para un barreño:
-Un paquete de espaguetis
-Una cebolla
-Dos o tres dientes de ajo.
-Dos pimientos verdes de freir, grandes.
-Un bote pequeño de pimientos del piquillo.
-Una bolsa o dos de gambas congeladas peladas, dependiendo de la gazuza que gastemos.
-Dos guindillas, o un pellizco pequeño de copos de ají picante. Mi pellizco resultó no ser tan pequeño: creo que, después de todo, me voy a poder pasar sin el botox en los morros. Badre bía. Cómo pica ebsto.
-Un espolvoreo de pimentón.
-Sal y aceite.
Se cuecen los espaguetis según la indicación del paquete. Se apartan y escurren. Mientras, en una sartén, se pochan la cebolla y los pimientos verdes hechos tiras, en un fondo de aceite no muy escaso. Se sacan y reservan. Se repite la operación con los pimientos del piquillo también en tiras. Sacamos y reservamos. Picamos los ajos y los doramos. Añadimos las guindillas o el ají y las gambas, y las dejamos saltear hasta que pierdan el agua. Cogemos un bol grande, ponemos el viaje de espaguetis y ponemos por encima todo lo demás. Salamos al gusto y ponemos el espolvoreo de pimentón.


Et voilà....
Bueno, chicos. Pasadlo muy bien. Que tengáis un año nuevo muy bueno, y que saquéis muchas ocasiones para celebrar. Todas son pocas. Es algo de lo que cada vez soy más consciente.
Feliz 2016.

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