El otro día hice un inmenso cocido madrileño, del que me sobró una cantidad apreciable de sustancias. En pleno final de la cuestaza de enero, una pone especial empeño en no tirar nada, y no tenía yo cuerpo, ni tiempo, del consabido croqueteo de aprovechamiento. Así que para variar opté por una solución igualmente sabrosa y bastante menos preñada de hacer. Hace poco vi, en una revista, una receta de la ropavieja, pero en versión fina. Creo que era algo así como "montadito de ropavieja con su salsa de tomate y su teja de parmesano". El plato, del diámetro de una pequeña plaza de toros, presentaba en el medio, a modo de isla perdida en el océano, un circulito de ropavieja, emplatado con un aro, del diámetro de una piruleta, con un finísimo cordoncillo de salsa, y la peineta de parmesano, (desde mi punto de vista absolutamente discordante), coronando artísticamente el conjunto. Ahora, con lo que voy a decir, quedaré como una antigua y una castroja, pero es un hecho: una no va para gastrónoma. A mí ese tipo de platos me quita por completo el apetito. Además, siempre me parece que el camarero me va a pegar en los nudillos en el momento que arrime el tenedor. Por eso yo no valgo para que me lleven a sitios finos: quedo mal y además me dan una tremenda tristeza. Sobre todo si son sitios de diseño, que parecen un salón de belleza más que un restaurante y que están iluminados con luz fría, de manera que todos parecemos el autor del crimen...
Como yo soy ya mayor, y voy a lo esencial, para mí la comida es disfrute y relax, no postureo. Cuando en la tele se empezaron a poner de moda los concursos de cocina, todos mis allegados me decían:
-No te perderás ni uno, con lo que te gusta la cocina.
Pero es que a mí esos programas me estresan. De verdad. Esos chefs tan desagradables y sobraditos metiéndoles cera a esos pobres concursantes al borde del infarto. Esos pobres concursantes al borde del infarto sacándose mutuamente los ojos como gallinas hacinadas en un corral demasiado pequeño. Y esos niños... esos "niños", por Dios. Toda la comida es fina finísima, eso sí. Tampoco es que haya que irse al extremo contrario. Ni la Croqueta Solitaria servida en tu plato con pinzas (lo he vivido), ni el dedazo del camarero tomando un baño caliente en tu plato de sopa (TODOS lo hemos vivido). Yo reconozco que tengo debilidad por los bares de barrio y los sitios de menú, donde te traen el primer plato y te preguntan:
-¿Usted quería el caldo clarito o espeso?
-Clarito.
-Ah. Pues no lo remueva, que está todo en el culo. ¿Y de segundo? Hay jibiaensalsa, SanJacoboconpatatasperonoqueda, calamares-calamaritos, ycroquetasdelpuchero¡¡¡MARIII!!!¿Quedancroquetasdelpuchero? Pos tampocoquedan.
-¿Y de postre?
-Flancasero-frutadeltiempoyhelado.
-¿Del tiempo?
-Del tiempo de la vitrina frigorífica. Menos cachondeo, señora.
Mi marido y sus amigos, en la época crónicamente falta de dinero de cuando uno estudia, o hace como que estudia, eran asiduos parroquianos de los antros más guarripuercos de la ciudad. En uno se encontraron una vez un cacho de estropajo dentro de la jarra de cerveza. Aunque, pensándolo bien, esto se puede interpretar como una muestra de lo contrario, y de que al menos conocían la existencia de semejante adminículo de limpieza. En las cocinas es mejor no entrar, (ojos que no ven...) que mirad los sofocones que se lleva Alberto Chicote, pobre mío.
El día de la Croqueta Solitaria fuimos a cenar con otra pareja que nos había recomendado encarecidamente el sitio. El cual, para empezar estaba vacío, y toda la atención de todos los camareros se centraba exclusivamente en nosotros. Hablo de un tiempo en que en los restaurantes se contrataban suficientes camareros. Es decir, hace muchísimo. ¿Sabéis lo que es que te maten a atenciones? Pues eso. Alargabas la mano a la copa, y ya estaba allí un solícito camarero para llenártela. Ponías cualquier cosa en tu plato, de las que eran para compartir, y ya tenías a otro que te lo cambiaba inmediatamente. Con lo cual estábamos los cuatro comensales absolutamente cohibidos, porque teníamos allí a cinco personas nada más que para nosotros, pendientes de nuestras conversaciones. Y lo que te apetecía era soltarles un billete y decirles:
-Andad, guapitos. Id a compraros unas chocolatinas y no volváis en un buen rato, que es de muy mala educación escuchar lo que hablan los demás.
Aunque, con algo más de diplomacia, lo que tuvimos que decirles al final, porque no se daban por enterados, fue:
-Ya les llamaremos si les necesitamos. G-R-A-C-I-A-S. (¡¡¡JOPO!!!)
Era de esos sitios donde las verduras son "Verduritas de la huerta de la tía Carmen", las croquetas (una por barba) "Croquetas del cocido con SU caldito al aroma natural (?) y la carne en salsa "Filetitos de secreto en SU salsa de champiñones de París". Siempre me ha fascinado eso de "su" lo que sea. Porque lo que lleve el plato será lo que tú le pongas, digo yo. Que yo sepa, la salsa de champiñones no le nace espontáneamente al gorrino alrededor de la riñonada. ¿O sí?
Y la cuenta. La cuenta era lo único que no se podía llamar "cuentita". Era cuentaza de tamaño natural con SU clavada y SUS bombones para anestesiarte de la misma. Así que si algún día alguno de vosotros siente tal entusiasmo por mi compañía que me quiere invitar a comer, os digo desde ya que acepto gustosa, que os voy a salir muy ajustadita y que me llevéis a un sitio honrado, donde te pongan el menú en una pizarra. He dicho.
Ingredientes:
-Carne, verdura, garbanzos y embutidos sobrante del cocido, o del cocido madrileño
-Salsa de tomate
-Un pimiento verde
-Una cebolla.
-Para acompañar: Patatas asadas en el microondas o cocidas, y alguna verdura que tengamos ya cocida. Yo puse alcachofas cortadas en láminas que tenía ya preparadas..
Precalentamos el horno a 200º, para las patatas y las verduras. Cuando esté caliente, añadimos las patatas cocidas o asadas en cuartos, y las alcachofas o la verdura que sea. Ponemos sal y un hilo de aceite y dejamos unos 20-30 minutos, hasta que esté dorada. Apagamos y reservamos.
Troceamos al gusto la carne y las verduras, añadiéndolas junto con los garbanzos con un fondo de aceite en una sartén. No para que se dore mucho, sino para rehogarlo un poco y que se meta en situación. Apartamos y reservamos. En el mismo aceite, picamos y pochamos el pimiento y la cebolla. Añadimos la carne, verduras y demás, ponemos la salsa de tomate y lo dejamos calentar.
Servimos con las patatas y la verdura.
Y a pasar un buen rato sin mala conciencia.
Feliz semana a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.