No cabe la menor duda de que la espiritualidad está de moda. El yoga sale ya hasta en los anuncios, con una gente monísima haciendo la postura del loto (que mi maltrecho menisco no me permite adoptar), y, en general, queda muy cuqui si dices que haces meditación, mindfulness, reiki o vas a realinearte los chakras con cuencos tibetanos. Si además comes quinoa, esa especie de grano indefinible con sabor a nada en absoluto, ya es para nota. Mi primer contacto con los temas alternativos tuvo lugar cuando yo tenía trece años y estaba en 8º de EGB, convertida en una hormona unineuronal con patas. En aquel entonces teníamos una profesora de gimnasia que fumaba como un cavador incluso con un bombo de ocho meses, y entre pitillo y pitillo nos ladraba como si nos estuviera haciendo formar en un campo de concentración. Después de una sesión de caña intensa a cuarenta hormonas unineuronales con patas, nos ponía a hacer una relajación bastante esotérica para bajarnos las revoluciones, y he de decir que daba resultado, porque salíamos más suaves que un guante, en vez de subir trotando y haciendo tambalear la escalera como una recua de reses bravas, que era lo habitual. Años más tarde, recuerdo que la madre de una amiga mía, vecina de la casa del Rincón, tenía un mal rato horroroso no recuerdo por qué, y mi amiga me pidió que le hiciera la relajación en cuestión.
-Pero Inma.... que nuestras madres para estas cosas no son muy... y que esto es como un poco...
- Tú házsela aunque sea rara, que seguro que le viene bien. Que está fatal, mírala.
Así que nos metimos en un cuarto y le dije a la mujer, hartita de llorar que estaba, que se tumbara en una cama. Ella así lo hizo, muy obediente, y yo empecé muy metida en mi papel:
-Carmela, ahora cierra los ojos y respira despacio. Inspira....espira....otra vez. Ahora imagina que vas bajando por una escalera y al bajar cada peldaño empieza a contar de diez a uno. Diez... nueve...ocho...
Hasta ahí, perfecto. La parte normal.
-Ahora lo que te voy a decir te va a parecer raro. Pero te tienes que imaginar que estás flotando en el espacio y que estás viendo desde lejos la Tierra.
-¿La tierra de dónde?
-El planeta Tierra. Y ahora te ves a ti misma flotando y te entra una luz blanca por la coronilla....
-¿¿¿ Quéééé????
-... y tienes una esmeralda en el vientre.
-¿¿¿Que además tengo una piedra verde en el ombligo??? ¿Y todo eso pa qué?
Continué, sintiéndome cada vez más idiota:
- Tienes una esmeralda en el ombligo y del centro de la esmeralda sale un rayo rosa que se dirige a la Tierra y la inunda de paz y amor hasta que se pone entera rosa.... y...
-¡¡¡¡PPPPPFFFFFFFFFFFFGGGHHHHH!!!!
La mujer se sentó en la cama llorando de nuevo, pero de risa. Su hija se revolcaba por el suelo. El mal rato se lo quité, aunque no exactamente del modo que se pretendía y mi incipiente carrera de gurú espiritual murió ahí. Siempre he mantenido el interés por muchos de estos temas, pero te lleva algún tiempo perder el sentido del ridículo, cuidadosamente cultivado durante años por una educación como es debido. Hace algunos años me apunté a un taller de bioenergética. No tenía ni puñetera idea de lo que significa eso, pero quedabas muy bien cuando lo decías. Miradme, soy de esa clase de gente que se apunta a un taller de bioenergética. Soy una persona espiritualmente evolucionada. Soy la leche. Aparecí por allí y pronto me vi rodeada de varias personas con un algo indefinible, un no sé qué, mezcla de fan de grupo musical y fumada de alguna sustancia psicoactiva potente, que sólo logré identificar pasado un tiempo: eran adictos a los talleres de espiritualidad y autoayuda. Me sentía rodeada de bichos raros, porque yo, por supuesto, sólo iba por puro interés antropológico, no faltaba más. Primero nos dieron un papel y lápices de colores y nos dijeron que pintáramos una rosa. Ah. Que quieren que pinte, pues pinto. Luego las teníamos que enseñar. Había quien tenía dibujada una rosa inmensa como un repollo de colorines, quien te dibujaba el rosal entero y parte del parterre de al lado, quien te pintaba algo parecido a un huevo frito rodeado de hojas verdes, y yo, que había dibujado en blanco y negro una especie de capullo disecado y cuyo tallo tenía espinas del tamaño de agujas de punto del ocho. Al verla, el que daba el taller comentó:
-Ohhhh, qué rosa más interesante. Quizá tengas que pensar por qué no dejas traslucir tus emociones y levantas esas defensas a tu alrededor (¿y a tí qué narices te importa?) Hay que expresar y compartir las emociones. (tu abuela la pelona ¿cuándo hemos comido tú y yo del mismo plato?) Y ahora vamos a representar la muerte. Imaginad la muerte y representadla. Tiraos al suelo (¿Cómooooo? ¿Vestida de limpio que voy? ¿Y habrán fregado este suelo en condiciones?)
