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miércoles, 15 de marzo de 2017

PAN DE ESPELTA, ZANAHORIA, AVELLANAS Y ARANDANOS

El otro día acompañé a mi hermana al hospital, para que le quitasen la escayola, tras haberse caído y haberse fastidiado bastante un tobillo, y de propina una costilla. La verdad es que el armatoste era tan aparatoso que más parecía una mujer a una columna jónica adosada. De hecho, cuando nos pasaron a la sala de yesos y desyesos, a la enfermera le costó una hora entera quitársela. En cuanto vio la obra magna de albañilería que tenía por delante, sacó de un maletín una especie de Black Decker con una hoja circular que hizo que a la pobre descalabrada se le pusieran ojos de terror. Yo, que como sabéis de sobra, soy una graciosilla repugnante, dije para quitar hierro al asunto:
-¡Anda! ¡Como la que usan en las autopsias para abrirte el cráneo!
A mi hermana no pareció hacerle gracia, cosa, después de todo, comprensible. Tampoco a la enfermera. De hecho, a la enfermera no parecía que nada le hubiera hecho gracia nunca en su vida: era de esas personas que cuando han de esbozar una sonrisa de las socialmente obligadas, se les resquebraja la cara. Pero era, eso sí, muy concienzuda y muy profesional, aunque lo dilatado del proceso lo asemejaba más a la excavación de un yacimiento arqueológico que a la retirada de una humilde escayola. El que la puso lo hizo a conciencia: eso no era escayolar una pierna, era alicatarla.  Era una Villa Patachula en toda regla a la que no le faltaban más que los azulejos sevillanos. Por fin apareció la pierna debajo de todo aquel yeso, al borde de la asfixia pero no en demasiado mal estado, y bajamos a radiología. Mientras esperábamos, la desescayolada se dio cuenta de que estaba sentada encima de algo que había en la silla de ruedas. La enfermera se había dejado allí uno de los trastos de matar, unas tijeras así de gordas. Como después de todo somos gente honrada, fui a devolverlas, para lo cual tuve que subir en el ascensor y recorrerme medio hospital de nuevo. No entendía por qué todo el mundo se apiñaba en la esquina opuesta a la mía, hasta que me di cuenta de que iba empuñando las tijeras de un modo francamente amenazador. Que os lo digo en serio, no me lo invento. Me sentí obligada a dar explicaciones, poniéndolas en alto, para que se vieran bien las brillantes y afiladas hojas de treinta centímetros:
-Que voy a devolverlas....jejeje.
Aquello fue aun peor, parecieron pensar: devolverlas después de haber hecho ¿qué? Hombre, no será..... Pero, ¿y si sí? Es una sensación curiosa estar en un espacio cerrado y ver que las otras personas te miran con franca prevención. Me sentí como Hannibal Lecter, y no pude evitar cierto rictus maníaco en consonancia. Pero porque me lo dieron hecho. No puedo resistirme a hacer el tonto de vez en cuando. Al abrirse la puerta del ascensor, mis vecinos de cubículo salieron que se las pelaban, adiósadiósadiós, y yo me lo pasé pipa el resto del camino, caminando con las tijeras en ristre. Cuando llegué otra vez a lo de los yesos, la enfermera, la recepcionista y tres o cuatro pacientes que quedaban por allí me pusieron unos ojos como platos, y tuve que verbalizar el pie aclaratorio, y prosaico, de la situación:
-Que se le han quedado antes en la silla de ruedas.
-Ah...... Gracias.
Cuando bajé otra vez a radiología, ya no era una asesina en serie, sino que volví a la categoría habitual de señora de mediana edad invisible. Pero la verdad es que pasé cinco minutos muy divertidos. Me acordaba de cuando doña Pepa me llamaba cómica y María Guerrero (eximia actriz española, 1867-1828; de nada) y me acusaba, no sin razón, de sobreactuar cuando traía algún "cate" del colegio. Qué queréis.... Otra vocación desperdiciada, que sólo ve la luz cuando estoy en juicio y le doy rienda suelta.
Esta receta viene propiciada por la época del año, cuando es primavera, empiezas a querer cuidarte y perder peso, y comer más sano, y tomar más fibra y todo eso. Me la inventé hace mucho tiempo, después de mezclar lo que tenía en los tarros de la despensa, en un experimento que salió bien.  Es un pan dulce, pero no demasiado, estupendo con mantequilla, con mermelada o a pelo.
Ingredientes:
- 500 gramos de harina integral de espelta. Ahora la tienen en el Mercadona.
- 300 ml. de leche.
- 50 de aceite de oliva o girasol.
-Una cucharadita de sal.
- 100 gramos de azúcar moreno.
-Una cucharadita de canela.
- Una cucharadita de levadura de panadería, o 15 gramos (1/3 de dado) de la prensada.
-Dos zanahorias medianas ralladas.
- 100 gramos de arándanos secos.
- 100 gramos de avellanas tostadas.
Mezclamos la harina, la leche, el aceite, la sal, el azúcar, la canela y la levadura, hasta integrar. Si la masa queda muy seca, añadir agua a cucharadas hasta que quede suave. A los quince minutos, extendemos un poco la masa y la doblamos en tres, desde los extremos hacia el centro. A los quince minutos, lo haremos de nuevo. Y a la nevera seis u ocho horas, o toda la noche. Poco antes de sacar la masa de la nevera, ponemos los arándanos en un vaso con agua y lo metemos en el microondas dos minutos a potencia máxima, para que se rehidraten.
Trituramos un poco las avellanas, con un golpe o dos de Thermomix, o tapándolas con un paño y dándole un poco con la mano del mortero. Se trata de que se troceen, no que se trituren.
Se integran en la masa las zanahorias, los arándanos y las avellanas, y cuando esté todo bien mezclado, lo ponemos en un molde de plumcake engrasado y enharinado dos o tres horas a temperatura ambiente, hasta que suba como al doble.
Precalentamos el horno a 200º, al menos unos diez o quince minutos. Cuando esté caliente, metemos al horno y dejamos 45 minutos. A la media hora miramos si está muy dorado y si es así ponemos encima una hoja de papel de aluminio y dejamos los quince minutos restantes.
Sacamos y dejamos desmoldar en rejilla.


Muy adecuada para esta época de primavera con retrocesos que estamos teniendo. Con esto y un poco de jalea real nos comemos el mundo entero. De verdad. Yo a veces creo que sí que puedo comérmelo literalmente. Depende del día.
Feliz semana.

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