Buscar este blog

miércoles, 23 de enero de 2019

GALLETAS DE ALMENDRA ESTILO ARDALES

Hace un día de viento y frío pelón, de esos en que apetece mucho estar en casita. Abro mi correo y encuentro el boletín diario que manda nuestro ilustre colegio con las novedades corporativas, actividades, cursos y demás. Distraídamente lo abro y mi desgana inicial se desvanece rápidamente cuando leo: "Campaña por la salud mental de los colegiados". ¡Hombre! ¡Ya era hora de que alguien hiciese algo por nosotros! ¿Nos darán talleres de relajación? ¿Mindfulness? ¿Yoga? Entro entusiasmada en el enlace y descubro, para mi inmensa decepción, que he leído mal y que lo que dice es "Campaña para la salud DENTAL de los colegiados". Ya, claro. Era demasiado bueno para ser verdad. Con lo faltitos que estamos. Por otra parte, tampoco está tan mal: al fin y al cabo, tenemos que conservar los dientes en óptimo estado, ya que son para nosotros una imprescindible herramienta de trabajo. Especialmente los colmillos.( Es broma.... o quiere serlo). La idea de los dientes me lleva de un recuerdo a otro. De esa vez que fui a verme una muela que me fastidiaba y el dentista me la sacó con una infección. Empezó abriéndome la boca y mascullando con una tristeza infinita, que nada bueno prometía:
-Ufff... qué boca. Bueno, a ver qué hacemos ahí...
Doña Pepa, que me acompañaba, saltó muy indignada:
-¿Cómo que ¿"qué boca"? ¿Qué tiene de malo la boca de mi niña, a ver? Que además ella es muy relimpia y se lava los dientes después de cada comida, ¡a ver qué se cree usted!.
-Sí, señora, pero tiene aquí una caries, que esta pieza no la vamos a poder salvar. En fin....  vamos a ello y no te preocupes, que esto sale en seguida.
-Mire, es que me duele bastante la encía y parece que tengo hinchado por debajo.
-A ver.... Nada, nada. Eso no tiene importancia. Abre bien, que esto es cuestión de poco rato...
Aprovechándose de mi estado de indefensión, me rejoneó (que no inyectó) la supuesta anestesia (y digo supuesta, porque me hizo poquito efecto) y empezó a remover aquello. Raca, raca, raca. Y dolía. Vamos que si dolía.
-¡¡¡¡¡HHHHGNNMMMPPPPFFFF!!!!!
Doña Pepa, en este punto, se vio obligada a intervenir, traduciendo mis agónicos gemidos.
-Mire, que yo creo que le duele.
-Si le he puesto anestesia, señora. Imposible. Niña, quédate quieta, a ver si lo que te pillo es una oreja. Abre más. Raca, raca, raca.
-¡¡¡¡MMMMPPPPFFFFFGGGGRRRRMMMM!!!!
-Pues dolerle, le duele. Haga usted el favor y le pone más de lo que sea, que creo que se ha quedado corto.
-Que no, mujer. Si le he puesto anestesia como para el hocico de un caballo (muchas gracias por la gentileza, saleroso) Lo que pasa es que estos niños de ahora son unos flojos. Venga, que ahí va eso...... ¡Aaaaar!
El sacamuelas, porque me niego a llamarle dentista, puso un pie en el sillón y con el otro tiró con tal fuerza, que la muela salió despedida, cazándola al vuelo antes de que saliese por la ventana. Milagrosamente, no salió acompañada del maxilar entero, tal y como a mí me había parecido; sino que éste seguía completo y pegado al cráneo.
-Mira, mira, qué asco de muela (ahórreme el espectáculo, muchas gracias) Anda, muerde este algodón (los hígados te mordía yo) y aprieta.
-Be oliabuuuucho. Ya zelodiguue.
-Nada, eso es un poco de infeccioncilla, jejeje. Por eso no te habrá cogido bien la anestesia, a veces pasa. (¿Y me lo dices ahora, cachocapullo? Te tomas este antibiótico y como una lechuga....
