Después de la navideña bacanal de mundo, demonio y (sobre todo) carne, Satanás se frota las pezuñas, porque volvemos al tradicional, inútil e hipócrita arrepentimiento, cuando después de haber entrado en los comedores propios y ajenos a sangre y fuego, finalmente nos replegamos a echar para abajo esos kilos de más que nos han echado los Reyes. Tras jurarme a mí misma una vez más que me haré vegetariana y abstemia de por vida, y me alimentaré de raíces, vuelvo a la olla del puchero para ponerme en modo vida normal, encontrándome con que, para variar, no tengo colmo y me he pasado tres pueblos echando garbanzos. Y yo no sé qué le pasa a los garbanzos del puchero, que son como los gremlims, en cuanto se mojan se reproducen y no se acaban nunca en la vida. Ahondas en la cacerola y hay más, y más...... La Virgen santa, ¿y qué hago yo con tanto garbanzo?
En uno de mis flashback recuerdo cuando mis hijos eran pequeños y presentaban dos estilos alimenticios claramente diferenciados: al mayor, directamente, no le gustaba nada, y el pequeño, de lo que le gustaba comía menos que un jilguero. Yo, que era, y soy, una madre sufridora de libro, me desesperaba, lamentando que la Convención de los Derechos del Niño de la ONU me prohibiese alimentarles con un embudo, a guisa de ocas normandas, o, mejor aún, con una pala retroexcavadora, pues cada comida de ellos con una mísera cuchara por arma me dejaba para el arrastre. Las tácticas defensivas variaban según el humor del día, consistiendo las más habituales en:
1) Resistencia pasiva, manteniendo el bocado en la boca a modo de pelícano, hasta el fin de los tiempos, o, en su defecto, hasta que se escupía en el plato (¡QUE ASCOOOOO!).
2) Erupción volcánica tipo Stromboli ( "Es que he estornudado SIN QUERER, mamiii." Seguida de sesión extra de limpieza -mía-, entre expresiones intranscribibles en este blog, y de jolgorio filial sin límites)
3) Pasear la comida por el plato ante mis ojos hasta que todo me daba vueltas y tenía que retirarme a un lugar tranquilo a tomarme una Biodramina.
4) -¿Qué hay de comer, mami?
-Cazuela de patatas.
-ME DUEEEELE LA BARRIIIGA.....
Aún había otra. Mi hijo mayor, que siempre tuvo gustos aristocráticos, odiaba con toda su alma los potajes, y los garbanzos en concreto suponían para él una especie de kryptonita: era verlos y retorcerse en su asiento con la desesperación de un condenado arrastrado a la hoguera, aullando:
-¡Garbanzos! ¡¡¡NOOOO!!! ¡¡¡NOOOOO!!! ¡¡¡POR FAVOOOOR!!! ¡¡¡ODIO LOS ASQUEROSOS GARBANZOOOOS!!!De verdad, escucharle partía el corazón más pétreo. Ahora que lo pienso, quizás es por eso que los vecinos me miraban con una expresión cautelosa al coincidir en la entrada. Yo hubiera hecho lo mismo: llegué a estar desquiciada.
Tras un primer momento de pánico, yo recordaba eso que dicen los libros tipo "mi niño no me come"(tema sobre el cual acumulé una amplia biblioteca) sobre quitar dramatismo a las horas de comer, para que no se nos radicalizase el conflicto, y replicaba, con el odioso e hipócrita tono cantarín de rigor:
-Uyyyy, qué van a ser asquerosos, ¡Estan BUENÍÍÍÍSIMOS! ¡Uuuuna cucharadita nada más! ¡Y te indulto! ¡Mira, al Action Man le ENCANTAN los garbanzos!
Sí. Ya. Ni Action Man, ni el avión, ni el Escuadrón de la Muerte. Si por casualidad conseguía meter de canto una cucharada en aquella muralla inexpugnable que era su boca....bueno. ¿Os acordáis del famoso chiste de Paco Gandía, verdad? Bueno, pues no voy a dar más detalles. Hubiera yo querido ver a Paco Gandía en el comedor de mi casa. No hubiera inventado un chiste, sino que hubiera escrito toda una tragedia griega. Poco a poco el tono cantarín materno se iba crispando y volviendo más desesperado:
-Anda, hijo.... sólo esta cucharada... cinco garbanzos.... bueno, dos.... ¡¡¡NIÑOOOOO!!! ¿¿¿TE QUIERES TRAGAR DE UNA***** VEZ LOS &&&&&$$$$$@@@ GARBANZOOOOS???
Y ahí naufrababa toda la pedagogía, con la madre convertida en la niña del Exorcista y la plasta de la criatura en un mar de lágrimas y potaje, combinación que, debéis creerme, resulta singularmente repulsiva. El choque de voluntades terminó cuando mi hijo aprendió a decir "yo solo", haciéndome creer que había ganado la batalla y por tanto bajase la guardia: error de principiante. Hasta que un día, metiendo la mopa bajo el mueble que tenemos a la espalda de la mesa del comedor, saqué dos o tres primorosos paquetitos de servilleta de papel rellena de garbanzo momificado, para la enorme diversión de mi hijo el pequeño, que lloraba de risa en su trona:
- ¡¡¡Qué PORQUERIA más estupenda!!! ¡¡¡AHHHHJAJAJAJAJA!!!
Comprendí al fin, aunque tardé por ser de natural un tanto lerdo, que a la fuerza no iba a conseguir nada, y que para obtener algún resultado apreciable debía recurrir a la astucia. Y un día, leyendo un libro de recetas de Oriente Medio, encontré la de los falafel. Pensé que no tenía nada que perder, la hice, la bauticé con el inespecífico nombre de "croquetas de verduras y cosas así", y triunfé. Le encantó a todos, siendo a día de hoy habitual en mi cocina. Al cabo de los años, me permití desvelarle a mi hijo la verdadera fórmula del invento, y me replicó con solemnidad:
-Hace tiempo que lo sospechaba, mamá. Igual que los Reyes sois los padres. Pero es que te hacía tanta ilusión...Y comprendes, con lágrimas en los ojos, que tu hijo ha crecido. Y que ya no puedes engañarle. Eso sí, ya come garbanzos, aunque sin entusiasmos.
Receta:
-Unos 300 gramos de garbanzos cocidos, o lo que nos quede.
-Pan rallado.
-Dos o tres dientes de ajo.
-Un manojo de perejil.
-Una cucharadita de comino molido.
-Sal y pimienta.
-Un huevo.
Se tritura junto todo menos el pan rallado y se añade éste hasta que la masa se deje hacer bolas como una albóndiga. Las aplastamos un poco y las freímos igual que las croquetas.
Se sirve con ensalada o verdura salteada, está muy rico y no recuerda especialmente a los garbanzos. Ahí dejo la idea.
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Sólo declararé ante la autoridad judicial y tengo derecho a no hacerlo contra mí mismo... |
-Los garbanzos.
-Sal
-Aceite de oliva
-Especias al gusto. Le van bien el pimentón, el comino y el curry.
Se precalienta el horno a 130º.
Se ponen los garbanzos en una bandeja de horno, se salan y se añade un chorro de aceite de oliva y las especias, hasta que queden más o menos rebozados.
Se hornean una hora o así, dando la vuelta cada veinte minutos.
Y ríete tú de las Lay´s y guarrerías similares. Que hay que comer legumbres.
Y a llevar esa vuelta al cole con alegría. Feliz mitad de semana....
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