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miércoles, 2 de marzo de 2016

GRANOLA. Para desayunar con decencia y fundamento.

La receta es un auténtico vicio para los que adoramos el muesli, y para los que no, porque esto es la caña. Es el muesli 3.0. Hasta solo está bueno (yo acabo de robar, a efectos legales de merienda, un puñado de la lata donde lo guardo; está de escándalo) Este es un gusto que adquirí de mayor, porque, por mi edad provecta, no pillé en la infancia la época de los cereales para el desayuno. Aunque yo tengo unos "Selecciones del Reader´s Digest" de los años 50, donde vienen anunciados los sin par "Cereales Figueras", para la familia entera. Es que eran unos adelantados. Los cereales estos que toman ahora los niños los probé yo cuando mis sobrinos eran pequeños; y me parecieron, ya entonces, una reverenda marranada, algo así como patatas fritas de bolsa, pero dulces y sin chiste ninguno.
Yo era una niña de tostada con Tulipán o chorizo Revilla, (un sabor que maravilla) en aquella era A.C. No me refiero a la era de antes de Cristo, que no me pilló por poco, sino a la era dorada de Antes del Colesterol. Me tomaba mi Cola Cao, o mi café con leche, y mi tostada kilométrica, y al colegio, que me quedaba a cinco minutos escasos. Y sí, los niños también tomábamos café a veces, y nadie denunciaba a los padres ante la Fiscalía de Protección de Menores, ni nada. Total, allá que me iba, arrastrando mi cartera con mis libros y mi torta Ramos o mi torta San Pedro de chocolate. Llegaba a clase, y todos los días tenía la correspondiente ración de mi bestia negra particular: el cálculo. La aritmética. Las matemáticas en todas sus variantes, a cuál más perversa. Las odié toda mi vida. No sabía, ilusa de mí, que en el futuro me iba a tocar hacer liquidaciones trimestrales de IRPF y de IVA y cálculos de cantidades impagadas con intereses y costas. Santa inocencia.
Hasta 3º de EGB o así la cosa era más o menos llevadera. Pero en 4º comenzó para mí la tortura: los quebrados. Yo escuchaba (a veces) las explicaciones y pensaba que vaya ganas de complicarse la vida hacerte sumar tres cuartas partes de tarta con dos tercios de tarta. Pues que te juntabas con un montón de tarta, y a más tocábamos. ¿Qué problema había? Como la mitad de las clases me las pasaba yo pensando en las musarañas, o dibujando princesitas cursis para reventar, pues la comprensión del tema se fue resintiendo progresivamente. Ese año las pasé canutas para aprobar, y mi cuñado, matemático él, que me dio clases particulares, sudó el hombre tinta china para hacerme entender las cosas. Al final logró infundir en mi burricie La Iluminación. un día me levanté y ¡oh, maravilla! ¡Entendía las fracciones! En justa compensación, algunos años más tarde le di yo a él clases de inglés, y fue a mí a la que tocó sufrir la intemerata,  porque de "my taylor is rich", almas mías, no había quien lo sacara a aquella criatura (La verdad de Dios, Jose). Y como él se dedicaba a  la informática, y mi  inglés técnico no valía una gorda, nos salían unas traducciones geniales de los manuales que él tenía que manejar. Cosas como que los puertos esclavos se retroalimentaban a sí mismos. Y lo pasábamos pipa y enterarnos, no nos enterábamos de "ná". En conjunto, yo aprendí más matemáticas que él inglés. Pero vamos, lo justito. Yo seguía en las clases de matemáticas de viaje por las Batuecas, según mi tutora. Que, al parecer, es un precioso lugar situado en algún punto de la provincia de Salamanca. El resultado de tanta escapada mental fue una hecatombe anunciada: en 6º de EGB me catearon las matemáticas en junio.  Yo era una estudiante discreta, pero cumplidora: nunca me habían puesto un suspenso y, de pronto, allí estaba aquel infamante "Muy Deficiente"- ya ni un insuficiente pelao-, escrito en rojo, para más inri. Yo cogí mi boletín de notas, como el que coge una granada con la espoleta quitada, y me fui para casa. En el portal preparé mi entrada: tomé aliento, abrí con mi llave y emití un aullido hipohuracanado que hizo que mis tías y mi madre se asomasen alarmadísimas a la escalera:
