Un año más nos encontramos en pleno tobogán cuesta abajo, -si bien más lenta de lo deseable-, para las vacaciones. El curso escolar pega los últimos coletazos, y muy pronto llegará la tarde en que mi calle se llenará de coches aparcados y de niños con disfraces diversos, acompañados de estresadísimos padres del artista, para la fiesta de fin de curso. Tengo ya muchas fiestas de fin de curso a mis espaldas, y mucho de todo, en general, como madre, y también como alumna. Porque, créase o no, hubo una lejana época en que lo fui.
En 7º de EGB me tocó hacer un papel en "Pulgarcito". Era muy cómodo, porque no tenías texto: todo lo iba contando un disco, y tú sólo tenías que hacer los gestos correspondientes, como en el cine mudo. ¿Os acordáis de esos LP de "Cuentos clásicos" o "Cuentos de siempre" o similar, de cuando a los niños les gustaban los cuentos? En esta ocasión, la supuesta gracia de la obra era la puesta en escena, porque todo había que hacerlo al contrario de lo que contaba aquella increíblemente cursi narradora. Pulgarcito era la niña más larga de la clase, el ogro, la más bajita; los pajaritos, dos chicas también de muy buena talla, y las miguitas de pan que Pulgarcito iba dejando para encontrar el camino, eran tarugos de media barra de viena. A vuestra segura servidora le tocó hacer de rey, que, lo único que hacía era pagar la recompensa a Pulgarcito por darle matarile al ogro. Por algún inexplicable motivo, el rey, en el disco, se llamaba Tranquilo y era un tontaina que se pasaba el día durmiendo; vamos, que de gobernar, poco, y eso que sacaba el reino. Así que el papel antagónico consistía principalmente en actuar espasmódicamente, más o menos como si me hubiese puesto hasta las trancas de speed y Red Bull para irme a la ruta del bacalao.
Tan selecta representación tuvo lugar en el Palacio del Cine, en calle Mármoles, porque mi colegio, que yo recuerde, no tenía salón de actos propiamente dicho.. La caracterización y maquillaje se delegaba en el entorno familiar de cada personaje, con lo cual íbamos cada una de su padre y de su madre, tal y como podéis imaginar.
Para vestirme de rey, se le ocurrió a doña Pepa encasquetarme el traje de novia de mi hermana, que se había casado tres o cuatro años antes, cuando la moda para novias era bastante minimalista. Básicamente daba el pego, porque era un traje recto, sin cola ni nada. Demasiado sobrio para los gustos de mami, que se empeñó en hacerme una limosnera de tul y lentejuelas, a pesar de todas mis objeciones ("¡en algún lado tendrá que guardarse el rey la recompensa, niña! ¿o te vas a sacar los dineros del canalillo, como la del puesto del pescado?"). Ya imparable en su entusiasmo como responsable de atrezzo, también se le antojó cogerme los rulos para hacerme unos atroces tirabuzones sobre mi ya rizado pelo, y en darme dos o tres generosas manos de base de maquillaje aceitoso color Atardecer en las Praderas de Manitú, ignorando mis encendidas protestas:
-Niña, que tú de esto no tienes ni idea. Que luego con las luces del escenario se come el color y vas a parecer una muerta. Tú hazme caso, que estás muy bien.
-¡Mamá! ¡Lo que parezco es un árbol de Navidad! ¡Me "reluce" la cara y además, sin las gafas no veo ni torta!
-Nada. Tú te callas. ¿No eres el rey? Pues se te tiene que ver bien. (Posteriormente me confirmaron que, efectivamente, se me veía muy bien la cara: flotando con luz propia en la oscuridad, igual que en el teatro negro) Además, todos los reyes del teatro tienen los pelos rizados. Hasta los Reyes Magos. ¿Y dónde has visto tú un rey con gafas? Lo más feo del mundo, vamos.
Resignada a lo inevitable, me marché al colegio, sufriendo por el camino, que por suerte era corto, bastantes miradas de escarnio, y, ya en el colegio, lo más grande de pitorreo:
-¡Anda! ¡La Sissi emperatriz!
-¡Vaya pelos de escarola que te han dejado en la peluquería.... dame la dirección para que "no" vaya, hermosa!
-¿Y el bolsitooooo? Ay, no. Que me he equivocado, ¡que es la talega del pan!...¿Ande vas con esooo?
A ver. Yo he sido siempre una persona muy pacífica. Pero, como a todas las personas pacíficas, cuando se te ahúma el pescado, el cabreo no conoce límites. Ciega de ira, quise tirarme contra algunas de las guasonas, lo cual me impidió la señorita Pili, que era la directora de escena:
-Tú no hagas caso, mujer. Que estás muy.... muy... propia. Anda, que vamos a hacer el último ensayo.
