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miércoles, 18 de enero de 2017

MEJILLONES DE SABADO

Soy básicamente una persona muy poco original y, como tonta, me encantan los sábados. Todo comienza cuando vas sacando la cabeza de la marejada del sueño y sientes en tu cuerpo que pronto va a ser la hora de que suene el despertador y te saque de las aguas como a una merluza de pincho. Pero justo entonces te viene a la mente la consoladora certeza de que hoy no va a sonar, y tienes un instante de felicidad perfecta antes de zambullirte de nuevo y bucear por los fondos. Cuando por fin te espabilas del todo, suena el canto de los pajaritos, hace un día maravilloso y te bajas para prepararte un desayuno en condiciones, con zumo incluido. Ya no tenemos desayunos amenizados por dibujos animados de Shin Chan y su odioso trasero a todo volumen, gracias a Dios. Cerramos la puerta trasera, para que no se nos vuelva a colar dentro el petirrojo okupa que tenemos en el patio.  Y desayunamos sin prisas. Mas tarde nos vamos al mercado. Doy una vuelta y encuentro unos mejillones franceses maravillosos que voy a preparar con vermut de Moclinejo, para tomar acompañado de barquitos de pan del tamaño del Queen Elizabeth. Luego dejamos el coche aparcado y vamos a dar una vuelta al solecito. Hay niños en bicicleta, perros corriendo por la playa, y la vida es perfecta. Volvemos a casa y preparo los mejillones, además de una hermosura de tortilla de patatas. Conversación, una copa de vino, la siesta. Y el móvil apagado. La vida es maravillosa.
 Ahora, claro.
Hace quince años, los sábados eran muy diferentes. Normalmente me despertaban unos deditos no demasiado sutiles que me abrían los párpados a la fuerza.
-Mamááááá. Que ya es de díaaaaa. Que queremos desayunar.
-Nene. SSSSon las "seis" de la bbmañana. Es "dempranísimo". Vede a dormir odro ratito. Anda.
Nunca he tenido espíritu boy-scout, ni he sido de esas afortunadas criaturas que saltan de la cama al alba, cantando "Walking On A Sunshine": levantarme a las seis de la mañana un sábado es defenestrarme para todo el día.
-Que no tenemos sueñooooooo. Queremos comer y que nos cuentes un cuento.
-Nene, los cuentos son para ir a dormir.....anda, déjame un poquito más, guapo. Y luego os cuento tres. ¿Vale?
-Nooooooooo. Queremos un cuento para ir a "despertar". Y queremos Cola Cao y tostada. Y queremos que lo hagas con la Baticao. Y....
Aun dormida, despierto al padre de las criaturas. A ver si cuela
-Que hoy te tocaba a ti.
-Nooooo. A bbbmi be docaba bañana. Dobingo. Zzzzzzzzz........
Qué reflejos. Dormido y todo, no hay quien se la cuele, vaya por Dios.
En vista de que no me quedaba otra, abría los ojos a duras penas, después de que mi niño de mi corazón me los hubiera metido para adentro como a los caracoles. Porque dejar a un coco de cinco años y a otro de tres campar a sus anchas por la casa era como dejar sueltos, pastando, a un chivo y a un ternero que además tuvieran nociones básicas de cómo preparar un cóctel Molotov. Así que bajaba  resignada el día que me tocaba a mí, preparaba el desayuno, les ponía los dibujos animados, los que hubiera (sí, naturalmente que era ese tipo de madre irresponsable que pone la tele de canguro) y caía en un estado de estupor en duermevela del que me sacaban constantemente los mismos dedos criminales que me abrían los párpados. (¡¡¡MAMAAAA!!!! ¡¡¡¡¡MIIIIRAAAA!!!! ¡¡¡MIIRAAAAA!!!!) Realmente no sé cómo logré conservar la visión intacta. Bueno, todo lo intacta que se podía, antes de la era de la vista cansada y las doscientas gafas de leer repartidas por la casa......
-Mamááááá. Mira lo que hace Doraemon.
-Nene, déjame. estoy dormida.
-Pero si tienes los ojos "abiertos"
-No importa, hijo. Te aseguro que sigo estando dormida. Con los ojos abiertos, igual que los peces.
-Mamáááá. Que mi hermano me está pegandoooooo.
-Mentira, que me está pegando él. Y además me está tirando bolitas de miga de pan.
BBBLOOMMMMMMPUMMMPAFFFFFFF.
-¿¿¿Qué habéis roto???
-¡¡¡IDIOTAAAA!!!
-¡¡¡CAPULLOOOOOO!!!
Y finalmente -tras nombrarse respectivamente, del modo que queda dicho-:
-¡¡¡MAMAAAAA!!! ¡¡¡DILE ALGOOOOO!!!
-¡PEGALE!
-"¡¡¡MATALE!!!"
Era una tortura pavorosa. Yo recordaba mis lecturas de cómo los soldados japoneses impedían dormir a los prisioneros estadounidenses para debilitar su moral y así lograr sus confesiones. A mí me hubieran hecho confesar cualquier cosa, de haberme asegurado que luego me permitirían volver a dormir. Pero eso nunca ocurría. Excepto a veces, cuando el padre de las bestezuelas se despertaba a la media hora o así, porque siempre fue más tempranero que yo, o a consecuencia de la escandalera originada por la bronca, y entonces yo subía a cuatro patas la escalera para volver a acostarme en estado de semiinconsciencia. Cuando eran pequeños mi constante estado de hipervigilancia me agotaba, y estaba agotada todo el día. No es que mis hijos fueran peores que los otros; es que como madre yo era del modelo "apretao". Se me cerraban los ojos en los autobuses, en las tiendas, incluso andando por la calle. Y en los juicios. Entonces podía, porque en ese tiempo yo no era abogada, sino procuradora. Y tenía que estar de cuerpo presente, por ser preceptiva por ley mi asistencia, pero sin decir ni pío.  Calladita y de cartón piedra, igual que don Tancredo en los toros. El gasto de oratoria lo tenía -y tiene- que hacer el compañero abogado, y yo pensaba en la lista de la compra y en lo calentito que se estaba en la sala de vistas, abrigadita con la toga, que es casi como una bata de pirineo. Llevé el arte de dormir en las vistas al virtuosismo. Me ponía la mano en la frente, como sumida en gravísimas reflexiones, y me pegaba unas microsiestas impresionantes y reparadoras. Más tarde llevé mi maestría al extremo de dormir con los ojos abiertos: una artista, aquí donde me veis. Me programaba para el momento en que su Señoría decía "Visto", y entonces abría los ojos. Era el equivalente al "Podéis ir en paz" de las misas, que era la parte que más me gustaba. Aunque descreída, soy ante todo sincera...
Ingredientes:
-1/2 kg. de mejillones (yo prefiero los franceses pequeños)
-Media cebolla.
-Un buen chorro de vermut.
-Sal y pimienta.
-Limón.
-Un chorro de aceite de oliva.
-Pan. Imprescindible.
Enjuagamos bien los mejillones y les quitamos las barbas, uno por uno. En una sartén con un fondo de aceite picamos fina la media cebolla y la dejamos pochar hasta que esté tierna. Añadimos los mejillones y el chorro de vermut. Tapamos y vamos agitando la sartén, hasta que veamos que se han abierto los mejillones. Salpimentamos, añadimos el zumo de limón y a comer, en compañía del pan, de la del mismo vermut que hemos usado para el invento y de la de alguien con quien mantener poder hablar de lo divino y de lo humano.....

Y que se nos den muchos sábados más para disfrutar....
Feliz semana a todos.

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