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miércoles, 6 de julio de 2016

ENSALADILLA RINCONERA. Viejuna y exquisita.

En aquellos locos 80, la cocina, igual que la música, y la moda, y la literatura, se nos empezó a revolucionar. Empezaron a llegar a nuestras vidas ingredientes tan rompedoramente exóticos como la nata para cocinar o los aguacates,  Dios mío, y mezclas de dulce y salado como la presente, que eran entonces lo más de lo más. Y no nos olvidemos de los pimientos del piquillo rellenos. Rellenos de cualquier cosa. No había mesón que se preciara que no los ofreciera en su carta.  Soplaban vientos de cambio y la nouvelle cuisine había llegado para quedarse. Doña Pepa, en un insólito arranque de modernidad culinaria empezó a preparar esta ensaladilla en celebraciones varias y en las frecuentes comilonas que se organizaban en nuestra urbanización del Rincón de la Victoria. Allí se comía por lo serio. Por eso le he puesto el nombre de "rinconera", que por supuesto me acabo de inventar, porque no tengo ni idea de cómo se llamaba en su origen esta receta, ni quién la trajo a nuestro acervo culinario. Sólo sé que a todo el mundo le encantaba la combinación y que nunca sobraba. Cuando se hacía esta ensaladilla en casa, ya sabíamos que había organizada alguna salvaje cuchipanda de cinco tenedores por las cercanías. En el apartamento del Rincón, papi y mami, que el resto del año eran criaturas austeras y de morigeradas costumbres, se  me desmandaban de juerga en juerga con el grupo de matrimonios amigotes que hicieron allí. Aquella infatigable pandilla, día sí, día también, se ponía a sacar al césped comunitario mesas y sillas,  y un radiocassette,  y montaba una celebración en el bigote de una gamba. Cada familia traía algo de comer para compartir, y algo de beber para compartir más todavía, (y durante más tiempo) y ya la tenían liada. Vicio y desenfreno garantizado. Creo que nuestros padres nunca fueron conscientes de cuántas veces les vimos perder la dignidad. Hubo una memorable verbena de fin de temporada en que sorprendí a mi circunspecto padre (agente comercial colegiado)  bailando con frenesí "Los pajaritos". Nunca pude borrar tan estremecedor recuerdo de mi memoria: la irremediable caída del ídolo de la infancia. En cuanto a mami (sus labores), esa misma noche agarró una reverenda castaña de "leche de pantera" y bailando unas sevillanas dio la vuelta con tanto ímpetu, que salió despedida varios metros, se llevó una mesa y a sus ocupantes por delante  y terminó en el suelo, llorando de risa y milagrosamente ilesa. Qué malísima es la cogorza de las bebidas dulces. Esa mezcla de leche condensada, ginebra, coñac y yo no sé qué más, es decididamente letal. No he vuelto a probarla desde aquellos años: estimo en mucho la buena salud de mi páncreas, y también la de mi dignidad personal.
Otro día tocaba ir a la feria. Papá vino ese día de la tienda malo al mediodía:
-Pepita. Yo estoy fatal. Estoy moqueando desde anoche y creo que tengo fiebre.
-¿Fiebre? Fiebre de pollo tienes tú. (tras comprobación con el termómetro) Treinta y seis, Joaquinito. Tienes la sangre como los lagartos. Te tomas una aspirina y va que chuta.
-Que noooooo. Vete tú, que yo me encuentro destemplado.
En ese momento llegaba una de las vecinas:
-¿Os queda mucho? Que vamos a ir saliendo.
-Joaquín. Que dice que esta malo, pero ni tiene fiebre ni ná.
-¡¡¡Joaquíííín!!!- terciaba la vecina, a la que gustaba mangonear más aún que a mi doña Pepa.- ¿¿¿Cómo que no te vienes??? ¿¿¿Vas a dejar a esta mujer vestida y compuesta??? ¡¡¡De eso nada!!! A ver, Pepita. Le hacemos a este hombre unos vapores con el Vicks VapoRub y como nuevo. Vete hirviendo al agua, que yo mientras voy a mi casa, que allí tengo un tarro. Como que nos vas tú a aguar la fiesta. Pepita, sácate una toalla grande.
-Que yo no...
-Tú a callar, Joaquín. Y tómate la aspirina.
Volvió la vecina con el tarro del ungüento, se montó el botafumeiro de rigor y pusieron al pobre papi sobre los vapores, con la toalla a modo de tienda de campaña en la cabeza. Para entonces ya había allí esperándole del orden de seis vecinos: no tenía escapatoria.
-¿Qué? ¿A que va mejor?
-Parece... pero es que...
-Ni pero ni pera, Joaquíííín.- terciaba el marido de la del tarro. Que te damos dos gúisquitos y te pones nuevo. ¡Hala! Vamos para allá. ¡¡¡Tiriquitrán, tran, tran...!!!
Y le encasquetaron al doliente un sombrero cordobés y se lo llevaron en volandas, antes de que pudiera decir ni "pescado frito". Parece que el remedio fue bastante efectivo; cuando volví a casa esa noche,  varias horas después del secuestro, papá estaba en la terraza, con mamá y otro matrimonio, tomándose un pelotazo acompañado de los reglamentarios cacahuetes y cantando "La hija de Juan Simón" con mucho sentimiento.... y con una oreja enfrente de la otra. Desafinando como un poseso, vamos. Y en perfecto estado de salud.
Ay, estos padres....
En recuerdo de aquellos días va esta receta, que está muy rica y que te deja muy bien alimentado.
Ingredientes:
-Una lata de piña en su jugo.
-250 gramos de queso tipo emmental o gouda.
-250 gramos de jamón cocido en una loncha gruesa o dos.
-Un cogollo de lechuga.
-200 gramos de nueces peladas.
-150 gramos de pasas.
-Dos manzanas.
-Un huevo y aceite para hacer la mayonesa.
En un bol grande, picar en trocitos la piña, la manzana, el queso y el jamón cocido, y añadir el cogollo de lechuga picado muy finito. Añadir las pasas y las nueces. Hacer una mayonesa, sin sal o muy poca, y añadir un chorrito del jugo de la lata de la piña.  Mezclar todo.  Es mejor comerla el mismo día, pero de un día para otro resiste bastante. Si queda.
Y ahora tengo que reconocer un vergonzoso secreto: yo no sé hacer mayonesa en batidora. Siempre, siempre, me sale líquida. La hago en la Thermomix, con la receta que trae el libro que te dan con ella, o a mano si la quiero hacer más pequeña. Qué le vamos a hacer; soy de natural torpe. Así que vosotros, que no lo sois, elegís el método que mejor os salga.

Pero el caso es hacerla, y celebrar... y celebrar. No me canso de recordarlo.  Que ya queda menos...
Feliz semana.

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