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domingo, 1 de diciembre de 2019

JIBIA EN SALSA

Puedo asegurar que ha habido semanas mucho mejores que ésta en mi vida. Uno puede sobrellevarlo cuando le pasa algo malo, pero a veces los acontecimientos tristes se acumulan uno sobre otro y crees que no puedes más. Y eso sería lo fácil, pero es que sí que puedes, así que te los comes uno detrás de otro, con su correspondiente guarnición. Este viernes se llevó con él a nuestro querido Luis, que tanto peleó hasta el final y que se nos fue demasiado pronto. Sí, sé muy bien a dónde me mandarías si pudieras oírme. Pero han sido muchos años de compartir vivencias y viajes, incontables copas de vino, diatribas sobre todo aquello sobre lo que se puede humanamente debatir, y tantos malos y buenos ratos vividos. De llorar de risa con tu lengua vitriólica y tus anécdotas delirantes. De sufrir tu insoportable mal genio y tu eterno ánimo discutidor.  De recibir tu bondad y tu generosidad infinitas, porque dabas a quien lo necesitase todo lo que tenías. Tú ya estás más allá de todo, no hay nada que puedas necesitar, pero a los que nos hemos quedado nos han hecho la gran puñeta. Porque hay que seguir. Sin ti.
Esta horrenda semana ya empezó mal. El lunes, después de desayunar, subí a plancharme una cosa, y al bajar, vi un móvil tirado en la alfombra. Recuerdo que pensé que mi hijo cada vez tenía el teléfono más cochambroso. Su estado habitual es como si lo hubieran lanzado desde un quinto piso y luego hubiesen bailado claqué sobre él, pero de pronto me pareció que no era sólo que tuviese agrietada la pantalla, sino que le faltaban cachitos de ella. Como veo menos que un gato de escayola, me lo acerqué a la cara y me di cuenta, horrorizada, de que no era el móvil de mi hijo, sino el MIO. A mi lado estaba el autor material de los hechos, el Curro, relamiéndose, con esquirlitas de cristal negro por todo el hocico, y  carita de "yo no fui". Al parecer, se había entretenido en hacerme un trabajo de marquetería fina, con unos caladitos monísimos por toda la pantalla. Le di toda clase de potingues, por si los cristalitos le hacían daño, pero qué va: le sentaron la mar de bien, al muy cabrito. Ni un retortijón, y tiene ya trece venerables años.  Mi Curromix se ha zampado a lo largo de su azarosa vida, entre otros objetos 1) una correa de cuero de dos metros hasta la hebilla, 2) varios trapos de cocina, 3) billetes, 4) revistas, 5) veneno para ratas (casi no lo cuenta) y 6) zurullos de gato, por los que siente especial debilidad. Por eso le tenemos que pasear siempre con bozal, ya que a cuenta de su saque, me he llevado bastantes malos ratos. Una vez pilló un huesarraco gigante, que por el tamaño parecía la vértebra de un tiranosaurio, y se le quedó atascado entre las fauces hasta abajo de la garganta. No había modo de que soltase aquella cosa apestosa. Al final, y a base de salchichón de Málaga, conseguí sobornarle para que aflojara la presa, pero ese día encanecí prematuramente. Cuando era pequeño,  tuve una vez la brillante idea de pasar un día de fiesta en el lagar de Torrijos y llevárnoslo con nosotros. Ingenuamente pensé que íbamos a disfrutar de un relajado y apacible día de campó, pero al llegar me encontré allí más gente que en la feria, y un nivel acústico similar. Con notables dificultades, encontramos una parcelita libre de metro y medio cuadrado donde comernos sentados de costadillo lo que habíamos traído de picnic. Al Curro no debió de parecerle muy apetitoso el menú del día, porque se nos escapó y aterrizó de un salto en medio del mantel de una inocente familia que estaba comiendo croquetas de la fiambrera. Pero eran buena gente y el Curro muy pequeñito y muy mono, así que les hizo hasta gracia, aunque yo quería ser tragada hasta lo profundo de la tierra. En otra ocasión, cuando lo estaba paseando, me abordó un vecino, bastante desagradable, con el cual mantuve la siguiente elevada conversación:
-Señora, ¿ese perro no será el que todas las tardes me hace sus COSITAS en la puerta?
-Buenas tardes a usted también.  Yo creo que no, porque siempre llevamos bolsas para las COSITAS y las utilizamos.
-Vivo aquí al lado. Si no le importa, le enseño el regalito que me han dejado en la puerta. Mire.
-Si es imprescindible.... (comprobación visual) No. No es de mi perro.
-Ah. ¿Y cómo puede estar tan segura?
-Mire las COSITAS. Mire a mi perro. Hay una desproporción evidente de calibres. Si fueran de mi perro, no serían COSITAS. Serían COSAZAS, como puede imaginar. 
Aún me siento orgullosa de mi mísma por tan brillante y escatológico razonamiento. Le dejé cavilando. Nunca más volvió a decirme nada.
De cualquier modo, mis hijos y mi perro, por ese orden,  han sido para mí una inacabable fuente de vergüenza. Antes. Ahora he verificado que la edad es muy liberadora en ese sentido, y disfruto de una nueva y embriagadora sensación de "me importa un pito" francamente agradable. Dentro de poco, seré yo la que avergüence a mis hijos exhibiendo comportamientos inadecuados propios de la desinhibición senil. Es el karma...
Hace pocas semanas, paseando, me llegó desde la puerta de un bar el aroma de este guiso, con su vinito y su majado, y me entró un antojo irresistible de reproducirlo. Así que corrí al mercado a por los ingredientes y me puse a guisar como una posesa. ¿Alguien sabe si existe alguna asociación de Cocineros Compulsivos Anónimos o tendré que fundarla?
Ingredientes:
-500 gramos de jibia limpia en tiras.
-Una zanahoria
-Una latita de guisantes.
-50 gramos de almendras.
-Una rebanada de pan
-Unas ramas de perejil
-Tres o cuatro dientes de ajo.
-Unas hebras de azafrán.
-Un vasito de vino blanco
-Aceite.
-Sal o un cubito de caldo de pescado.
-Un chorro de zumo de limón.
Primero se pone en una cazuela un fondo de aceite y se sofríe la jibia. Hay quien la enharina, yo no. Se saca y se echan las almendras y la rebanada de pan. Cuando están fritos, se sacan y se ponen los dientes de ajo y el perejil. En la Thermomix o en la batidora, se trituran los ajos, el perejil, el pan y las almendras, con un poco de agua o vino. Ponemos la jibia en la cazuela con el aceite, añadimos el majado, la sal o el cubito, el azafrán y el vino, picamos la zanahoria en cubitos y la añadimos con los guisantes. Se cubre de agua y se deja cocer una media hora, mirando que la salsa no quede muy líquida. Se le pone el chorro de limón, se sirve con patatas fritas y un buen viaje de pan...

...Y se pone una tibia
La vida sigue siendo una sucesión de platos disfrutados y recetas pasadas de mano en mano. Nunca olvidaré todo lo que Luis guisó y sirvió para nosotros tantos sábados y domingos, lo que disfrutaba de ir al mercado y decir atrocidades a los de los puestos, ni sus legítimas manías como buen guisandero. Nunca, en definitiva, le olvidaremos a él, ni a todo lo que hemos compartido.
Con inevitable tristeza, os deseo una feliz semana a todos.

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