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miércoles, 4 de mayo de 2016

MAGDALENAS DE ACEITE. Y la terrible maldición de la comida sana.

La proximidad de la temida operación bikini tiene el poder de convencerme cada año, durante un par de meses,  de que hay que empezar a tener buenos hábitos y comer en condiciones. Por salud, naturalmente. Lejos de mí cualquier atisbo de vanidad. (Aunque siempre están colgados en el armario "esos" pantalones....maldita sea su estampa)  El afán por la comida sana ha traído a mi cocina varios experimentos memorables, de los que muchos entraban en el rango comprendido entre "un tanto desafortunado" y "penalmente reprobable", pasando por "miserablemente asqueroso". Una vez, siguiendo las instrucciones de un blog de cocina orgánica muy virtuoso y algo deprimente, cultivé germinados de soja en un brick vacío de leche. Había que meter las semillas en el brick, al que se le abrían unos agujeros y después se llenaba de agua, tras lo cual se colgaba al aire libre de una guita, como un salchichón puesto a orear, y se dejaba que el agua se fuera escurriendo poco a poco. Le tuve que explicar a mi marido que no era una fuente zen, o una pieza de arte conceptual con que decorar nuestro porche delantero, de por sí selvático,  sino una obra maestra del reciclaje que, además, nos iba a permitir cultivar brotes de soja, que tienen tantísimas vitaminas. Con el paso de los días, empezaron a aflorar unos hierbajos larguiruchos de punta, a modo de forraje equino, que tuve el santo valor de poner en la ensalada. Con diferentes grados de sinceridad, desde la tibia y eufemística de mi marido (hombre prudente), a la feroz y despiadada de mis hijos, (aún incivilizados y puros) los miembros de mi familia me hicieron saber que para otra vez no me metiera en nada,  y que casi preferían unos cogollitos con sus anchoas, pues lamentablemente la naturaleza no había dotado a ninguno de ellos con los cuatro estómagos de los rumiantes. No había quien desbrozase aquella selva procelosa que teníamos en los platos. Por alguna curiosa asociación de ideas, no dejaba de acordarme de "Platero y yo". Sobre todo de "Platero". Lamento confesar que he torturado a mi familia con más proyectos fallidos. Como aquel pan de grano entero imposible de tragar, ni aún de cortar, que se  hubiese podido muy bien utilizar como ariete para echar abajo el portón de un castillo, o en su defecto para calzar una mesa tocinera. Tampoco estuvo mal el chorizo vegetariano que elaboré en otra ocasión, a base de seitán casero. El seitán se obtiene del gluten del trigo y es una materia de consistencia muy, muy elástica. De hecho, conseguí producir el primer chorizo de la historia que, al caer al suelo, rebotaba. ¿Os acordáis de esas bolas grandes de goma que valían a dos pesetas? Eso sí,  a chorizo sabía, pero nadie podía masticar y tragar aquello, so pena de sufrir una severa obstrucción intestinal. Mis hijos se divirtieron jugando con él durante días, hasta que lo tiré, algo inquieta porque ni siquiera mostraba signos aparentes de deterioro orgánico. Por estas y otras cosas, en mi casa temen, con toda justicia, la siguiente ola de fervor culinario alternativo. Lo último parecía más inofensivo. Últimamente he vuelto a buscar por Internet las propiedades del kéfir. Parece ser que los resultados de las últimas investigaciones apuntan cada vez más a que los responsables de nuestra salud o enfermedad y estado general son los bichitos que tenemos dentro de la tripa. La prosaica microbiota intestinal. Pues el kéfir es un alimento probiótico que nos puebla de unas bacterias estupendas, dispuestas a pegarse la gran vida en nuestro organismo y a ponernos sanos y guapísimos. No me explico cómo he podido vivir tanto tiempo sin él. Hace varios años me regalaron un cultivo, pero algo debí hacer mal, porque tras varios intentos se volvió primero amarillo y luego francamente verde, tras lo cual tuve que rendirme a la evidencia de que estaba más muerto que el