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miércoles, 23 de noviembre de 2016

BIZCOCHO MILDRED.

Yo no sé a vosotros, pero a mí, cada vez que me las tengo que entender con un operador de telefonía móvil, me quitan cinco años de vida. Este verano, antes de irme a Londres, llamé a mi compañía para pedir una tarifa especial que ofrecían para llamar en el extranjero. Después de oir la pizpireta musiquita enlatada característica de la publicidad de este operador, fui atendida sin problemas y me fue asignada la tarifa correspondiente, finalizando la conversación con esta frase de mi amable interlocutor.
-Muy bien, pues ya tiene su tarifa activada, en condiciones tal y cual, adquiriendo como hemos acordado una permanencia de doce meses. 
(¿¿¿¿Cómoooo????)
-A ver, a ver, ¿cómo que "hemos acordado" una permanencia de doce meses? Ustedes me han hablado del importe de las tarifas y de cómo darla de baja en su momento, pero no me han dicho absolutamente nada de una permanencia de un año por este motivo.
Se produce un breve silencio, tras el cual mi -ligeramente- menos amable interlocutor me dijo:
-A ver.... Pues mire usted, la permanencia ya está asignada. Le voy a pasar con el departamento de No Quiero Permanencia (o qué se yo lo que me dijeron), a ver si se lo pueden solucionar, un momento....
Nuevo período, algo más largo, de música Buen Rollo, muy poco acorde a mi estado de cabreo en progresión geométrica:
-¿Oigaaa? ¿En que le puedo ayudar?
-Pues mire usted, que he pedido una tarifa especial para llamadas desde el extranjero y me han puesto sin avisarme una permanencia de doce meses.
-A veeer..... Huy, pues no me sale aquí nada. Espere, que esto es competencia del departamento de  Este Chumbo No es Mío (o algo así), que creo que allí se lo pueden ver....
-Pero, mire, que.....
Más musiquita. Dos minutos. Tres. Cinco. Diez. Tras lo cual, me cuelgan. Por toda la patilla.
Cuento hasta veinte, vuelvo a marcar, y me dan todas las opciones: Para contratar, marque 1. Si está interesado en la promoción Hablar&Navegar Hasta Que Revientes, pulse 2. Para Averías, pulse 3. En otro caso, diga brevemente el motivo de su consulta:
-Que me han cascado una permanencia.
-Lo siento, no le he entendido. Diga brevemente el motivo de su consulta.
Aunque ciega de ira, aún conservo la lucidez suficiente para darme cuenta de que tengo que darle a una tecla cualquiera si quiero conseguir hablar con un ser humano y no con una voz enlatada. Le doy a 1. Me contesta una voz femenina cálida y alegre:
-Buenos días, mi nombre es Pepita. ¿En qué puedo ayudarla?
Le vuelvo a contar mis cuitas. La otrora cálida voz baja varios grados de temperatura:
-Ah... Pero esto es Contrataciones. Mire, que le voy a pasar con el departamento de No Me Dé Usted La Brasa. Un momento...
 Más musiquita. A estas alturas me gotean los colmillos. Tras un buen rato y varios extraños clicks, una voz muy caribeña y muy adormilada me dice:
-Bueeeenos días, mi nombre es Suleykaleidis. ¿Me dise su nombre, para que pueda dirigirme a usted? (...) Grasias, doña Rosío. Usted me dirá en quéééé´la puedo ashudar.
Suelto el rollo por  cuarta vez, apretando los dientes.
-Permiiiitame que consulte... Uy, sí que está aquí su permanensia. Pero esto no se puede anular, lamentablemente. ¿No se lo han dicho en No Me Dé Usted la Brasa? (Te están tomando el flequillo desde hace una hora y cuarto)
-¿¿¿¿Pero cómo que no???? ¿Cómo no se va a poder anular una operación hecha sin mi consentimiento? ¡¡¡Me parece increíble la desfachatez!!!
-Lo lameeeento, doña Rosííío. (Ajo y agua, querida) ¿Puedo ashudarla en alguuuna otra cosa?
-Pues mire, es que aún no me ha ayudado en ninguna, Suleykaleidis. Buenos días.
-Que tenga buen díiía, doña Rosííío (Y te tomas un Valium 10, hermosa. Que se te va a saltar la vena)
Y ahora, como diría mi José Mota, vas y lo tuiteas.
Lamentablemente, o quizá por suerte, no tengo cerca ninguna tienda física del operador en cuestión para echarme a la calle con una recortada y provocar una masacre en el mundo de la telefonía. Estos profesionales del arrapiñe organizado se valen del hecho de que  normalmente uno no tiene ni tiempo, ni ganas, de pelear esta absoluta poca vergüenza, independientemente del hecho de que en cuanto se termine la permanencia me voy con mis teléfonos a cualquier otro sitio donde pueda hablar cara a cara con personas y no tenga que entrar en un bucle infinito de operadores que se pasan la patata caliente de unos a otros, hasta que terminas hablando con una Suleykaleidis o un Walter que te atienden (¡ja!) desde una remota aldea de Vilcabamba del Sur, según vas entrando a mano derecha, o del Rayastán, India, donde, con suerte, hablan un sucedáneo de castellano absolutamente incomprensible.
