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miércoles, 14 de septiembre de 2016

MAGDALENAS DE ARANDANOS CON CRUMBLE DE AVENA

Este año los planetas se han alineado de modo favorable y ha tenido lugar lo nunca visto anteriormente: he materializado un Buen Propósito para septiembre, que es el segundo comienzo del año y me he apuntado a yoga. Hasta ahora nunca me había decidido porque mi vagancia natural es absolutamente contraria a cualquier forma de ejercicio que no sea caminar, y porque lo del yoga me sonaba a realizar una sucesión de posturas desganadas entre vapores de incienso, algo básicamente muy aburrido. Sin embargo,  la desesperación me ha obligado a intentarlo como último recurso. Soy una persona mentalmente rumiadora y obsesiva por naturaleza.. Soy de esa gente que se despierta en mitad de la noche y empieza a pensar más y más de prisa, hasta que la velocidad de los pensamientos rompe la barrera del sonido. Y todo está ahí  desde las chorradas más insignificantes hasta la mayor de mis preocupaciones, que empiezan a crecer de modo exponencial, hasta que me siento en la cama pensando cómo puedo permitirme un solo momento de respiro en mi vida, con todas las catástrofes que la amenazan. ¿Qué pasará si resulta que presenté aquel escrito fuera de plazo, aunque lo conté siete veces almanaque en mano? ¿O si uno de mis hijos comedores nocturnos se deja el horno encendido y se genera un incendio devastador que nos haga salir en primera plana? ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Será verdad que Rociíto ha vendido la exclusiva de su boda por esa cantidad disparatada que se baraja? He probado de todo: hacer mantas de punto, -tuve que dejarlo, porque llegaba el momento en que me daba para tapar una tienda de campaña y seguía igual de atacada-  ver esos programas de "Cómo se hace", en que te tiras cuarenta y cinco minutos observando con todo lujo de detalles cómo se fabrican los sifones, beber valeriana en garrafa y ponerme a colorear esos libros tan tontorrones que se han puesto de moda, y nada me daba resultado. Creí que el descanso estival me daría un respiro, pero no: el mes de septiembre viene repletito de quehaceres y estoy más espídica que nunca. Así que me encajé en un centro que me han recomendado, y le solté a la instructora:
-Necesito hacer yoga antes de que se me ocurran ideas raras con el cuchillo de los melones.
Dicho y hecho. Pago mi cuota, me busco una ropita adecuada y entro en aquella sala, descubriendo a seis o siete personas en una postura muy estilosa: tumbadas en el suelo cara a la pared con las piernas verticales y completamente apoyadas, haciendo una perfecta L sobre la que forman el suelo y la pared. Parecen relajadísimas, hace muy aparente y me decido a imitarlas. Pillo un cojín, me siento en el suelo y descubro inmediatamente, para mi consternación, que hacer la L con el culo justo en la unión de suelo y pared es mucho más difícil de lo que parece, y es verdad que yo soy torpe, pero probadlo si no me creéis. Porque necesitas espacio para subir las piernas y cuando lo haces te empujas sin querer y el cuerpo se te va para atrás, de manera que no haces un ángulo recto, sino un ángulo obtuso esparrancao muy poco favorecedor. Después de contorsionarme  un buen rato de modo humillante, como un escarabajo pelotero, decido que le van a ir dando al glamour, y que mejor me voy a tumbar en el suelo tal cual, no me vaya a quedar lisiada antes de empezar. Y empezamos. Y, sí.: se canta OOOOOOMMMMMM. El resultado de todas las voces juntas es extrañamente musical, como una campana. Luego se canta un himno. Yo no me sabía la letra, así que hice como cuando tengo que ir a alguna misa,  no me acuerdo de la letra de "Una espiga dorada por el sol" y me pongo a decir "shiu, shiuuu" para dar el pego. Después empezamos a hacer las posturas y descubro que esto hay que currárselo, pero mucho. Que sudas un montón y que, efectivamente, tu mente se vacía de cualquier pensamiento. Entre otras cosas, porque precisas poner toda tu atención en la postura para que los miembros no te fallen y te rompas las napias contra el suelo. Hay que estirarlo todo, lo que sabías que tenías y lo que ni te imaginabas. Y te das cuenta de que siempre habías creído tener un estado físico más o menos aceptable, y que caminas derecha, cuando en realidad vas por la vida con el cuerpo permanentemente contracturado, o como dicen por mi tierra, engurruñío, que duele más. Siguen las posturas; ahora toca hacer ejercicios con una cuerda; postura que no sé si se llama sirsasana, cuya traducción literal del sánscrito del norte es "postura del chorizo del Rosario puesto a orear a la fresca".  En vista de que me estoy reliando miserablemente y voy a dejar la cuerda inutilizable, me ofrecen prudentemente una que tienen para los principiantes mataos como yo. Finalmente lo consigo y descubro que colgarse es algo muy agradable. Después nos hacen practicar relajación, la hora y media se me pasa en un soplo, y salgo a la calle absolutamente sedada, feliz, y con la sensación de que todas las articulaciones me han cedido y me puedo montar y desmontar como un mecano. En definitiva, y no me preguntéis por qué, esto funciona. Lo recomiendo.
Dentro de la vuelta a la normalidad, está incluida la vuelta a las ganas de cocinar y de prepararme cosas buenas para el desayuno. Me han sobrado unos arándanos de una tarta de frutas y les voy a dar un buen empleo.
La receta de la masa es la misma del bizcocho de yogur.
Ingredientes:
-1 yogur natural
-3 medidas del vaso del yogur de harina de repostería
-2 medidas de azúcar moreno.
-Una medida de aceite, menos un dedo.
-3 huevos, separadas las claras de las yemas.
-Un sobre de levadura.
-Un pellizco de sal.
-Una tarrina pequeña de arándanos (100-150 gramos).
Para el crumble:
-Cuatro cucharadas extra de azúcar moreno.
-Cuatro o cinco de copos de avena
-100 gramos de nueces peladas y troceadas.
-Cuatro cucharadas de mantequilla ablandada.
Precalentar horno a 180º.
Ponemos los ingredientes secos en un bol, batimos las claras a punto de nieve con un pellizco de sal y reservamos.  Batimos juntos el yogur, el aceite y las yemas, y lo mezclamos con el azúcar, la harina y la levadura, y añadimos en dos o tres veces las claras montadas. Ponemos los arándanos y mezclamos.
Aparte, hacemos el crumble mezclando todos los ingredientes con una cuchara.
Cogemos un molde de magdalenas de 12 cavidades, que engrasaremos si no es de silicona,  o bien le ponemos en cada cavidad un papel de magdalena, y vamos rellenando con cucharadas de la masa.hasta terminarla. Después vamos cogiendo cucharadas del crumble y las distribuimos por encima de cada cavidad, aplastando un poco. Metemos el molde al horno y dejamos unos 15-20 minutos, hasta que al pinchar salga seco. Sacamos, dejamos enfriar y desmoldamos.
Estas magdalenas no subirán mucho por el peso del crumble, pero tienen un acabado crujiente irresistible. Y quedan la mar de bien con un té servido en la preciosidad de taza que me compré con las últimas libras en la tienda Harrods del aeropuerto...



Ya estamos aquí del todo, de nuevo. Y si hay que seguir en la lucha, los paréntesis de relax no son recomendables: se hacen imprescindibles. Cada uno elegirá su propia selección de esos momentos, en que, tal y como dice este cartel que he fotografiado en un Juzgado:

Namasté, amigos...

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