La otra tarde estaba en la cocina intentando abrir un sobre de abrefácil de jamón cocido, y no había manera de despegar las dos pestañitas que se supone que se separan, así que terminé apuñalando de mala manera el demonio del invento con las tijeras de cocina, mientras le decía muy cabreada:
-Abrefácil,....¡Tu abuela la "pelá"!
En el acto me quedo parada viendo lo que he dicho. No extrañada por hablar sola, o increpar a un objeto (inanimado o no), que es algo que hago con naturalidad todos los días de mi vida, por tener algún que otro cablecillo pelado, sino por la expresión en sí. Es un dicho muy de mi casa y llego a la conclusión de que estoy poseída por doña Pepa, que a veces asoma por mi boca en toda su viperinez, no sé si a fuerza de rememorar sus peripecias o por una misteriosa ley natural que hace que a partir de los cincuenta una se convierta en su madre. Mami tenía unas expresiones muy particulares, reflejo de un modo de hablar ya desaparecido en la Málaga trinitaria. Un día, hablando de un vecino al que le habían pasado muchas cosas malas en su vida, dijo:
-El pobre es más desgraciado que el postigo de San Rafael.
-Mamá, ¿y por qué es desgraciado el postigo de San Rafael?
A lo que contestaba ella muy fina:
-Hija, porque todas las mañanas amanecía cagao (sic. Con perdón) A ver si esa no es una desgracia y de las grandes.
Otras de sus frases estrella, algunas heredadas de mi abuela, de la que hablaré algún día, eran tal como:
-Le temo más que a una esparnúa (Espada desnuda)
-¡Tendrá valor la castellana! (cuando alguien decía alguna tontada muy gorda)
-Para quien es padre, buena capa lleva (confórmate con lo que tienes)
-A buena hora quiere el rey gachas (normalmente cuando papi se descolgaba con alguna ocurrencia peregrina)
-Te va a venir más largo que un sayo (Esto se lo dijo a ella mi abuela, en un arranque de optimismo, un día que su Pepita venía llorando porque se había disgustado con su entonces novio y luego marido y sparring. Sin duda el comentario le fue de gran consuelo. Abuelita era así, Dios la tenga en su santa gloria)
-Pero qué mala pipa tienes, Joaquini-to. (Dicho con todo el rintintín del mundo)
-Qué RAAAANCIA eres, hija de mi vida (Esa era siempre yo, por si alguien tuviera alguna duda. Era una especie de expresión comodín muy útil para contestar cuando le decía algo que no le convenía)
Las dos últimas frases, y otras por el estilo, eran su personal contribución al acervo del habla popular malagueña. En general, creo que sirve para hacerse una idea. Después he sabido de otras expresiones maravillosas de entonces, como la precisa tiene un pincho, para referirse a quien hace lo que sea cuando le aprieta la necesidad, o quien no acostumbra a llevar bragas, las costuras le hacen llagas, dirigido a las personas a las que cualquier problemilla se le hace un mundo.
Me pierden esos dichos, y por eso me gusta pegar la oreja en el autobús, porque las conversaciones de las personas mayores te deparan auténticas joyas. Es un feo vicio, lo sé. Me viene de cuando era pequeña y una de mis tías, que vivía cerca, cuando iba para el mercado, se pasaba un rato por casa, para charlar con mi madre. Contaba los cotilleos más sabrosos y escatológicos del barrio, y a mí me fascinaba, así que me quedaba en mi cuarto, quieta y calladita como una muerta, para no perder ripio. Mi hermana me contó hace poco que también lo hacía. Cuando mi tía contaba una barbaridad muy gorda, de dos rombos para arriba, se escuchaba a mi madre, muy escandalizada:
-¡Lulú, pero ESO cómo va a ser!
-Pues claaaaaro, Pepita. ¡Tú estás cuajá!
Algún día escribiré el diccionario del doñapepinés al castellano. Porque realmente me apena que todo este modo de expresarse caiga en el olvido. Es inevitable que el lenguaje evolucione, pero cuando escucho a los chicos jóvenes empezar todas sus frases por enverdá, es cuando me convenzo del ocaso de Occidente. Sí, ya lo sé. Despotricar de las costumbres de la gente joven es de viejos. Como empezar a ponerles ojitos tiernos a los pijamas calentitos de coralina en vez de a la ropa interior cañera, hablar de los suplementos que tomas para la artrosis y que empiecen a gustarte los platos tradicionales que de pequeña te daban tanto asquito. Como me pasaba a mí con la ensaladilla esta. Pero ahora me gusta y el otro día hice una que me salió buenísima y la quiero compartir. Dios mío, tengo todos los síntomas. Camino hacia la decrepitud más vetusta...
Ingredientes:
-Un trozo de bacalao salado de unos 200 gramos.
-Dos o tres patatas.
-Tres cebolletas.
-Una naranja, a ser posible de las más ácidas.
-Aceitunas al gusto.
-Opcional: Huevo duro.
-Sal, aceite y vinagre.
Lo primero que hacemos, con unas horas de antelación, es coger el trozo de bacalao tal cual, pincharlo en un tenedor y chamuscarlo directamente en la llama de la hornilla. Si tenéis vitro, pues en una parrilla, dándole la vuelta de vez en cuando, para que se vaya chamuscando un poco por todas partes. Retiramos y dejamos desalar en un bol con agua, cambiándola varias veces. Cuando se enfríe, lo podemos ir limpiando bien de pieles y espinas y desmigarlo, y así en dos o tres horas estará en su punto. Cocemos las patatas con piel y las dejamos enfriar. Cuando estén frías, se pelan y se hacen rodajas que dispondremos en una fuente. Pelamos y hacemos rodajas la naranja y la ponemos por encima, picamos la cebolleta y el huevo duro, si lo ponemos. Añadimos las aceitunas que queramos, yo les quito el hueso. Y aliñamos generosamente con aceite y un poco de vinagre. Probamos de sal (al bacalao le quedará algo) y rectificamos.
Servimos. A disfrutar.
Para resumir: que estoy hecha una abuela rezongona, cargada de puñetas y más lacia que un muelle e guita.... Esto no puede seguir así. ¿Qué voy a dejar para los ochenta tacos? No me lo tengáis en cuenta. Otros días soy joven.
Feliz semana a todos...
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