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miércoles, 3 de mayo de 2017

PATATAS ASESINAS. Lo son. Creedlo.

El otro día, cuando mi santo volvió de su batalla diaria por las habichuelas, pude comprobar que el coche lo traía hecho una auténtica guarrería. Quiero decir, más de lo normal. Y gracias a que había llovido hacía unos días y la capa de sustrato previo que suele tener, y donde siempre le sugiero cariñosamente que siembre champiñones, había desaparecido en su integridad. Este fenómeno ocurre dos o tres veces al año, siempre cuando llueve. Mi santo es muy ecologista y no desperdicia valiosos recursos hídricos en algo tan insustancial como lavar el coche. En lugar de la habitual capa de tierrecilla, traía unos preciosos chorreones blancos que impedían casi por completo la visión trasera, ya que lo suele aparcar bajo unas farolas que constituyen el hábitat natural de una colonia de gaviotas. Al menos, en su persona propia salió mejor parado que dos compañeros de trabajo. A uno se le echó a perder la chaqueta: la mancha casi le agujerea el tejido ¿Pero qué es lo que comen estos bichos, que excretan armas químicas? Cuando yo era pequeña, las gaviotas estaban en la playa, solían comer pescado y eran algo más grandes que una paloma común. Ahora están en todas partes, comen no se sabe qué y tienen el tamaño de un zeppelin. ¿Porqué son tan grandes las gaviotas de hoy? Por si fuera poco, tienen una mirada que da mucho miedo. Esos ojillos fríos y desalmados de prestamista dickensiano. Igghhhhh.  Además cada vez son más agresivas. No nos tienen miedo alguno. En el último año de colegio de mi hijo el pequeño,  éste venía con frecuencia muerto de risa contando cómo a uno u otro compañero una gaviota le había soplado el bocadillo en el recreo. Todavía en esos años una no había tirado la toalla y aún se esforzaba en intentar inculcar en los hijos valores y comportamientos prosociales, como el sentimiento de solidaridad y que está muy feo alegrarse de la desgracia ajena:
- No te rías tanto, que si te lo hubieran quitado a ti, no te habría hecho tanta gracia.
- Madre. Yo  "siempre" lo llevo escondido en la sudadera. Y si a pesar de ello una gaviota me hubiera quitado el bocadillo, habría sido Lo-Uuuuultimo-Que-Hubiera-Hecho- En-Su-Apestosa-y-Miserable-Vida. Crghhhchhhsssss (onomatopeya ilustrada por elocuente gesto de retorcer el pescuezo)
Es cierto que ninguna gaviota en su sano juicio se hubiera enfrentado al desaprensivo de mi hijo. ¿Qué karma, atavismo o pirueta genética ha hecho nacer a don Vito Corleone de dos personas de bien como su padre y yo? Es algo que aún me pregunto con cierta frecuencia.
Recuerdo que hace muchos años, cuando yo era joven e incluso mona, y lucía una frondosa melena hasta los hombros, iba paseando durante una bonita mañana de primavera para coger el tren de Torremolinos, en cuyos juzgados tenía que hacer unas gestiones y asistir a una vista. De repente - ¡¡¡FLOGGGHHHSSS!!!-, siento un impacto, y no pequeño, en la cabeza, y ALGO que chorrea pelo abajo.  ¿Me ha caído un meteorito? ¿El cielo se está desplomando sobre mi cabeza? No: me ha cagado encima un bicho que debe tener la envergadura de un cóndor de los Andes. Esto no PUEDE estar ocurriendo. Y el olor. No olvidaré el olor mientras viva. Yo no podía imaginar que el aparato digestivo de una gaviota diera para tanto. Horrorizada, y perseguida por la insolidaria guasa de los transeúntes, corrí a buscar una farmacia, donde no, no podían dejarme pasar al aseo, pero sí, sí podían venderme un paquete de toallitas húmedas con mucho gusto, y no poco pitorreo. Con cuyo remedio me deshice del grueso del desastre, pero no del total. Qué va. Entré en los servicios de la estación de cercanías, buscando desesperadamente un grifo. Había tres. Los tres sin agua. Llegué a delirar con la idea de meter la cabeza en la primera fuente pública que encontrara. Pero ya iba tarde y no tenía ninguna a mano. Tuve que resignarme a subir al tren,  hecha un cristo, entre miradas que oscilaban entre la firme desaprobación y la prevención más absoluta. Me vi reflejada en la ventanilla: tenía la mitad de la melena suelta, flotante y limpita, y la otra mitad apestosa y  firmemente apelmazada.  No hay fijador más efectivo que la caca de gaviota, y espero que nunca lo tengáis que comprobar: si te coge un tornado, te destruirá, pero lucirás muy peinadita: no se te despegará ni un pelo,del flequillo a la nuca. Llegué al juzgado (más risitas y varios codazos entre sí de los caritativos funcionarios), llegué a la sala de vistas y el compañero abogado con el que iba me preguntó, a voces, (cuando entraba el oficial del Juzgado y cuando se estaban sentando Su Señoría, el secretario y los doce miembros de la Comunidad de Propietarios que iba de demandante; se lo pasaron pipa) que si había metido la cabeza en el contenedor de materia orgánica del mercado; a lo que le contesté, apretando los dientes, que así era, y que se trataba de una experiencia que toda persona debe probar al menos una vez en la vida. Y que, además de eso, al salir me había cagado una gaviota gigante en la cabeza. ¿Alguna otra pregunta? Que todo hay que explicarlo; qué poca imaginación tiene el personal, Jesús. Con ello, lo que conseguí fue que las risitas se alternaran con miradas de conmiseración y con bienintencionados consejos de que comprase lotería. Por fin en casa, me tuve que lavar el pelo tres veces, no compré lotería, desoyendo la señal divina, y seguí siendo pobre. Qué le vamos a hacer.
Finalizada la maloliente anécdota, cambio de registro y traigo esta receta de patatas suizas, cuyo nombre original desconozco, y que, como podéis comprobar, está pensada para gentes recias y curtidas, no para mindunguis. Sin embargo, están muy ricas y creo que de vez en cuando se la puede uno permitir sin que el páncreas entre en erupción.
Ingredientes:
- Una patata mediana por persona.
-Dos lonchas de bacon por patata, al menos.
-Queso gruyere u otro queso al gusto que funda bien.
-Mantequilla.
-Sal, pimienta, tallos de cebollino.
Primero cocemos las patatas o las asamos en el microondas, un minuto por lado y patata (luego le damos la vuelta) Dejamos enfriar.  Precalentamos el horno a 200º. Cuando ya se puedan manejar, les cortamos un poco por abajo para que apoyen bien y las vaciamos con una cucharilla. Mezclamos la pulpa con sal, mantequilla y el queso troceado, y rellenamos los huecos. después rodeamos cada patata con tiras de bacon y espolvoreamos con pimienta y el cebollino troceado. Metemos en el horno hasta que el queso esté fundido y el bacon se vea hecho.

Es obligada una copa de vino decente rosado, y a continuación  dar seis vueltas al monte de las tres letras con una mochila cargada con veinticinco kilos de berroqueña y cantando bajito. Porque sí, engorda. Pero está de bueno.....
Feliz semana.

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