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miércoles, 5 de octubre de 2016

ARROZ CON ALCACHOFAS Y SECRETO IBERICO. Malísimo de comer.

Ya es octubre, y otoño, aunque tengamos veintiocho grados a la sombra y la playa siga repletita de público, y por tanto el cambio de estación sea más psicológico que real. Es otoño, y se vuelven a cocinar guisos, y sopas, aunque te entre el colorín menudillo. Faltaría más. También comienzan ferias gastronómicas de todo calibre: la del queso en Teba, la de las sopas perotas, la de la tapa, la de la castaña y el vino, y qué sé yo más. Recuerdo que antes me gustaba ir a esos eventos, a los que arrastraba a mi pobre marido, que odia las aglomeraciones. También odia el queso, por lo cual tiene doble mérito que en su día accediese a venir a la feria del queso de Teba. Santa criatura. La cosa es que al principio estaba bastante bien. Los puestos se ponían sólo en una calle principal del pueblo y, aunque había bastante público, se podía caminar. El último año que fuimos tuvimos que dejar el coche bastante abajo del pueblo, y nos ponían un autobús lanzadera para llegar hasta arriba. Autobuses enteros repletos de consumidores ávidos de emociones fuertes y de quesos potentes. Luego el autobús te arrojaba en el centro del cogollo y se volvía para recoger más y más gente. En vista de la concurrencia, mi marido fue a darse un paseo fuera del área de influencia quesera, cosa que no tuve corazón para impedirle, y yo me fui a  la caza y captura del queso silvestre, junto a mis no menos silvestres hijos. Muy pronto la muchedumbre nos separó. Yo me desgañitaba llamando a uno y a otro, pero mi voz quedó ahogada por el estruendo de una panda de verdiales traída exprofeso para animar el evento, ya bastante animado de por sí, y que se empeñó en pegarse a mí como una lapa. Me vi literalmente rodeada de panderos estridentes y de sombreros adornados con varios kilómetros de cintas que me impedían la visión. Riáriápita. Tiquitiquitiquitiqui. Nunca he odiado más el folklore ancestral de mi bendita tierra. La madre que los parió. Cuando intentaba apartarme, aquella cuadrilla del infierno me hacía un placaje a ritmo de violín y me impedía el paso, así que llegó el momento en que prescindí de todo miramiento y modales y embestí hacia adelante cual rinoceronte en estampida. Por inercia el del pandero se vino detrás de mí; pero cuando giré y me vio la cara, tuvo la extraordinaria prudencia de irse, literalmente, con la música a otra parte. Por fin encontré a uno de mis hijos completamente lívido de ira, echando espumarajos por la boca y jurando en arameo antiguo y morisco-casarabonelense (patria chica de su padre) moderno.  Por suerte nadie podía oirle. El otro estaba unos metros más allá, y dotado de un talante más filosófico, además de un encomiable sentido práctico, estaba esperando a que se disolviera la barahúnda junto a un puesto, comiéndose todas las muestras cortadas a efectos de degustación, para cabreo del feriante.
-¡Nene! ¡Se coge "un trocito"! ¿Es que no te dan de comer en tu casa, hijooooo?
Nunca lo dijera. No sabían lo que les esperaba, infelices. En ese momento desembarcó un autobús  y dejó salir a una peña recreativa que había salido de excursión, cuyos componentes, al modo de una invasión vikinga, comenzaron a arrasar a velocidad vertiginosa cuanta materia comestible encontraban a su paso. De pronto recibí en mi misma oreja, por encima de todo el pandemónium, un alarido salvaje que me congeló la sangre en las venas y me dejó los tímpanos temblando:
-¡¡¡ ALLI HAY QUESOOOO!!! ¡¡¡Y CHORIZOOOOO!!! ¡¡¡ALLIIIII!!!!
