Es un clásico. Todos los meses de enero dejaremos de fumar, o nos alimentaremos mejor, o haremos ejercicio. Yo ya he desistido de buen propósito alguno, ya que los años me han convertido en una persona realista. Sobre lo del ejercicio, en particular. Soy una persona a la que gusta caminar y puedo echar horas zapateando por ahí, pero de otro ejercicio que no me hablen, qué sufrimiento. Cuando paso por al lado de un gimnasio de esos que tienen ventanas a la calle y me veo a todas esas criaturas echando el resto y padeciendo con tan buena fe, es que me deprimo. Hace unos cuantos años tuve, sin embargo, unos atípicos meses en que salía a correr tres o cuatro días a la semana. Y es verdad que te sientes muy bien cuando terminas. Tienes un subidón de ¡guau!, ¡qué bien sienta esto!, provocado por el colocón de endorfinas, tan fuerte, que tardas cierto tiempo en darte cuenta de dos cosas: la primera, que correr es aburridísimo; y la segunda, que cuando las endorfinas bajan, te empiezan a crujir todas las bisagras y ya no te sientes como el protagonista de "Carros de fuego", sino como un penco viejo de ésos que antiguamente enganchaban al carro de la basura. Quita, quita. Con lo agradable que es pasear en este clima que tenemos. Yo apuntaba maneras desde pequeña: eso de "contamos contigo", pues que mejor que no.
En el colegio nadie me quería para el equipo de mate o de baloncesto, porque era un auténtico paquete, y yo que me alegraba. En 8º de EGB teníamos una profesora de gimnasia, que además de ser muy esotérica y ponernos a relajarnos visualizando que teníamos una esmeralda en el ombligo (lo juro por la salud de mis niños), era peor que una monitora de las Juventudes Hitlerianas. La tenía tomada conmigo y me ponía a trepar por una cuerda de nudos, que me despellejaba las manos y que tenía la virtud de que, cuando más subía por ella, más me pesaba el culo. Era terrible. A mí el único juego que me gustaba era cuando, antes de la clase, poníamos una colchoneta en el suelo, nos poníamos tres o cuatro encima, nos tapaban con otra colchoneta y el resto de la clase se nos tiraba encima del "sandwich de niñas" para aplastarnos a todas. Qué risa. Pero, por lo demás, a mí no me querían ni para pareja de hacer el pino, porque si yo tenía que sujetarle los pies a otra cuando lo hacía, me daba tanta angustia de que se cayera que la cogía a puñados de los pantalones del chándal y se los subía. Lo cual quiere decir que, al estar al revés, se los bajaba. Alguna hasta se me echó a llorar, pobrecita. Las demás de la clase se lo pasaban genial, porque yo era un valor seguro que siempre daba espectáculo. Cuando me tocaba hacer el pino a mí, o no conseguía levantar los pies de la tierra, o cogía tanto ímpetu que tiraba a la que me tenía que sujetar a mí. Y de saltar al potro, ni hablemos: como tenía tan poco fuelle, la mitad de las veces me quedaba atravesada en medio y cuando conseguía bajarme, me pasaba el resto del día caminando como John Wayne en "Centauros del desierto". Espantoso recuerdo. Sin embargo, uno de mis hijos sí que ha salido muy deportista, y no lo ha heredado de su padre, no. Es lo que se llama la redención por el karma...
Así que yo a mis caminatas, y a poner esta receta, que es verdaderamente curiosa, parece ser que típica de Canadá. No me acuerdo para nada de dónde la encontré, pero ha sido un hallazgo afortunado. Y eso que si tú le dices a alguien que vas a hacer un pastel que lleva por encima cerveza y azúcar moreno, te puede mandar a donde picó el pollo por poner una receta de semejante guarrería. Pues no. Resulta que no sabe a cerveza para nada, que tiene un punto tostado exquisito y que es de lo más tierno y jugoso de lo que yo he probado. Yo os diría que lo intentéis, porque sorprende agradablemente. Y aquí está:
Receta:-250 gramos de harina de fuerza
-220 ml. de leche.
-2 cucharadas soperas azúcar vergeoise (traducción más o menos: azúcar moreno molido, pero yo creo que tal cual funciona perfectamente)
-Una cucharadita de café muy raspada de levadura en polvo de panadero.
-Un huevo.
-100 gramos de mantequilla ablandada.
-Un pellizco de sal.
Además:
-Dos huevos.
-125 ml. de cerveza
-150 gramos del azúcar vergeoise. (¡Mira que el nombre!)
- 30 gramos de mantequilla.
Precalentar el horno al mínimo.
Trabajar todos los ingredientes de antes del "además", hasta conseguir una masa elástica.
Engrasamos un molde de tarta que no sea desmontable y, si lo es, lo forraremos con papel de aluminio, que deberá ir engrasado. Se pone la masa en el molde y se mete en el horno tibio hasta que doble de tamaño (una hora y media o así)
Sacamos la masa del horno y subimos la temperatura a 220 º.
Batimos los dos huevos adicionales con la cerveza y el azúcar y lo vertemos por encima de la masa, junto con los 30 gramos de mantequilla en trocitos.
Metemos la tarta al horno, una vez caliente, 30 minutos. A partir de los 20 minutos, miramos, y si ya está dorada, la tapamos con papel de aluminio el tiempo que queda. Porque si no, sufre un golpe de calor como el de la infradescrita y se pone demasiado oscura. Aunque no está quemada, a pesar de las apariencias. Es la luz....
Ideal para reponerse tras una tarde de deporte; yo particularmente estoy con el lema de aquel anuncio que decía que "la vida es un deporte muy duro". Que decís de correr: bueno, pues id saliendo, que ahora os alcanzo....
Feliz semana.
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