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domingo, 24 de marzo de 2019

BIZCOCHO DE AVENA, ZANAHORIAS Y AVELLANAS

Vivo enfrente de un colegio y todos los días de entre semana, mientras saco al Curro a sus menesteres higiénicos, me encuentro inmersa en medio de todo ese rodar de mochilas, claxons de padres desesperados por aparcar a su filia y salir pitando, y grupos de chavales que bajan arrastrando los pies, como si fueran para el matadero. Poco a poco, la cosa se va tranquilizando, hasta que llega el pelotón de cola de los rezagados, corriendo en sprint para que no les cierren la puerta en los hocicos. Varias de las chicas de uno y otro grupo llevan la falda remangada,  enrollándose la cinturilla en el portal de sus casas antes de salir, para enseñar más pierna, y eso me hace sonreír. Yo lo hubiera hecho en su momento encantada, si hubiera podido. Pero nunca pude. Mi uniforme debió ser diseñado por algún enemigo de la humanidad, que hubiera merecido ser deportado a una isla desierta con la única compañía de un tenedor oxidado para escarbar raíces. Consistía en un casto pichi completo y sin cinturillas manipulables, de pata de gallo gris y blanca, que te hacía parecer un trapo de fregar viviente  y te daba reflejos verdes a la cara, fueras blanca o morena, guapa o fea. La primera versión de semejante bodrio llevaba debajo del pichi una camisa blanca y una corbata ya hecha abrochada con elástico, que daba mucho juego, porque permitía dar un tirón y luego soltarla de golpe, dándole un buen latigazo en la nuez a la desdichada que tuvieras enfrente. El uniforme de gimnasia consistía en un jerseito de hilo de perlé en azul eléctrico y una faldita blanca de tablas estilo Sección Femenina. Debajo de la falda llevábamos unos puchos. Todavía me hace reír la palabra. Para quien no sepa lo que son los puchos, lo cual demuestra que es una persona muy joven, aclaro que eran unos pantaloncitos cortos que llevábamos debajo, para que pudiéramos hacer el pino y saltar al potro  (y no quedándose atravesada en medio de él cual John Wayne cabalgando en Río Bravo; yo, mismamente) sin faltar al decoro. Cuando estaba en quinto de EGB, el uniforme se cambió en parte, ya que aunque conservamos el indescriptible pichi de campo de concentración, debajo llevábamos en verano un polo blanco de manga corta, privándonos así de la corbata que nos ofrecía unos ratos tan divertidos, y en invierno, un jersey azul marino de cuello vuelto. En un gesto revolucionario de la dirección, para hacer gimnasia nos pusieron chándal. Uno de esos primeros chándal que se veian, confeccionado en una deprimente espumilla de nylon azul marino, inflamable al 100% si te arrimaban un mixto a menos de cien metros. Recién estrenados, una vez nos pusieron en parejas a hacer el pino. Una lo hacía y la otra le sujetaba las piernas. En mi caso, a mi pareja le resultaba muy cómodo, porque como nunca conseguí subir las piernas por encima de la cintura, ella sólo tenía que esperar a que yo terminara de hacer el ridículo debatiéndome y saltando con las manos en el suelo como un escarabajo pelotero, a que le llegara su turno. Me pusieron una vez con una chica muy delgadita que hacía el pino estupendamente; pero como le sobraba media fanega de pantalón, en vez de canilla, la cogí de un puñado de cada pernera, con lo cual se le subió el pantalón, ya que estaba al revés, y se quedó con todo el culillo al aire, que era una compasión. Se dio una hartera de llorar que pa qué:
-¡Lo has hecho A PROPÓSITO! ¡Madre! ¡Mire lo que ME HA HECHO!
-¿Yooo? ¿Y qué culpa tendré yo de que tengas las patas de alambre? ¿Te dejo mejor que te pegues el batacazo? Madre, que ha sido sin querer. De verdad.
En ese momento intervino nuestra tutora,  Madre Doncella de Hierro:
-¡YA ESTA BIEN! ¡Edurne! ¡CÁLLATE ya, que no es para ponerse así! ¡Rocío! ¡Tienes las manos DE GACHA! ¡Cógele bien de las piernas, que estás dormida!
-¡Pues que me pongan otra pareja!
-¡Pues que me pongan con alguien que tenga de dónde agarrarle!
Ay. Señor.