Lo cierto es que termino la comunicación moralmente destrozada, al borde de una meningitis congestiva y con la permanencia puesta, como a los toros les ponen las banderillas. Además he adquirido un reflejo condicionado merced al cual, cada vez que escucho en algún anuncio la musiquita de las narices, siento unos deseos irreprimibles de trinchar al semejante que tenga más cercano con cuchillo y tenedor. Mi operador, desde entonces, me llama con cierta frecuencia para ofrecerme hasta las pestañas; y a mí ya no me queda más que cantarle la canción de Pimpinela: "Vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa, y pega la vuelta..." No quiero volver a saber de ellos en la vida.
Me tiro en el sofá, exhausta, y me acuerdo de que tengo hecho un bizcocho cuya receta me llamó la atención en el blog Cocinillas.es, un bizcocho dos rombos o para mayores con reparos (concretamente, con valores inferiores a 200 mg. colesterol en sangre), a causa de la mantequillaza que lleva. Pero este bizcocho recuerda mucho a unos que empezaron a verse en los 80, de la marca "Mildred" que estaban buenísimos. Así que la curiosidad me hizo elaborarlo, en una locura de molde de Nordic Ware monísimo y carísimo al que he sido incapaz de resistirme. Y ahora el cabreo me lleva a comerme un trozo; eso sí, un trozo a cuyo través pueda leer una revista con cierta comodidad. Es decir, una dosis homeopática. Que vienen unas fechas muy malas.
La receta es muy buena, pero la cantidad de azúcar que indicaba, 350 gramos para 260 de harina, me parecía francamente excesiva. Yo la he ajustado y he rebajado la cantidad a 100 gramos menos, y ya está más que bien.
Ingredientes:
- 250 gramos de harina de repostería.
-1 sobre de levadura Royal.
-250 gramos de azúcar.
-Un pellizco de sal.
-4 huevos.
-225 gramos de mantequilla sin sal a temperatura ambiente.
-150 gramos de queso Philadelphia o similar.
- Una cucharada sopera de aroma de vainilla.
-Azúcar glas para espolvorear.
Precalentamos el horno, arriba y abajo, a 180º.
Si el molde fuera Nordic Ware, como tiene tantos recovecos, lo mejor es engrasarlo con un spray antiadherente que granantiza un desmoldado perfecto. Si no, pues a tirar de mantequilla y harina, y a engrasar el molde elegido.
Batimos en la Thermomix, o en batidora, la mantequilla con el azúcar, por lo menos tres o cuatro minutos, hasta que blanquee y aumente de volumen. En este punto, vamos añadiendo los huevos, de uno en uno, batiendo hasta incorporar. Añadimos el queso Philadelphia, la vainilla y la leche  y volvemos a batir. Ponemos esta mezcla en un bol y vamos tamizando y añadiendo la harina, la sal y la levadura a través de un colador o cernidor, y vamos mezclando con unas varillas hasta que todo quede incorporado. Se pone en el horno una hora a hora y cuarto. Pasados 45-50 minutos, miramos si se está dorando mucho, y le ponemos encima en ese caso una hoja de papel de aluminio. Dejamos en total la hora y cuarto de horno, porque este bizcocho es denso y pueden quedarse algunas partes algo apelmazadas si está corto de cocción.
Se desmolda y se deja enfriar sobre una rejilla, y se espolvorea de azúcar glas a través de un colador.


Mirad qué guapo él. Sin Photoshop ni nada.

No, el trozo que falta no es el que yo me he comido. So mal pensados.
A lo mejor decís que dedicándome yo a deshacer entuertos jurídicos cómo no me he puesto a pelear esta guarrería que me han hecho. Pues precisamente por eso. La relación coste/beneficio no compensa: no me merece la pena llevarme más dolores de cabeza si para cuando consiga una resolución ya se me ha terminado la permanencia. Tampoco compensa prolongar el cabreo, aunque éste he conseguido mitigarlo entre el trozo/lámina de bizcocho y un ratito de yoga. La primera medida no aparece contemplada como tal en ningún libro de autoayuda que yo conozca, pero funcionar, funciona. Yo ahí lo dejo.
Pasadlo bien, y no me pilléis berrinches tontos como el referido. Que la vida es muy, muy corta...

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