Cid Campeador en el sitio de Valencia. En esta ocasión he preguntado en varias herboristerías, pero últimamente parece que nadie regala los granulitos, así que me fui al lugar donde se encuentra todo, todo y todo: Amazon. Compré el invento, y me trajeron un sobre envasado al vacío con una cucharadita de sustancia blanca de aspecto inocuo. En las instrucciones ponía que era suficiente para obtener un vaso de kéfir diario, y que poco a poco iría creciendo. Perfecto. Haces un vaso, te bebes un vaso. Todo bajo control. Metes las cositas blancas en un vaso de leche, esperas veinticuatro horas, lo cuelas, y repites la operación. A los pocos días, me pareció que el volumen de aquellos granulitos tan simpáticos había aumentado, pero al haber pasado tan poco tiempo, pensé que debía ser un error de apreciación. Pasada una semana, tuve que rendirme a la evidencia: habían aumentado al menos un tercio su volumen,  reproduciéndose como los Gremlim, por partenogénesis. Así que, como había más cultivo, tenía que añadir más leche. Cada vez que hago kéfir, el volumen es mayor y mayor. Han pasado tres semanas y el cultivo ya tiene el aspecto de una esponja grande de baño, y lo tengo que poner en un litro de leche. Tomo cada día. Pero nadie más lo quiere en casa, aunque se lo camuflo a mis hijos en batidos de fruta,  de modo que estoy empezando a acusar los efectos de una alarmante sobreproducción. Sigo añadiendo y añadiendo, y esas cosas blancas surgidas del inframundo siguen flotando en la superficie, creciendo sin parar, mirándome fijamente con su cara de coliflor maligna, persiguiéndome hasta en sueños. Fantaseo con la idea de empezar a tirarlo por el fregadero, pero ¿y si salen de las profundidades del sumidero, dispuestas a devorar a la humanidad desprevenida? Visualizo cómo empieza a colarse por las ventanas de los vecinos, que se ven sepultados por la Cosa, la cual sigue avanzando, poco a poco, por la ciudad, tras dejar muerte y destrucción a su paso..... Sí, he visto muchas películas de serie B, pero es que esto ya está empezando a agobiarme. En serio.  ¿No queréis un poquito? Perdonad, que ahora vuelvo. Me toca colarlo, porque si no se pone muy ácido, y  darle de comer otra vez al tamagotchi. No os vayáis. ¡No me dejéis sola....!
¡¡¡Os juro que ESA COSA me está mirando!!!
Alimentada y apaciguada la bestia para las próximas veinticuatro horas, creo que es mejor que, para comida sana sin daños colaterales, haga estas magdalenas de aceite para el desayuno, sencillitas y con grasas buenas, y que tienen la virtud de permanecer esponjosas mucho tiempo. Es una receta estupenda y muy sencilla de mi cuñada Lucía, que no hace cosa que le salga mala, así que está garantizada. Necesitamos:
-Tres huevos.
-El peso de los huevos, con cáscara, de azúcar.
-El mismo peso de aceite
-El mismo peso de harina con levadura.
-Un pellizco de sal.
-Ralladura de limón.
-Azúcar extra para espolvorear.
 Se precalienta el horno a 180º. Se baten los huevos con el azúcar hasta que blanquee y aumente de volumen. En Thermomix, poner la mariposa, y programar 3 minutos, 37º, vel. 3. Se ponen otros tres minutos sin temperatura. Se añade el aceite , la harina, la sal y la ralladura de limón, y se bate hasta integrar.
Se vierte la mezcla en un molde de magdalenas de 12 cavidades, engrasando y enharinando si no es de silicona. Se espolvorea un pellizco de azúcar sobre cada cavidad, y lo ideal es tenerlo en la nevera unas cuantas horas antes de hornear, porque suben mejor.  Pero yo, que soy impaciente, lo he metido al horno unos 15 minutos,  hasta que están doradas. Se sacan y se desmoldan sobre una rejilla.

Está muy bien comer sano y probar cosas nuevas....pero sin perpetrar crímenes contra la humanidad. Y el kéfir... Me acabo de tomar otro vaso. Pero nunca se acaba. Si desaparezco algún día, ya sabéis que habré sido engullida por esa sustancia de pesadilla. Pensad en mí alguna vez: siempre os quise.
Feliz semana.

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