A pesar de la modernización del uniforme, los puchos no desaparecieron, porque eran la mar de cómodos para hacer el cafre los días que no teníamos gimnasia. En mi colegio no había niños, sólo los de parvulitos, que no contaban, pero aún así, éramos muy pudorosas. Alguna se permitió un desparrame en el dress code, como se pudo comprobar el día que se puso a dar volteretas laterales mientras pasaba la directora, que bramó con su nítido acento de algún lugar muy al norte de Despeñaperros:
-¡NO-QUIERO- VOLVER-A-VER-PUCHOSSSS-COLORADOSSSSS! ¡Quitate eso AHORA MISMO!
-Pero... madre...
-¡Ni madre, ni padre, ni perrito que te ladre! ¡FUERA de mi vista! ¡Puchos "colorados"¡ ¿Habráse VISTO?
De más está decir que todas, por mayoría absoluta, odiábamos el uniforme. De vez en cuando, alguna vez una tenía un lamentable accidente comiendo macarrones con tomate y venía al día siguiente vestida de particular, procurando ir lo más mona posible para que las compis se murieran de asco. Una de las veces que el lamentable e inexplicable percance tomatero lo sufrió una servidora, la directora, que ya estaba hasta la toca del despiporre de vestuario, me soltó:
-¿También se te ha manchado el uniforme de repuesto? (También, madre) ¡¡¡Pues a ver si le dices a tu madre que te los lave, que así no se puede venir al colegio!!!
De muy mala gana transmití el mensaje a mami, que, puesta en jarras como si fuera a cantar La Dolores, soltó:
-¡Pues le dices a la madre Teresa que venga ella a ponerme las lavadoras, a bien que no tengo  cosas que hacer! ¡Será que tengo yo la culpa de que seas una PUERCACHONA!
Siempre fui una niña prudente, así que no me pareció imprescindible transmitir semejante mensaje. De todos modos, el tema no se podía estirar mucho, y al día siguiente ya sabías que te tenías que volver a poner el engendro. Pero una había tenido sus quince minutos de gloria.....
Hoy pongo una variante del bizcocho de zanahoría que a mí, particularmente, me encanta. Es muy facilona y se conserva bien. Se apunten:
Ingredientes:
-250 gramos de zanahorias.
-100 gramos de avellanas tostadas.
-4 huevos.
-125 ml. de aceite de oliva
-150 a 180 gramos de azúcar moreno o panela. Según te guste de dulce.
- Una cucharadita de canela molida.
- Una cucharadita de jengibre fresco rallado.
- Ralladura de la piel de una naranja.
- 150 gramos de harina integral.
- 100 gramos de salvado de avena o copos de avena molidos.
- Un sobre de levadura de repostería
- Un pellizco de sal.
Precalentamos el horno a 180º. Engrasamos y enharinamos un molde rectangular.
En la Thermomix, se pican las zanahorias a velocidad 7, unos segundos, hasta que quede en trozos pequeños, pero no hecha puré. Por eso no pongo tiempo. Hay que mirarlo, porque la Thermomari también tiene días, y a veces a la mínima que te despistes, te saca una plasta infumable en vez de zanahoria picadita. Si no hay Thermomix, hacerlo con rallador o picadora. Se aparta. Luego lo mismo con las avellanas, que queden en trozos pero no demasiado pequeños. No soy más precisa, porque esto va al gusto de cada uno. Apartamos. Batimos los huevos con el azúcar 3 minutos, 37º, vel. 4, y luego otros tres minutos sin temperatura. Con batidora, se baten juntos hasta que la mezcla espese y blanquee un poco. Añadimos el aceite, la canela, el jengibre, la ralladura de naranja, y batimos. Luego vamos añadiendo la harina, la avena, el pellizco de sal y la levadura, y seguimos batiendo.  Por último añadimos las zanahorias y las avellanas, mezclamos y todo al molde. Horneamos y a partir de 45 minutos de cocción, le clavamos un pincho para ver si ya está bien cocido. De no ser así, se va dejando 5 minutos cada vez y se vuelve a probar. Cuando la aguja salga seca, se saca y se deja enfriar. Se desmolda y se sirve. Este pastel está buenísimo y entra dentro de la categoría de postres hipócritas: como lleva zanahoria, avena y aceite de oliva, casi podemos llegar a creernos que no tiene calorías. Uno puede llegar a convencerse a sí mismo de cualquier cosa. Sea como sea, un trozo con una taza de té y un librito inspirador puede depararnos un rato muy, muy agradable.

Kit completo a prueba de lunes.
Hagamos el bizcocho y no la guerra. El mundo iría muchísimo mejor.
Feliz semana a todos...

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