La lechuga salió de allí, acompañada de la lechuga madre, deséandole piadosamente a aquella acémila (con perdón para la ofensa que la comparación produce al noble género equino) el cólico nefrítico más grande que despachasen en el mercado, complicado a ser posible con colitis ulcerosa fulminante. Estuve dos días con fiebre y malísima. Por supuesto, no volví nunca el establo, digo consulta, de aquella mala bestia, de cuyo nombre no quiero acordarme. Por suerte, más tarde di con el dentista que me atiende hoy, Luis Martínez-Brocal, fantástico como profesional y persona, que hizo que superase el trauma y que comprendiese que un dentista no tiene en principio ningún motivo para torturarte, a no ser que odie al género humano en general y a ti en particular. Por este ancestral miedo al dentista, mi madre no fue a verse aunque tenía muchas molestias. Resulta que para no engordar, durante una temporada tomaba una barbaridad que se llamaba Minilip y que era anfeta pura y dura. Quizás por eso la recuerdo siempre taconeando arriba y abajo de la casa y subiéndose literalmente por las paredes, como una apisonadora desenfrenada. Por donde pasaba no osaba volver a crecer una mísera hierba. Esto duró el tiempo que tardó en comprobar lo mal que le sentaban y entonces las tiró, pero al parecer, le hicieron polvo la dentadura. Total, que al final se tuvo que poner una postiza, y el protésico le pidió que le trajese una fotografía en la que se le vieran los dientes, para hacerse una idea y que le quedasen naturales. Mami le llevó una foto en la que salía con un extraño peinado estilo doña Sofía, con el que afortunadamente no la vi nunca más, luciendo una inquietante sonrisa desquiciada y fosforescente, en la que se le veían hasta las amígdalas:
-Señora, esta foto está retocada. Ni este blanco es natural, ni los dientes de nadie son tan iguales y tan perfectos. Claro, eso se hacía antes. Mi madre tiene fotos así.
Ante lo cual, doña Pantera Carballo, poniéndose en jarras, le soltó muy fina y redicha a aquel imprudente:
-Mire usted, yo no sé cómo tendría los dientes su madre de usted, pero que sepa que los míos eran muuuuuy preciosos. Que todo el mundo me lo decía, vamos. Esos eran mis dientes de verdad y a mí nadie me ha tenido NUUUUUUUNCA que retocar nada. ¡Vamos, hombre! ¿Se podrá ver otra cosa?
Después yo le pregunté:
-Mamá, ¿y seguro que no te retocaron la foto?
-Pues claro. Claro que me la retocaron, nena. Me acortaron las encías y me perfilaron los dientes y me los pusieron más blancos. Ellos te hacían a las fotos lo que tú quisieras. ¿Pero "ESE" para qué leche tiene que saber, ni le importa, si me los retocaron o no? A mí que me los haga bonitos y ya está.
Era la prehistoria del Photoshop y nuestras madres usaron y abusaron de él de lo lindo. En fin, a mi madre le hicieron sus dientes a su gusto e iba por todas partes con cara de piraña hambrienta para que se le vieran bien, como en tiempos más recientas una muy conocida folklórica. Qué tiempos....
La receta de esta semana la saqué del blog Cocina compartida y es facilísima y la mar de rica. Se apunten:
Ingredientes:
-250 gramos de almendras peladas y molidas. Yo las piqué en la Thermomix. En la tienda del Reloj del Pasillo de Santa Isabel las venden ya molidas.
-Un huevo y una yema.
-175 gramos de azúcar.
-75 gramos de harina.
-Dos cucharaditas de levadura de repostería.
-Ralladura de un limón.
-Unas gotas de esencia de almendra o de vainilla.
-Azúcar glas.
-Almendras enteras para decorar (esta adición es mía)
Precalentamos el horno con calor arriba y abajo a 180º. Amasamos todos los ingredientes, menos el azúcar glas y las almendras enteras. Forramos una bandeja de horno con papel vegetal y con la masa vamos haciendo bolitas homogéneas. Las rebozamos en azúcar glas, las aplastamos un poco y las vamos poniendo en la bandeja. Luego ponemos una almendra entera en el centro de cada una, y al horno unos diez minutos. Es mejor no pasarnos de tiempo, porque aunque parezcan muy blandas luego se endurecen y si las horneamos más pierden en textura y hasta en sabor.. Sacar y enfriar en rejilla. Os garantizo que tendrán una vida breve. Y si no, ya me diréis.

Y cuidárseme mucho, que vienen las gripes que son cosa mala. Mantita, mesa camilla y una galletita acompañando a su correspondiente café. Y como un reloj.
Feliz semana.....

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.