-Pero, ¿qué pasa?
-Nena, ¡¡¡por Dios!!! ¿Qué te ha pasado? ¿Qué te han hecho?
-¡¡¡¡¡UUUUHHHHH!!!!- berreaba yo a moco tendido, llorando como diez mil magdalenas - ¡¡¡Me han CATEADO las matemáticas para septiembre!!!!  ¡¡¡AYYYYY!!!
-¡Niña! ¿Quieres dejar de gimotear? Que creí que te habían hecho algo. ¿Conque un cate, ehhh? ¿¿¿Cómo ha sido eso??? ¡Ahora mismo me voy a hablar con las monjas, que tú no has cateado en la vida!
Y se fue, muy torera ella, para el colegio, pero tuvo que agachar el moño cuando fue fehacientemente informada, con pruebas documentales, de que la suavona de su hija no pegaba chapa en clase, recomendándosele a continuación que me matriculasen en una academia y me diesen dos collejas por vaga. Consejo que mis papis siguieron, aunque no en ese orden, ni literalmente, porque las collejas fueron verbales, en forma de filípica. Eso sí, de tal calibre, que me dejó moralmente reducida a la misma escala de mi Nancy rubia, que estaba allí sentada en mi cama, sin decir ni pío. Me matricularon en la academia, donde me brearon a ejercicios y me consiguieron extraer un aprobado en septiembre. Así que la historia tuvo final feliz ese año; ya no volví a catear hasta 2º de BUP, recuperé y luego me matriculé en Letras. Todas las letras del mundo mundial que me echaran, antes de prolongar semejante tortura.
Esto no se lo cuento yo a mis hijos, claro. Cuando el pequeño me trae las matemáticas K.O., siempre me revisto de la dignidad conveniente y le reprocho:
-¿No te da vergüenza, niño? ¡Con lo facilonas que son las matemáticas que tú tienes! ¡Eso lo tenías tú que aprobar con la gorra!
Mientras pienso:
-Pobretico mío. No te queda ná.... 
Y ahora que ya os he confesado mi cenutriez, os doy la receta para un desayuno fabuloso:
-250 gramos de copos de avena, de centeno, o de ambos mezclados.
-150 gramos de frutos secos variados: almendras, nueces, avellanas, etc... al gusto.
-100 gramos de pasas o de orejones o dátiles picados.
-100 gramos de pipas de calabaza o girasol peladas y sin salar.
-50 gramos de sésamo
-50 gramos de semillas de lino
-Media tableta de chocolate al gusto, picada en trozos.
- 100 gramos de coco rallado
-Dos o tres cucharadas de miel o de azúcar moreno. Yo estaba haciendo otra receta con leche condensada y, en un rapto de locura, le eché un chorro sin encomendarme a nadie. Ha salido como caramelizado; exquisito.
-Un chorro de aceite de oliva.
Precalentamos el horno a 180º. Mezclamos en un bol los copos de cereales, los frutos secos, las pipas, el sésamo, el lino, el coco rallado, la miel o azúcar y el aceite. Extendemos esta mezcla en la bandeja del horno y la dejamos tostar unos treinta minutos, removiendo cada diez.
Sacamos y dejamos enfriar, y entonces se añaden las pasas o dátiles y los trozos de chocolate.
Se guarda en un tarro y dura bastante. Bastante poco, en mi caso.

Pues eso, que hay que desayunar bien para enfrentarnos con el mundo. Así que no me seáis de café bebido, que luego no tenemos ni media torta....
Pasadme bien la semana.

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