Llegó mi parte, que desempeñé con verdadero sentimiento:
-Mmmm... A ver, que tampoco hace falta que nos hagas el baile de San Vito. Con que parezca que estás un poco nerviosa, ya vale. Que..... ¡¡¡Vamos a ver!!! ¿Quieres dejar de "hacer el tonto"? (Hastiado suspiro) Señor, dame paciencia... vamos para allá, y que sea lo que Dios quiera...
Por supuesto, estaba sobreactuando a más no poder, pero, a esas alturas, embriagada por el veneno de la escena, nada podía detenerme: para una vez que tenía permiso para hacer el chorras en público, no la iba a desperdiciar. En conjunto, la representación salió muy bien, aunque hubo algún que otro imprevisto: cuando a Pulgarcito le tocaba dejar las miguitas de pan en el suelo (¿Qué haré, pobre de mí, solo y perdido en el bosque? ¡Ah! ¡Ya sé! Dejaré un rastro que me ayudará a encontrar el camino) , tras hacer los correspondientes y ampulosos gestos de desesperación, se dedicó a lanzar las miguitas/chuscos de pan duro con tanto ímpetu, que los pajaritos no alcanzaron a interceptarlos todos para comérselos y alguno le cayó a una señora de la primera fila: ("¡Niñaaaaa! ¿De cuántas semanas guardáis el pan en tu casa, malas puñalás te den?") Por otra parte, las que hacían de arbolitos del camino estaban envueltas hasta abajo en cartón ondulado para figurar el tronco, y no podían andar, de modo que las que representaban a los pajaritos tuvieron que ayudarlas a entrar a escena y luego a salir, creando un efecto un tanto extravagante Como remate de tan conmovedora historia, yo salía al final, para recompensar de una puñetera vez al pobre Pulgarcito, que lo había estado pasando fatal durante toda la obra, acompañando mi aparición de la correspondiente dosis de visajes y esparajismos, exagerados hasta la imbecilidad. Culminé la actuación con un gesto tan brusco al ofrecerle a Pulgarcito la bolsa de la recompensa, que todas las monedas salieron rodando. Me dio mucha risa. A Pulgarcito, no. En resumen, que me lo pasé pipa porque, además, al no llevar las gafas, para mí todas aquellas caras del público eran como panes de a kilo, con lo cual el miedo escénico se diluía bastante.
De cualquier modo, Dios no me llamó por el camino de la escena. O quizá sí. En los juicios te pones un vestuario especial para entrar a las salas de vistas, que en definitiva son escenarios. Unas veces te toca hacer de buena, otras de mala, otras de convidada de piedra, y no pocas, de panoli. Sobre todo al principio. Pero, la verdad sea dicha, nunca he vuelto a hacer nada tan divertido como el "Pulgarcito", aunque he tenido algunas vistas que eran por sí mismas verdaderos sainetes...
Bueno, pues vamos a lo que vamos, que hay que almorzar. Estoy poniendo mucha carne seguida últimamente, pero es que ha salido así. Ya iré variando, que hay más ollas que días, según el dicho. Y yo tengo cuerda para rato..
Ahí va eso:.
-1 kg. de solomillo.
-Dos cebollas grandes-Dos o tres dientes de ajo.
-Una bandeja de champiñones laminados.
-Laurel.
-Dos pastillas de caldo.
-Pimienta molida.
-Dos clavos de especia.
-Aceite de oliva.
-Un vaso grande de Pedro Ximénez.
Limpiamos la carne de grasillas y cosas indeseadas, y la sofreímos en una cazuela con un fondo de aceite. Pelamos y picamos las cebollas y las picamos finas, y les damos unas vueltas en el aceite, pero sin que lleguen a dorarse. Volvemos a meter la carne, añadimos los champiñones, los ajos picados, el laurel, las pastillas de caldo, la pimienta y el clavo. Mojamos con el vino y añadimos agua hasta que cubra la carne Dejamos cocer a fuego no muy fuerte una hora, o hasta que la salsa se haya reducido. A mí personalmente me gusta que quede poco caldoso y la cebolla y el champiñón empiecen a churruscarse un poco y a caramelizar. Ese punto en que sales disparado del sofá y dices: "¡Uy, la carne!"
Le van muy bien las patatas, o arroz salteado con unas pasitas y unos piñones, y pan en cantidades industriales. Supuestamente, a todos los guisos que llevan vino les va bien beberlo con él: pero el PX es muy traidor y muy cabezón....
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Y a coger el hilo de otra semana, contando historias, charlando, viviendo.....y disfrutando a todo lo que nos dé.Hasta la próxima...
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