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domingo, 17 de noviembre de 2019

TRUFAS DE AGUACATE. Casi libres de culpa.

Me encanta el invierno. Soy la persona más feliz del mundo cuando me cae un chaparrón con chuzos de punta o el viento me zarandea, así que esta semana pasada he disfrutado como un cochino en la zahúrda. No hay nada como volver a casa, apagar el móvil del trabajo y con él, poner en off todos los problemas ajenos. Y a continuación enfundarte un pijama ridículo y esponjoso, tirar de Netflix y pegarte un atracón de The Crown. Qué queréis, soy una persona de hábitos muy aburridos. Tengo al Curro a mi lado, lamiendo la alfombra con fruición. Si le dejo el tiempo suficiente, es capaz de abrir un agujero hasta Nueva Zelanda. Se escuchan las hijas secas en remolino, no hay un alma en la calle. Por asociación de ideas, recuerdo la gélida casa de mis padres en la calle Malasaña, donde hacía tanto frío que tenía que ponerme una camiseta, un jersey, una chaqueta de punto, la bufanda, la bata y un mínimo de dos pares de calcetines, de manera que si salía de mi cuarto, casi no cabía por el pasillo, y tenía que desplazarme como Neil Armstrong cuando pisó la luna. Veo mi habitación con los muebles pintados de verde y mis cortinas rosa. No me miréis así, que era bonito. Y me acuerdo de Germi, el pintor. Germi era un personaje que mi padre conoció a través de un tertuliano de la tienda. La tienda de mi padre era la Colchonería Felipe, que fundó mi abuelo, primero en calle Granada y luego en Molina Lario, casi haciendo esquina con Santa María. Creo que ahora es un sitio de helados. Bueno, pues a la hora que tú llegaras, papi tenía allí reunidos a dos o tres tertulianos de lo más variopinto. Es curioso cómo don Joaquín, que era un señor de bien, conservador y tradicional hasta decir basta, gustaba de la compañía de los personajes más estrafalarios que uno se pueda imaginar. Tenía allí una verdadera corte de los milagros. Así llegó Germi a nuestras vidas. El nombre completo de Germi era José Germinal. Había nacido en Brasil, sus padres eran anarquistas y él militó en la Resistencia francesa de jovencillo. Hablaba un español muy sui géneris salpicado de palabros en francés y en portugués. Era muy habilidoso, y mi padre, en respuesta a las repetidas quejas de doña Pepa de que a ver cuándo te gastas el dinero en pintar, Joaquinito, que esto es una cochiquera, apareció un día con el susodicho y otro susodicho, de extracción desconocida, y a modo de ayudante, para pintar la casa. A los dos días, el segundo susodicho, tras una acalorada discusión en dos o tres idiomas, salió escopetado por la puerta, dejando la brocha pegada en la pared. Mami salió muy intrigada:
-Germi, ¿qué le has hecho a ese hombre, que ha salido haciendo fu como el gato?
-Naaaada, siñora. Usted nao se preocupe. Ise hombre no vale pra nada. Sólo fuma, no pinta. Muito vago, muito puerco. Estamos melhor sin él.
Así que Germi se quedó, y le faltaba dormir allí. Se convirtió en el encargado de mantenimiento. Era muy habilidoso y muy educado, y también muy suyo y muy susceptible, pero a papi le hacía mucha gracia y se llevaba de maravilla con él. Doña Pepa venía siempre por detrás cuando él contaba alguna de sus historias en las que escapó varias veces por los pelos de una muerte segura, en varias modalidades, y me hacía el gesto universal del dedo girando en la sien.