En el momento en que escribo, estoy atrincherada en el cuarto/despacho/sala multiusos que tengo en el sótano. Suena un tanto caótico. Porque lo es. Yo trabajo aquí. Mis hijos vienen a estudiar aquí por las mañanas, o a coger Coca Cola, o a sentarse de palique con la novia. Mi marido viene aquí a leer la prensa digital. El perro no viene, porque a él no le dejamos. La ocupación va más o menos por turnos horarios, pero hay veces en que alguien decide ignorar el hecho de que estoy yo trabajando, y se deja caer por aquí a hacer sus cosas, aunque bien sabe Dios que estoy muy lejos de ser transparente, y en ese caso, se lleva una ración extra de aullido hipohuracanado con espumarajo de rabia adjunto.. Es que tiene perejiles. Porque, pongamos que estoy absorta en la redacción de un escrito, o consultando jurisprudencia, (o el blog de Isasaweis) o esas cosillas que solemos hacer la gente de mi oficio, y raro es que no sea interrumpida cada dos minutos.
-Mamá, que no me quedan viajes en la tarjeta del autobús.
-Mamá, ¿qué hay para cenar?
-Nena, ¿tú te acuerdas de dónde pusimos la Renta del año pasado?
-Mamá, que el Curro ha vomitado.
-....... (Cualquier otra opción de la elección del lector. Excepto: "Amor mío, vámonos a cenar por ahí para que no trabajes tanto", o alguna otra expresión de contenido equivalente. Seamos honestos)
Sí, tengo un envidiable poder de convocatoria, que a veces me resulta francamente abrumador. Sin embargo, en esta ocasión no huyo de la densidad de población familiar que se reúne en cualquier parte que yo esté; no, señor. Huyo del BAMBAMMMBAMMM RRRRRRPLOFPLOFPLOF que martillea mi cabeza, aunque procede de dos pisos más arriba, y por el cual, estoy segura, mis vecinos me desean en silencio una muerte lenta y dolorosa. Son las cinco y veinte de una tarde ya de mucho calorcito; (o eso creía yo, hace una semana, ilusa de mí); hace una hora que llegaron, por fin, los héroes de la película, los campeones de la frigoría; para que nos entendamos, los instaladores del aire acondicionado. Esto, tras haber prometido, primero, que llegarían a las diez de la mañana; luego, a la una de la tarde; y a continuación, a partir de las tres y media o cuatro, haciéndose desear más que Madonna en el photocall de los Grammy. Llegan con un montón de cajas enormes y pisotean sin compasión la ya transitada madera de mi escalera con unas botas/apisonadora como las de Herman Monster. Tras lo cual sacan muchas herramientas que hacen un montón de ruido y amenazan con hacer un montón de pupa, tanto en forma de daños personales como patrimoniales. En previsión del pandemónium, hemos bajado al pobre Manolete (ya sabéis, esa especie de tritón acuático que tiene mi hijo el pequeño por mascota), del cuarto de su legítimo dueño, donde se va a desarrollar parte del jubileo, y ahora está atacado nadando como un poseso por todo el acuario, perturbado en su quietud oceánica de Dalai Lama anfibio. Después de un rato de feroces martillazos y taladreo de fin de mundo, durante el cual la casa entera parece venirse abajo, se escucha de pronto un sonoro: "¡¡¡HOSTIAS!!!", seguido de un ominoso silencio que nos alarma muchísimo más que el exabrupto. Mi marido y yo nos miramos:
-Sube tú.
-No puedo. Por favor. Sube tú.
-Que no. Que yo no puedo ver la sangre.
-Y yo no puedo ver el tabique echado abajo. Por favor. Te lo suplico. Sube tú.
Al final subo yo (¡tenga usted un marido en buen uso para esto!) Lo que es la pared no tiene más desperfecto que el agujero pertinente, y los dos operarios se encuentran aparentemente ilesos. Uno de ellos está hablando por el móvil con cara de estar muy cabreado, y le pregunto al otro con una sonrisa más falsa que Judas:
-Perdón... ¿Todo bien por aquí?
-Zíííí- me contesta, tranquilizador, el hombre, con el pelo lleno de viruta.- No paza ná, hiha. Es que ar compañero ze la roto la corona del guarrito. Mú güenas paredes que tienen uhtedeh, zí zeñó. Pero ya nos van a traé una corona nueva. Uhté no ze preocupe, muhén.
Bajo tranquilizada, sólo de modo provisional, y pienso en esa gente que conozco que hace obras en su casa una o dos veces al año. ¿Cómo es posible que uno se someta a esto "voluntariamente"? Conozco a varias personas adictas a las obras, por increíble que parezca. Yo aprieto los dientes, pidiéndole en silencio a Dios y a los santos que no me saquen el taladro con la corona nueva por la casa del vecino, y escondiéndome a aullar en las profundidades igual que el Curro en Nochebuena, cuando empieza la petardada. Pero no debo ser injusta: la verdad sea dicha, me han dejado instalado el aire en tiempo más que razonable, no han dejado más polvo que la reglamentaria capa de medio dedo sobre los muebles, -ajustándose estrictamente al protocolo de actuaciones del sector- y, en contra de las iniciales apariencias, no me han echado abajo ningún tabique Tan es así, que incluso los vecinos me siguen saludando con normalidad. Y, con el paso de los días, he tenido ocasión de bendecir aquel en que alguien inventó la climatización.....
Pero, evidentemente, las temperaturas altas han venido para quedarse. Y yo he encontrado en la revista de la Thermomix de este mes esta receta, que sale fabulosa, por sabor y por textura, ya que la grasa del aguacate la hace muy cremosa sin necesidad de añadir natas. Merece la pena y es muy fácil, aunque no tengáis Thermomix.
Necesitamos:
- Una lata de 400 ml. de leche de coco.-100 gramos de leche entera, más o menos medio vaso.
-200 gramos de azúcar
-Dos aguacates maduros en trozos.
-Dos cucharadas de zumo de limón.
La receta decía también dos o tres gotas de colorante verde. Yo no lo he puesto. La última vez que utilicé colorante estuve paseándome por ahí con los dedos azules una semana Así que, no, muchísimas gracias.
Batir juntos todos los ingredientes. Verter la mezcla en un recipiente y congelar durante unas horas. Al sacar para servir, romper en trozos y volver a batir, así se pondrá más cremoso. En la Thermomix se trituraría 10 segundos a velocidad máxima.
Se añaden los aditamentos deseados y a disfrutar un rato. Que nos queda mucho verano, y mucha verbena, así como infinitos atentados a la estética. Según contaba en un artículo al respecto Pérez Reverte, su abuela decía siempre: Qué ordinario es el verano.... Pero también tenemos el mar, los espetos de sardinitas, los tintos con Casera..., los crucigramas en la playa... las vacaciones...
Buena semana y mucha, muuuuucha paciencia.
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