Dudando bastante, me senté en el suelo de medio lado, muy fina yo, como si estuviera en un picnic, y con no poca prevención me tumbé de costado. Es decir, tumbada, pero poco. Por si tenía que salir corriendo. Y enseguida empezó a TIRARSEME gente encima. Al parecer, la idea no era representar tu muerte en una esquinita, de manera individual y discreta. Nooooo. Era representarla en plan primer día de rebajas o pelotón de fusilamiento. De pronto me encontré aplastada por seis o siete desconocidos que representaban su propia muerte y estaban a punto de provocar la mía por asfixia. Solté unos cuantos codazos, pero de buen rollo, no creáis. Después de levantarnos, respirar y recomponernos los pelos, teníamos que representar el amor, y buscar a un miembro del sexo opuesto para fingir ponerle ojitos y sacarle a bailar. Como la proporción de señoras frente a caballeros eran como de ocho a uno, estaban los dos pobrecillos acogotados en medio de las leonas. Y me dije: ahí sí que no. Porque hasta hace poco tiempo, y tras varios años de seminarios diversos de autoayuda que me han hecho perder casi por completo cualquier sentido del decoro, gracias a Dios, he sido siempre muy contenida para estas cosas. Finalmente, teníamos que decir lo que nos había aportado el taller. Las respuestas eran del tenor de:
- "Me he despojado de mis corazas": (pues hija, yo estoy tan ricamente con la mía. Que corra el aire)
- "He conectado con mi niño interior": (has conectado con tu salvaje interior, cacho ciruelo; me he pasado cinco minutos tirada en el suelo con tus noventa kilos en canal aplastándome la cabeza y una de tus botas sobre la nariz)
-"Me he despojado de mis inhibiciones": (¡Por Dios!, hubiera preferido mil veces que siguieras inhibida, muchas gracias. Sobre todo cuando representaste el sentimiento del amor con ese pobre hombre al que tiraste literalmente sobre la mesa. Loba)
Cuando llegó mi turno, contesté muy británicamente:
-Ha sido....mmmm.... interesante.
Y salí de allí dispuesta a no volver a poner un pie en una reunión de chiflados semejante. Y no lo cumplí. He hecho talleres, cursos y seminarios. Tengo una nutrida biblioteca sobre temas de crecimiento personal. Soy una yonqui de la autoayuda. He leído hasta hace poco un libro divertidísimo titulado "Help me!", escrito por Marianne Power, una periodista que cuenta cómo durante un año leyó y puso en práctica un libro de autoayuda cada mes, tras lo cual, y diversas peripecias a cuál más absurda, llega a la conclusión de que su vida ya estaba bien antes de leerse ningún libro. Pues yo me leo el libro, que con frecuencia se presenta a sí mismo modestamente como El Libro Que Cambiará Tu Asquerosa Vida, y que te propone hacer una serie de ejercicios para trabajar el aspecto concreto que quieres mejorar. Y digo:
-Pues vaya rollo.
Y me compro otro. Así que tengo un grado superior y varios másteres en autoayuda. Pregúntame lo que quieras, que lo sé. Sé todo sobre relajación, meditación, constelaciones familiares, chakras (qué me gusta a mí un chakra, por Dios), asertividad, tener éxito en los negocios y ser irresistible en las relaciones sociales. Soy como alguien que saca la máxima nota en el teórico y luego no sabe coger el coche (lo cual también me ha pasado en sentido literal) Porque hacer de verdad lo que se requiere para mejorar la vida de uno es agotador. Y como decía mami:
-Más trabajar y menos mirarse el chumbo (la verdadera expresión era otra aún peor)
Por lo pronto me apetece y hago estas pastas que siempre me han encantado. Digamos que para cuidar de mi mastuerza interior.
Ingredientes:
- 250 gramos de almendra molida.
- Un huevo y una yema.
- 175 gramos de azúcar
- 75 gramos de harina
- 2 cucharaditas de levadura
- Ralladura de un limón.
- Unas gotas de esencia de almendra o vainilla (opcional)
- Azúcar glas para rebozar.
-Almendras enteras y crudas para decorar.
Precalentamos el horno a 180º. Mezclamos todos los ingredientes, menos el azúcar glas y las almendras enteras, hasta formar una masa manejable. Hacemos bolitas con ellas y las rebozamos en azúcar glas una por una, y las vamos poniendo en la bandeja del horno forrada con papel vegetal. Las aplastamos un poco y ponemos en medio de cada una una almendra. Horneamos diez minutos, una vez que el horno esté caliente. No más, porque aunque parezca que se quedan muy blandas, luego cogen el punto justo de jugosidad. Si se hornea más quedan secas. Yo lo hice con la primera tanda (hice el doble) y me pasó. Estaban buenas, pero no era lo mismo...
Y oye, están exquisitas.... Me siento tan bien conmigo misma, que quizá en un futuro escriba el próximo best-seller de autoayuda: La felicidad a través del alto índice glucémico: Cómo llegué a la iluminación tras ponerme foca de pastas de almendra. Os firmaré un ejemplar con mucho gusto.
Feliz y autorealizada semana a todos....
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