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miércoles, 9 de marzo de 2016

MIGAS. Clásicas vs. tuneadas: los tramposos estamos de suerte.

La semana pasada, para despedir los dos días de frío que hemos tenido, hice este pedazo de sartén de migas. Tenemos el clásico tiempo entreverado propio de estas fechas, cuando alternamos días de lluvia, viento y cara de perro con esos días brillantes en los que el sol calienta tela, pero hace una brisita la mar de agradable,  el olor de los naranjos en flor combinado con el de los efectos de la huelga de Limasa, (que todo hay que decirlo) te deja medio colocado, y tú te sientes de maravilla paseando, contento sin saber por qué. Las nubes van desfilando por un cielo muy azul y de pronto tienes diez años y quieres saltarte las clases, para irte a jugar con los otros niños. Mi yo adulto me coge de las orejas y me mete a la rastra en el autobús que lleva a los juzgados, y voy para allá, en dirección al aburrido mundo de los mayores,  arrastrando los pies y deteniéndome en cada esquina. No me faltan distracciones: las tiendas empiezan a poner en los escaparates una ropa de primavera fabulosa. Una ropa con la que vas a estar guapísima, te vas a quitar veinte años de encima y además vas a ser feliz para siempre jamás. No me preguntéis qué me lleva a tan injustificadas  conclusiones: la proximidad de la primavera tiene sobre mí diversos efectos colaterales. Una euforia desmedida. Un deplorable y furibundo gusto por los estampados de flores y por los colores pastel que dejan en mantillas al de la reina Isabel II de Inglaterra. Y un intenso subidón de pensamiento positivo que raya en la ñoñez, tan intenso como efímero. En resumidas cuentas,  todos los años por estas fechas sale de las profundidades de mi ser una cursi de campeonato en su modalidad chachipiruli. Nadie está libre de secretos más o menos confesables. Lo cierto es que parece haber algo especial en el ambiente. Entre otros curiosos efectos, empezamos a cargarnos de electricidad estática mucho más de lo normal. En mi caso, por lo menos.  Cuando volvemos de la calle, mi marido, al bajarse del coche para abrir la puerta del garaje, siempre toca antes la pared, porque si no, se pega unos calambrazos aterradores. Ahora, que ninguno como una vez que fuimos a comprar aceite a la cooperativa del pueblo.  Un momentazo. Mi marido que le alarga el dinero al encargado, con la inocente intención de pagar el mandado. La mano del encargado que se extiende y roza la de mi marido, como en ese fresco de la Capilla Sixtina en que se unen la del Creador y la del hombre. Y de repente, ¡¡¡SCHHHHHHFFFFCHHH!!!%%%%!!!, suena un crepitar pavoroso, salta una chispa azul, que palabra que la vi, y mi marido que salta como un gato escaldado, sacudiendo la mano:
-¡¡¡AUAHHHH!!!
Y el encargado,- cuya propia mano era como la zarpa de un oso grizzly-, que comenta tan fresco:
-Vaya. Parece que ha saltado una "mihilla" de corriente.....jejeje.
 Mi marido no se rió nada. Yo sí me reí. Muchísimo. Hasta que, al llegar a la casa del pueblo, toqué una silla de plástico de las del porche y¡¡¡PSHHHHHH$$$$$******!!!, me endiñó una descarga que me dejó los pelos de punta, como en los dibujos animados, para regocijo y justa revancha de mi santo. No cabe duda de aquello de que la primavera la sangre altera....así que habrá que tomarlo con calma y pegarle una tira de goma colgante a cada zapato.
Total, que yo despedí el invierno haciendo las migas, pero ganas de currárselo había pocas. Y pan duro, todavía había menos. Así que hice el apaño, y facilito ambas versiones: la auténtica y la de los  que estamos más flojos que un muelle de guita:

Para los que hacen las cosas en condiciones:
-Una hogaza de buen pan de kilo, de dos o tres días.
-Tres o cuatro dientes de ajo sin pelar y un par de ellos pelados.
-Dos chorizos.
-250 gramos de panceta.
- Un trozo de morcilla (opcional), que no sea demasiado grasa.
-Aceite de oliva.
-Sal.
Las cantidades de ajo y de embutido son absolutamente orientativas. Yo siempre pongo más de todo, ya me conocéis.
Se desmenuza el pan, sacando toda la miga y desechando en lo posible la corteza. Se pone en un cuenco grande, se salpica con agua, se tapa y se deja reposar un buen rato, hasta que se vea que está humedecido entero. Húmedo, no mojado. Si está mojado sale un engrudo indecente al que estaremos dando vueltas en la sartén hasta el fin de los tiempos.
En una sartén con un fondo de aceite, se ponen los ajos enteros, y los pelados en trozos, se fríen y se sacan. Se corta en rodajas el chorizo y la morcilla, y la panceta en trocitos, se doran en el mismo aceite, y se sacan también. Se pone la miga del pan y se va refriendo, desmenuzándola con el canto de la espumadera, hasta que va quedando seca y suelta. Se añaden los ajos y el embutido, se prueba y rectifica de sal, y se sirve con pimientos y huevos fritos. También hay quien les pone rabanillas, aceitunas o naranja en rodajas. Hay quien se las come con chocolate. Ahí yo no entro.

Versión para fulleros: Se acerca uno al Mercadona o supermercado de su elección, se va a la sección de refrigerados y se trae una o dos bandejas de estupendas migas preparadas. En casa, se reproduce la receta anterior, pero omitiendo el paso de desmenuzar, humedecer, y refreír las migas del pan, que sustituiremos por el de abrir las bandejitas anteriormente referidas, ponerlas en la sartén con un chorrillo de aceite y golpearlas con el canto de una espumadera, dándoles algunas vueltas hasta que queden sueltas y se hayan calentado. Por lo demás es igual, yo le añado algo de embutido y de ajo porque de eso suelen venir escasitas.
Quedan la mar de aparentonas y, sin perder sabor, te ahorras algo de trabajo, que tampoco viene mal.

Están buenísimas acompañadas de una copa de buen vino. La dieta la podemos dejar para algo más adelante. Carpe diem....

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