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miércoles, 1 de junio de 2016

FLAN DE COCO INSTANTANEO. Tecnología y dioptrías: combinación nefasta.

Como hacemos todos, y vosotros los primeros, que os veo, cada día le doy unas vueltas a mis grupos de WhatsApp, que son como pequeñas tertulias permanentes de mesa camilla, pero virtuales. A lo tonto, me han metido ya en unos cuantos. Como de costumbre, hay una proliferación de variados emoticonos, y necesito unas gafas de cerca en condiciones, o en su defecto, al menos, limpias: no identifico la mitad de ellos. Cuando empecé con esto, veía que mis tertulianas, cuando tenían ganas de juerga, las expresaban acompañando sus mensajes con una imagen diminuta que parecía un mosquito tigre espachurradillo, -lo cual me descolocaba mucho-, pero que luego me enteré de que era una bailarina de flamenco a escala infinitesimal. Afortunadamente eso lo descubrí yo sola, librándome así del peor de los ridículos. Ayer mismo, estaba uno de mis más destacados grupos poniendo a caer de un burro el horroroso cartel de la feria de este año, y cuando abrí la foto, vi unas ristras de cosas rojas que a mí me parecían chorizos del Rosario, (con poca relación con el tema de la feria, que es más de plato de jamón, desde mi humilde punto de vista) pero que al parecer, eran farolillos, como en otro grupo se me aclaró piadosamente. En fin, por lo general todo se reduce a que las amigas se pitorreen un poco de la burriciega que está una, pero hace unas semanas los dichosos emoticonos han estado a punto de jugarme una mala pasada. Mandé un mensaje a una amiga que se estaba recuperando de una operación seria, de resultados inciertos, no queriéndola llamar en ese momento para no molestarla demasiado. Junto al "Espero que te mejores pronto", le puse las dos o tres caritas de rigor que tiran besos, para que no quedase duda de mis afectuosas intenciones. Cuando le iba a plantar el dedo a "Enviar", (y qué peligroso es ese dedo...), me di cuenta de que alguno de los emoticonos era de un color gris muy raro. Limpié nuevamente las gafas. Tengo dos: unas de la óptica, con las que no veo un torrado, y otras, con las que veo algo más, de Tiger, verdes, y con la misma forma que las de la Señora Patata. Y vi, con éstas precisamente, que le había puesto, junto a los besitos, una extraña cara estupefacta, de ojos desorbitados, y al lado una calavera. Lo cual no parecía de lo más propio, en vista de las circunstancias. Más o menos, como decirle "qué poquito te queda ya para ver a la de los dientes por fuera, hermosa".  Gracias a Dios, lo cambié antes de que me costase una preciada amistad. De cualquier modo, el hecho es que la tecnología ha venido a nuestras vidas para quedarse, le pese a quien le pese. Como escuché hace poco en la calle:
-¿Y a Pepe, le ves últimamente?
-Verle, hace tiempo que no. Pero nos "guaseamos". Nos "guaseamos" todo el tiempo.
Hombre, pues eso está bien, pensé yo. Guasearse, aunque sea a distancia. Hasta que caí en que "guasearse" quería decir "whatsappearse", suponiendo que exista tal vocablo. Acláremelo, señor Pérez Reverte, que es cuestión que me tiene en un sinvivir. En todo caso,  para las relaciones, mejor el "guaseo" que el más triste de los olvidos...
Antes, el tema era mucho más simple. El teléfono sonaba. Tus elecciones se reducían a cogerlo o no cogerlo, y si lo hacías, era totalmente a ciegas, porque no te salía el número y no tenías ni idea de quién te llamaba. A veces, coger el teléfono era un acto temerario, una ruleta rusa en toda regla. Me acuerdo de mi madre, que tenía una amiga de esas que se te pegan hasta a distancia y que se coge la butaca para repanchingarse junto al teléfono, y ponerte la oreja como una ensaimada durante más de una hora, con temas cuyo interés, para ella misma, era de diez, y para mami, de menos cincuenta. Yo veía a mamá coger el auricular, y decir, muy fina:
