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domingo, 5 de mayo de 2019

ENSALADA DE AGUACATE Y ANCHOAS.

Día de la Madre. Acabo de cerrar mis wasaps y mi Facebook, rebosantes de felicitaciones, flores, ositos y demás mandanga iconográfica propia del día: me encuentro al borde del chute de insulina. Esta mañana he recibido (entre sueños) la felicitación de Hijo Dos, que se ha plantado en el borde de mi cama como el espectro de las Navidades Pasadas a felicitarme y a darme un besito, antes de coger su blablacar y largarse de nuevo para arriba. No le he visto en todo el fin de semana; desde que llegó hasta ahora ha estado con su novia todo el tiempo, cosa que estoy lejos de reprocharle. (Bueno, quizás un poquito... Por mucho que quieras cerrarle la bocaza a la Suegrona Interior de serie, con rulos incluidos, que toda madre que se precie lleva dentro, siempre asoma su cabeza de ofidio en un momento u otro) Pero cuando abres los ojos a las siete y  media de la mañana de un domingo y ves cernirse sobre ti la silueta de lo que parece ser el miembro más siniestro de una banda del Este de desokupas, que te dice: "Feliz Día de la Madre, mami", digamos que resulta algo desconcertante, por decir lo menos. Un besito. Te quiero, hijo. Después me levanto y preparo el desayuno. Aparece Hijo Uno, felicitándome con un abrazo de oso grizzly.  No puedo evitarlo: se me cae patéticamente la baba. Luego aparece San Marido, que me trae un regalito. Ese me lo hace él. Supongo que en reconocimiento al hecho de que haya sobrevivido a la adolescencia de nuestros dos pollos sin haber hecho las maletas rumbo a alguna remota isla caribeña a empezar de nuevo, dejándole con el pack filial para él solito. De momento me conformo con fugarme de vez en cuando al fisio para que me deshagan todos los nudos musculares que me recorren de cabeza a pies. Llego con frecuencia tan insensibilizada, que de las corrientes ni me entero, y cuando salgo de cada sesión, casi he perdido por completo la memoria. Una de las últimas veces, sin embargo, el tema fue un poco más allá. Yo estaba boca abajo en la camilla, en ese estado previo al sueño en que se está tan a gusto, y me estaban poniendo los electrodos en la espalda.
-A ver, dime cuándo lo vas notando. (Click. Click. Click)
-.......
-¿Todavía no? (clickclickclickclick)
-Nooooo
-Qué raro (clickclickclickclickclickclick) ¿No?
-Sí. Algo.
-Vale. Pues ahora vuelvo y te pongo el calor. Te echo la toalla por encima.
Y allí me quedo yo. Tengo los móviles apagados y nadie me puede llamar/pedir/preguntar/encargar nada. Es lo más cerca que he estado jamás de la felicidad absoluta. Pasan cinco minutos. Estoy prácticamente dormida. Me muevo un poco para acomodarme mejor y entonces la intensidad de las corrientes empieza a subir sola. Ya no estoy dormida. No estoy dormida en absoluto. Abro los ojos aterrada. Mi brazo derecho empieza a sacudirse solo, para delante y para atrás, estilo cantaor de saetas. Esto pica. Y duele. Me acuerdo de la famosa escena de Alguien voló sobre el nido del cuco cuando dejan a Jack Nicholson hecho un calabacín para el resto de su vida. Aterrada, me arranco los electrodos, me tiro de la camilla y salgo al pasillo a pedir socorro, olvidándome por completo de que estoy parcialmente en ropa interior, y no de la más bonita, precisamente. Por suerte, no había nadie en el pasillo a quien dar el susto de su vida. Los fisios, por su parte, deben estar ya hechos a ver de todo. Y viene la mía y me dice que lo que yo le digo no es posible. Y se ríe encima, la tía.
-Que eso no se sube solo, mujer. Lo habrás tocado sin querer.
-Que nooooo. Palabra. Que esto tiene efecto retardado.
-Bueno, bueno. Ahora te pongo el calor y te quedas como nueva.
-Pues a ver si me quedo como un churrasco, hermosa.
Ese día salgo especialmente colocada de la sesión. Me pregunto si los efectos se habrán hecho irreversibles y si podré cargar el móvil poniéndomelo sobre la frente. Esto no puede ser nada sano: me han convertido en una anguila de esas que dan calambre. El episodio no se ha repetido, de cualquier modo, así que mi adicción a la fisioterapia no se ha visto afectada. El martes repito. Sin mi paliza semanal ya no puedo vivir.
Hace poco hice esta ensalada tan facilona, que más o menos fusilé de un sitio de tapas que me gustó mucho. Ya las variantes van al gusto del consumidor.
Ingredientes:
-Un aguacate.
-Una lata de anchoas de la mejor calidad posible.
-Aceitunas negras.
-Una lata de huevas de salmón.
-Sal, aceite y zumo de lima.
-Y ya está
Atención, que esto tiene su proceso. La cuestión es simplemente:
1) Laminar el aguacate.
2) Poner por encima los otros ingredientes con algo de gracia y que no parezca algo que ha traído el gato de la calle.
3) Esparcir las huevas en cucharaditas.
4) Aliñar.
Nivel de dificultad: Para cocineros en estado de muerte cerebral.
Queda la mar de mona y está muy rica.


 Y no sé si es la primavera, pero ya voy pensando en el lunes y los lunes siempre tengo la impresión de que estoy al pie de una escalera empinadísima, que se pierde en las alturas, cuyos escalones tengo que subir reptando a cuatro patas. ¿Qué es eso de que el lunes es un día como otro cualquiera? ¿Qué es eso de "feliz lunes" en una foto de una taza de café que te pasan los grupos de wasap? Un poco de seriedad, por Dios... Un poco de consideración para los curritos de a pie.
Incluso así.... feliz semana a todos.

1 comentario:

  1. Nivel de dificultad: Para cocineros en estado de muerte cerebral. jajajajaja. me encanta ¡¡¡

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