Acto seguido, tuvo lugar una especie de tsunami de gentes, y vi pasar a mi lado una inmensa mano que, de una sola y certera pasada, vació de muestras de queso un plato de los grandes, con colmo, que acababan de reponer. Da mucho miedo ver a ciudadanos normalmente pacíficos y respetuosos de la ley convertirse en una turbamulta ciega, imbuida de furor homicida, en nada diferente a la que rodeaba a la guillotina en París, aquellos días del Terror. Por algún motivo, hay gente que enloquece literalmente cuando dan algo gratis de comer en algún sitio. Es un reflejo del cerebro reptiliano, supongo, cuando te morías de hambre si no habías cazado ni un mal gazapo.  Me imagino que el de arramplar con todo lo comestible que pillas es un talento que se desarrolla, y que en las asociaciones de vecinos deben ofrecer unos cursillos al efecto subvencionados por la municipalidad:  Primeras Jornadas del Arrebañe orientado a Eventos Gastronomico-Locales Varios, Nivel Básico y Nivel Avanzado. Porque aquéllos eran unos profesionales. No se perdía ni un trozo de materia comestible. Allí había un nivel, pero grande. Ya os digo.
Cuando, sudorosos, jadeantes y despeinados, conseguimos salir de allí enarbolando una bolsa con cuatro kilos y medio de quesos y chacinas, encontramos al padre de mis vástagos, sentado en una calle apartada, tomando el sol en un banco. La mar de a gusto. Y me dijo, con una expresión de lo más inocente y seráfica:
-¿Qué? ¿Has comprado a gusto, cariño?
 Reprimiendo un desagradable exabrupto,  volví a repetir, como el cuervo de Edgar Allan Poe: Nevermore! Lo cual traducido, significa:
-Vámonos. No vuelvo ahí así me despellejen.
Declaración que, huelga decirlo, le hizo muy feliz. Y hasta el día de hoy. Cuando quiero queso, me voy a algún comercio especializado, en paz y amor de Dios, pago como una señora y salgo intacta y limpita. El sólo comenta, en esas ocasiones, al abrir la nevera:
-Aquí huele a algo estropeado.
A lo que la viborezna de doña Pepa contesta por mi boca:
-¡Tu sí que tienes estropeado el gusto!
Aunque, pensándolo bien, se casó conmigo. Así que tampoco me puedo meter mucho con él.
Y ya que estamos guisando de otoño, paso la receta de este arroz que hice el otro día y que, como podéis imaginar, está malíííísimo.
Ingredientes:
-Un vaso de los de agua de arroz redondo. Yo pongo Sabroz, porque luego se puede recalentar.
-Dos vasos y medio de agua.
-300 gramos secreto ibérico.
-Un pimiento rojo
-Cuatro o cinco alcachofas. Frescas a ser posible.
-150 gramos de judías verdes.
-Un tomate maduro grande.
-Tres o cuatro dientes de ajo.
-Un pimiento verde.
-Media cebolla. Los puristas no le ponen cebolla a los sofritos del arroz. Pero ya sabéis lo que pienso yo de eso.
-Un cubito de caldo de carne.
-Cuatro o cinco hebras de azafrán.
-O ¡vituperio!: un espolvoreo de las especias para paella del Mercadona. Ya podéis colgarme de los pulgares, por hereje.
Ponemos un fondo de aceite en la paellera. O paella. En mi casa hemos dicho paellera toda la vida. Cortamos el secreto en tiras y lo sofreímos. Sacamos y reservamos. Cortamos el pimiento rojo en tiras y lo freímos también, sacando y reservando igualmente. A continuación, rallamos el tomate y picamos la cebolla, los ajos y el pimiento verde. Sofréimos, sacamos y trituramos en la batidora. Si tenemos Thermomix, el sofrito se hace en ella directamente, añadiendo un poco más de aceite, y programando 5 minutos, 100º, vel. 4. Picamos las judías verdes y limpiamos y hacemos cuartos las alcachofas. Las cocemos aparte, previamente, cinco minutos, para que no queden duras. Calentamos el agua en un cazo o en el microondas.
Medimos el arroz y lo sofreímos en el mismo aceite, lo justo para que se ponga un poco traslúcido. A continuación añadimos el sofrito y le damos a todo unas vueltas con la cuchara de madera. Disolvemos la pastilla de caldo en el agua caliente y la añadimos. Por último ponemos la carne, las alcachofas, judías verdes y pimiento, y añadimos el azafrán o el engendro de Satanás de las especias. que la verdad, a mí me da buen resultado. Ponemos a hervir a fuego medio quince minutos, dieciocho si es del Sabroz. Tendremos a punto agua caliente, por si se queda antes sin caldo, y añadiremos a pocos, si vemos que se va a quedar seco antes de tiempo. Apagamos, tapamos con una tapadera y dejamos reposar cinco minutos.
Sí, juegas con ventaja. Es difícil que salga mal un plato que lleva secreto ibérico.....

Dios mío. Qué mala pinta.
Cuidaos mucho. Y feliz otoño...

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