-¿¿¿Dííígameee???
En esas ocasiones, se le cambiaba la cara: ponía una enorme y horrorizada boca de "O", tapaba el auricular con la mano y me susurraba:
-¡¡¡Otra vez la Menganita!!! Hazme el favor, y ven dentro de diez minutos, y grita: "¡¡¡Mamá, el puchero!!! ¡¡¡Que si no me tiene aquí toda la mañana!!!
Yo, que era muy obediente, contaba los diez minutos, llegaba hasta su lado y berreaba a grito herido al lado del auricular:
-¡¡¡MAMAAAAAA!!! ¡¡¡QUE EL PUCHERO SE TE ESTA QUEMANDOOOO!!! ¡¡¡CORRE, CORRE!!!
Y mamá le decía muy digna a la amiga.
-¡Ay, hija!. Te voy a tener que dejar. ¡Será posible!, tener una niña como un castillo y no está ni en echarle un ojo a la candela. Hemos criado a unas inútiles totales.... si, hija, unas lacias toooodas.....  Ya te llamo yo luego, bonita (vas lista) Adiós, adióoos....
Yo le decía muy dolida:
-Mamáááá, hay que ver. Que yo te he llamado porque me lo has dicho, y encima me tienes que poner de lacia y de inútil.
A lo que contestaba muy digna.
-Pues claro, nena. Ya que vas a echar una trola, echarla bien, con sus detalles. Si no, como mentira, no vale una gorda.  Además, es verdad que no has sido ni para mirar el puchero.
-¿¿¿Qué puchero, mamá???
-Ah. ¿Pero no lo he puesto hace un rato? Y yo que juraría que sí....
Lo mejor de mami es que se terminaba creyendo sus propias -y detalladas- mentiras, de manera que resultaba absolutamente auténtica. Eso, amigos míos, es ser una artista.
Algún tiempo más tarde, cuando empecé a trabajar, lo último en avance tecnológico era el contestador automático, con su cinta pequeñita de casette. Y tú volvías a casa y te encontrabas con mensajes como éstos:
-Hola. Soy tu compañero Fulano de Copas, que necesito que me recojas un escrito para mañana a primera hora. Gracias.
-Hola. Soy Fulano de Copas otra vez. Que lo del escrito va a ser para el juzgado de guardia, que antes no me da tiempo. Gracias. (Qué alegría me das, corazón. Yupi. Me vuelve loca ir un lunes a tu despacho a las nueve de la noche. Un planazo)
-Buenas. Soy Juan, del Colegio de Procuradores. Que te has dejado aquí los sellos de las demandas y el cupón que jugamos los viernes.
-¡¡¡HOOOOLA, CHATAAAA!!! ¡¡¡QUE YA ESTÁ TODO PREPARAO, QUE TE ESPERO A PARTIR DE LAS DOCE EN EL CALETA "PALAS" DE CADIZ, QUE YA LE HE DICHO A MI MUJER QUE ME IBA AL CONGRESO!!! (Es tan tópico que parece mentira; pero juro que no lo es)
Mucho es lo que ha llovido desde entonces y lo que han progresado las comunicaciones, pero en general, el avance es positivo, aunque no se pueden obviar dos impedimentos importantes: el primero, que te es mucho más difícil mantenerte missing cuando te interesa; y el segundo, que, de modo correlativo, los plastas de tu vida lo tienen mucho más fácil para darte la brasa. No se puede tener todo en esta vida...
Excepto, quizás, una receta de postre buenísima, que además es facilísima y rapidísima, y que comparto con vosotros porque soy buena de corazón. A ver, ese boli:
-Una lata pequeña de leche condensada.
-Tres huevos.
-100 gramos de coco rallado.
-Caramelo. Y ya está.
Cubrir el fondo de un molde redondo que pueda ir al microondas con el caramelo líquido. Separar las claras de las yemas y batirlas a punto de nieve. Batir las yemas junto con la leche condensada y el coco. Añadir poco a poco las claras batidas, y meter al microondas, potencia 800W, tres minutos. Si la potencia es menor, poner un minuto más. Dejar reposar dentro otros tres minutos. Sacar y comprobar que no está líquido por debajo; si es así, ponemos un minuto más, o dos, pero de uno en uno. Dejar reposar otra vez tres minutos y a la nevera.


Y a disfrutar.... ¡y apagadme ese móvil, por Dios...!

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