Uno de mis hijos, por motivos de trabajo, se me ha ido de casa por tiempo indefinido, largo en cualquier caso. Como buena mamá gallina con un cordón umbilical del calibre de una maroma para atracar una fragata, alterno períodos de actividad frenética en forma de compras y papeleo con períodos de llorar a moco tendido por los rincones, prácticamente sin transición. Todo el mundo me dice que debo estar contenta, y lo estoy. Pero también estoy hecha polvo, porque, de golpe y porrazo, mi niño ya no es mi niño, sino un señor con número de Seguridad Social propio que ya va a volver sólo para las vacaciones. Claro que ahora comprendo muchas cosas. Comprendo por qué mi padre lloraba como una Magdalena cuando hice mi jura como procuradora, y por qué lloró cuando firmó el acta como padrino el día de mi boda, y por qué lloró al día siguiente, cuando tuvo que apoquinar su mitad de la "dolorosa" de la comida del bodorrio. Aunque en esto último puede que tuviera su parte de influencia el hecho de que era, de natural, más agarrado que un chotis. Lo cierto es que papi, además de agarrado, era muy sentido, cualidad esta última que he heredado con creces. Yo lloraba en mis partos, sollozaba en las comuniones de mis niños y aullaba sin consuelo cuando, primero uno y luego el otro, terminaron el colegio. Cuando yo me marché de casa el día de mi boda, sin embargo, estuve en dique seco porque me encontraba en un estado de atocinamiento tal que no me permitía echar ni una gota. El día de tu boda es rarísimo, porque es como si estuvieras viendo una película, pero la "prota" eres tú. Recuerdo muy bien a doña Pepa diciéndole a papi en lo que creía un (audible) murmullo:
-Joaquín, por Dios. No llores más, que la niña no se va a la guerra. Que se va a dos calles de nosotros. Anda y suénate, que vas a salir fatal en las fotos.
-.............sniffffff....dabe un bañuelo, anda....
-Toooooma, toma. Que ahora os sacan a los cuatro, y vas a salir precioso. Ay, qué hombre con más poco temple.
Efectivamente, nos hicieron la foto de rigor mirando al tendido: mi lloroso padre, mi imperturbable suegra, ya ducha en estas lides por haber logrado colocar previamente a varios vástagos, y mi marido y yo con una cara de empanaos inconmesurable. Luego lo normal, ya sabéis: más fotos, entrada en el hotel al son de la marcha nupcial mientras yo me iba sacando del pelo y del ramo garbanzos y lentejas (lo del arroz como que les parecía poco), y descuartizamiento de la tarta nupcial con ese sable tan hortera que te prestan al efecto. Un cuñado mío terminó la noche en urgencias, al romperse una rodilla de una caída intentando socorrer a mi flamante marido, al que la panda de salvajes de nuestros amigos se disponía a tirar a la piscina. Bailamos el vals nupcial, con la mala pipa más grande del mundo, y mucho Juan Luis Guerra, que estaba muy de moda entonces. Y fuimos felices y no comimos perdices, porque muy de caza no somos. Todavía tengo guardado mi traje de novia. Me lo hizo doña Pepa, que las semanas previas al evento rezongaba mientras me hacía las pruebas, con la boca llena de alfileres (consiguiendo no tragarse ninguno):
-Yo no lo entiendo, nena. Todas las novias adelgazan antes de la boda, y a ti te he tenido que soltar de cintura ya tres veces. No te vayas tanto de tapitas con tu novio, que si sigues engordando se va a creer la gente lo que NO ES.
De hecho, cuando llegamos al hotel, un sobrino de mi marido, que podía tener por aquel entonces unos cinco o seis añitos, angelico, empezó a gritar a voz en cuello en medio de la recepción:
-¡¡¡LA TIA ROCIO TIENE UN NIÑO EN LA BARRIGAAAA!!!
A mí me dio mucha risa. En el aquelarre de las amigas de mi madre del Rincón me miraban todas sin ningún disimulo, las muy pedazo de brujas, mientras yo me tronchaba sin remedio. Doña Pepa, para arreglarlo, les iba diciendo a todas:
-¡Oyeeee, que mi niña lo que ha cogido es un par de kilillos estos dos meses, a ver si os creéis que se casa de bulla! ¡CUALQUIER DIA!
Me las imagino a todas cruzando apuestas:
-Está. Fijo.
-Lo que está es "gorda". Te lo digo yo.
Ganó la opción b), aunque tampoco es que me sobrara ninguna gran cosa, no os creáis. De hecho, nunca me he atrevido a probarme el traje de nuevo. Intuyo que tendría ciertas dificultades para calzármelo...
En fin, de esto hace miles de años, y ahora es mi niño el que se ha ido, y aquí estoy yo, recogiéndome las hechuras y poniendo esta receta que hice hace muy poco y que está muy rica.
Ingredientes:
-Dos berenjenas (para 4; suele ir media por persona)
-Dos tomates maduros.
-Una cebolla.
-Dos dientes de ajo.
-Una cucharadita de azúcar y una pastilla de caldo (opcional)
-Una hoja de laurel.
-Medio kilo de carne picada, mitad ternera y cerdo.
-Una cucharadita de especias morunas.
-Sal y aceite.
-Opcional y muy recomendable: Queso que funda bien en trocitos, tipo gouda o emmental.
Para guarnición:
- 200 gramos de arroz basmati.
-Dos o tres dientes de ajo.
-Pasas y piñones.
-Un poco de sal.
Precalentamos el horno a 200º. Partimos las berenjenas a lo largo, les hacemos unos cortes en la pulpa en forma de rombo, sin llegar hasta la piel, las rociamos con un poco de aceite y las metemos en el horno ya caliente unos 20-25 minutos, hasta que veamos que están ya asadas y con la pulpa tierna. Reservamos. Hacemos un sofrito con el tomate previamente triturado (en vez de natural puede ser de lata), la cebolla y los ajos. Yo le suelo poner un poco de Avecrem y la cucharadita de azúcar para que esté mas suave, pero si lo preferís, puede ir con un poco de sal nada más. Aparte, mezclamos la carne picada con otro poco de sal y las especias morunas, y la vamos friendo en una sartén con un poco de aceite, dándole con el canto de la espumadera para que quede suelta y bien frita.
Con una cuchara vamos sacando la pulpa de las berenjenas en un plato y la mezclamos con la carne y el sofrito. Con esta mezcla vamos rellenando las berenjenas y terminamos poniéndoles el queso encima. Las volvemos a meter al horno hasta que el queso se funda. Las mías no tienen, en consideración al militante antiqueso con el que convivo y a mi endocrino, que me ha limitado drásticamente su consumo.... Doctor, yo también le quiero.
Para la guarnición cocemos el arroz unos 15 minutos, lo escurrimos, y lo sofreímos con el ajo picado y rehogado previamente y los piñones. Le damos una vuelta y añadimos las pasas al final, para que no se quemen, y su poquito de sal.
Y nos queda un plato de lo más rico, pintón y apañado.
Y aquí me quedo, con mi nido semivacío, contenta y triste, orgullosa y preocupada, confiada y neurótica. Aunque, ahora que lo pienso, me va a quedar un cuarto de lo más apañado para hacer mi yoga y mis cosas.... y puede que ponga un sofá y una lamparita de lectura. Cuando vuelva la criatura de vacaciones, hasta puede que le permita dormir en él. Si estoy de buenas....
Feliz semana a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.