(nena, este tío está chalao) Pero el hombre vivía solo, en una pensión, y a  mami le daba mucha pena y le ponía de comer todo lo que pillaba. Yo he heredado, por cierto, ese reflejo de  intentar engordar como una oca de foie gras a todo incauto que se me pone por delante (empezando por mí misma) Germi empezó pintando la casa, luego los muebles de mi cuarto, y a medida que fue cogiendo confianza, su creatividad iba tomando vuelos bastante indeseados. En la terraza teníamos un farolillo muy setentero, de forja negra, con una tulipa verde botella que, al encenderse de noche, teñía el mundo de un lúgubre color verde botella, de tal manera que, después de pasar allí un rato tomando el fresco, una se iba a la cama muy triste, pensando que el mundo era una verdadera porquería. Parecía imposible empeorar estéticamente semejante truño, pero Germi lo logró. Un día llegué a casa y me encontré el farolillo pintando de un indescriptible color burdeos. El contraste con el verde botella la hacía a una sangrar por los ojos. Doña Pepa llamó a capítulo al autor material de los hechos:
-Germi, ¿qué le has hecho al farolillo? ¿Yo te he dicho que me lo pintes? ¡Ya le puedes estar quitando el colorado! ¡Eso está HORROROSO! ¡Eso está CHORREANDO!
-Pero, ¿no le gusta, siñora? Si es más bonito así. ¡Es la moda en Brasil!
-Pues en Brasil será la moda, pero aquí es un bodrio. Feo que es el farol, y encima ahora va a parecer esto un puticlub. ¡Joaquín! ¡Mira lo que ha hecho Germi con el farolillo de la terraza!
Papi llegó, lo miró y lo volvió a mirar:
-¿Qué le pasa?
-¿¿¿Que qué le pasa??? ¿Pues no ves que lo ha pintado de rojo?
-Ah.... Bueno. está.... bonito, ¿no?
-¿¿¿BONITO??? Claro, y yo para qué te pregunto, con el gusto que tienes. ¡Pues le dices a tu Germi que lo vuelva a poner negro! ¡Y os vais tu Germi y tú a tomar viento!
Germi se ofendió muchísimo, se tiró dos o tres días sin aparecer y luego vino como si nada, y el farol se quedó colorado como yo me quedé sin abuela. Como que a fecha de hoy creo que sigue puesto. Ahora que lo pienso, quizás fue por eso que, como nos contó, le persiguieron una vez los garimpeiros por medio Amazonas para acabar con su vida. Probablemente les pintó la hacienda de morado berenjena con pintas rosa chicle, que era una combinación que hacía furor en la Patagonia, según coges de Ushuaia para abajo. No se les podía culpar, criaturas.
Vuelvo a la realidad con una receta rica, fácil, pintona y sana. Así que no hay excusa. Me anotáis:
Ingredientes:
-Dos aguacates maduros.
-Unas gotas de zumo de limón.
-Cacao en polvo sin azúcar.
-Endulzante al gusto: azúcar, stevia, sacarina, pasta de dátiles....
-Coberturas:
-Más cacao en polvo.
-Almendra tostada en cubitos.
-Coco rallado.
-Canela.
Nivel de dificultad: Chupao. Pueden hacerla niños pequeños e incluso líderes políticos de cualquier tendencia. Y además quedan resultonas a más no poder.
Se chafan muy bien los dos aguacates con un tenedor.y se mezclan con el poquito de zumo de limón, un buen par de cucharadas de cacao y un par de cucharadas de azúcar o sacarina, o lo que sea para endulzar, al gusto. Se mezcla todo muy bien y se van haciendo bolitas, que se van rebozando en los acabados que queramos. Yo siempre hago de dos o tres clases. Al frigorífico unas horas.Y ñaca.
Es sorprendente la poca diferencia de textura, e incluso gustativa, que tienen con las que se hacen con la nata y la mantequillaza. No es que no se note, pero da el pego de modo más que aceptable. Yo muchas veces las congelo. Se conservan en congelador una eternidad.

De hecho, viene muy bien sacar alguna y comértela, congelada y todo, cuando el cuerpo te pide algo dulce y no te quieres poner muy foca. Lo malo es que a cuenta de que es grasa sana, te puedes hincar una docena sin pestañear. Son bastante adictivas.
Disfrutemos un poquito... y feliz semana a todos.

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