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miércoles, 7 de septiembre de 2016

ENSALADILLA DE LA PEPA. Al trabajo con (¿era "alegría"?)

 Hola de nuevo a todos. Me dedico a la tarea de volver en mí, sentada o más bien arrojada al sillón de mi despacho, que es en lo que se ha convertido mi carroza a las doce y un minuto del día 31 de agosto. Todavía aturdida, mirando mi agenda sin decidirme aún del todo a abrirla, como si me fuera a morder. Ahora correspondería soltar una parrafada sobre lo muuuuucho que "me encanta" volver de las vacaciones y "lo maravilloso" que es volver a la rutina diaria con las pilas recargadas. Pero soy básicamente demasiado honesta para formular semejante afirmación, ni aún apelando a todo el buen rollito chachipiruli que sea capaz de llamar en mi ayuda. La realidad es que paso los dos primeros días de septiembre en una especie de trance, mientras mi aletargado cerebro hace penosos y casi audibles esfuerzos para volver a funcionar con alguna normalidad. Mientras el mes de julio no tenía fin, agosto se ha escurrido de modo vertiginoso en una sucesión de paseos y siestas, largos desayunos en mi patio, alguna que otra noche en una terraza y horas y horas gloriosamente desperdiciadas. Ah, y además un viaje a Inglaterra, que nuestros amigos Robert y Maribel han contribuido a hacer inolvidable. Se han portado como los ángeles, y nos han llevado a sitios alejados de los circuitos oficiales del turismo que sin ellos nunca hubiese conocido. He estado, por supuesto, en ese descomunal parque temático que es Londres. Me he estremecido en la Torre, me he embobado en el palacio de Hampton Court, maravillado en la catedral de Canterbury y dejado desplumar en una selección de tiendecitas moníííísimas de todas partes. He conocido Chartwell House, la casa de Winston Churchill, y el castillo de Hever, que perteneció a los Bolena, y la increíble mansión de Polesden Lacey, donde parece que te has caído dentro de una serie de la BBC, con todo dispuesto tal y como se encontraba a principios del siglo XX. Y donde va a aparecer Carson en cualquier momento para sugerirte amablemente que mejor entres por la puerta de servicio, y, por cierto, ¿serías tan amable de "apartar" las manos de la vitrina de las porcelanas? Me he sentido en todo momento como la prima que acaba de llegar del pueblo. Todo es precioso. Todo está increíblemente bien conservado. Todo es verde hasta donde alcanza la vista, incluso con el calor que hemos pasado. He visto las flores mejor cuidadas del mundo, los monumentos más impresionantes, y más chanclas que en la playa de la Malagueta, dicho sea de paso. Palabra de honor. También se me han caído las lágrimas con esas inmensas y surtidísimas librerías que aquí no vamos a tener en la vida. En el Waterstone´s de Piccadilly y en Foyles, en Charing Cross Road, tienen una planta del tamaño del salón de baile del Ritz dedicada casi entera a libros de cocina. El mayor de mis vicios. A mis acompañantes les dio pena de mí, viendo cómo se me caía la baba de modo lamentable, y me soltaron para que pudiese triscar un rato por ahí y no se me saltara la hiel, y de camino dejase de dar la lata. El resultado ha sido tener que hacer mangas y capirotes para no traer exceso de peso en el equipaje. Por otro lado, lo del idioma ha sido lamentable: no me he sentido más tonta en toda mi vida, y bien sabe Dios que a lo largo de ella no me han faltado ocasiones. Yo el inglés más o menos lo leo. Más o menos lo hablo para hacerme entender y medio sostener una conversación, eso sí, de bajo perfil intelectual. O mejor dicho, lo hablaría si no me diera tanta vergüenza. Pero cuando me han hablado a mí, he muerto. A nuestro amigo Robert he terminado por entenderle bastante bien, porque el hombre tiene más paciencia que un santo y se esfuerza mucho conmigo. Pero en aquel Londres, entrar en las tiendas era un pequeño suplicio. Yo entregaba el artículo y mi tarjeta suplicando para mis adentros que no se vieran en la necesidad de dirigirme la palabra. Pero llegaba un momento en que el dependiente clavaba en mí una aburrida mirada y barbotaba algo así como "GRRRRHAGGG?" Entonces me quedaba paralizada de terror, abriendo y cerrando la boca cual pez fuera del agua; y mi marido, que dice hablar menos inglés que yo, pero en cambio es bastante más listo, me decía:
-Que este hombre te está preguntando que si quieres una bolsa.
Por fin, ¡por fin!, comprendí: la traducción exacta del gruñido era: Will you need a bag?  Pues haber empezado por ahí, alma mía ¿No te enseñaron en la school a sacarte el caramelo de la boca antes de hablar? Así es como he aprendido el significado de ese y varios gruñidos más correspondientes a un básico intercambio social, como cuando en el bed & breakfast bajábamos a desayunar y éramos saludados con un desganado "GGGGGinhhhh", que es como al parecer se dice allí "good morning" o "i¨lbiteneehhpaunsliiiiiss", para "It will be twenty pounds, please", o, lo que es lo mismo, que hagas el favor de apoquinar veinte librillas para pagar tu cuenta. A mí me enseñaron desde pequeña que el inglés se pronuncia, no se mastica; pero claro, es que mi colegio era un concertadillo corriente y moliente. Es lo que tiene. Hay que aprender en un sitio de mucho nivel para que te enseñen a ladrar como un londinense de verdad. El inglés, no siendo la lengua nativa, sólo lo pronuncian como es debido los pobres. Anda que es mentira.
En fin. Bajo de mi nube y me dispongo a enfrentarme con la realidad cotidiana. Si la vida me da limones, hago limonada. Si me da cinco kilos de papas, hago ensaladilla. Y estreno esta receta, enviada por nuestra Pepa, que es más apañada que un jarrillo de lata, al grupo de whatsapp que tenemos las compañeras del instituto. Estos grupos son como una especie de reunión de mesa camilla virtual, donde se comparten opiniones, chistes y también recetas. Me encanta arrapiñar recetas de cualquier sitio, y más si son sencillas de hacer y ricas. Esta cumple todas las condiciones, así que la sigo poniendo en circulación. Apúntense ustedes:
-Cuatro patatas medianas.
-Una manzana.
-Media cebolla.
-Un diente de ajo.
-Un buen puñado de perejil.
-Sal.
-Pimienta molida.
-Una cucharada de vinagre.
-Una buena cucharada de mayonesa. Si se quiere alargar la salsa, se puede mezclar con un poco de yogur, que le va muy bien.
Se cuecen las patatas, se dejan enfriar y se pelan. Se pela y pica la manzana, reservando si se quiere unas rodajas finas, sin pelar, para adornar. Se tritura junto con el ajo, la cebolla, la sal, la pimienta y el vinagre. Se añade esto a la cucharada de mayonesa y con ello se aliñan las patatas, mezclando bien. Se pica fino el perejil y se esparce por encima. Si hemos reservado rodajas de manzana, se ponen por encima. Queda mejor, como pasa con todas las ensaladas de patata, si se aliña con antelación y se tiene unas horas en la nevera para que tome los sabores.

Es compatible con el arrepentimiento dietético postveraniego, por no estar demasiado cargada de calorías. Y te viene muy bien para solucionar un primero en estos días en que, como Cenicienta, tenemos que volver a empuñar la escoba. Quien dice escoba, dice ordenador y Código penal. Si no con alegría delirante, al menos con cierto ánimo, que tampoco está mal..... Al tajo, amigos míos.

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