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domingo, 15 de diciembre de 2019

MUFFINS DE CALABAZA

La Navidad ataca de nuevo y yo ,de nuevo, la intento sobrellevar lo más cristianamente posible. Me abstengo de bajar a calle Larios con la escopeta de perdigones y endiñarle un viaje de posta lobera a toda esa turbamulta que está por ahí haciéndose selfies y cantando All I want for Christmas is you. O, aún peor (¡Dios mío!), reggaeton. Aún no he bajado a pegarle fuego al belén municipal, e incluso, apretando los dientes, me he contenido al cruzarme con grupos de gente en comida de empresa que se pasea a plena luz del día con diademas de cuernos de reno, cosa que me hace perder definitivamente la fe en una eventual redención de la raza humana. A mí me gustaba la Navidad cuando yo era pequeña, y cuando lo eran mis hijos, y yo la volvía a ver igual que antes a través de sus ojos. Mucha gente encuentra en ella magia, alegría y entusiasmo. Yo veo hordas de gente en las calles, en las tiendas, en los restaurantes, y en las flotas de autobuses que bajan a ver la horrorosa y paleta decoración navideña multimedia que nos inflige nuestro Ayuntamiento cada año, y que le provoca a una cortocircuitos cerebrales e impulsos homicidas.
Cuando era pequeña, siempre esperaba con ilusión el día del ritual, de sacar la caja de cartón que ponía "Belén" y "Arbol"   El árbol era una cosa cada año más birriosa de espumillón verde ("a ver cuándo te estiras y compras un árbol en condiciones, Joaquiniiiito, que éste está más pelón que un tísico") que se montaba sobre unos pinchos de alambre, a la que yo iba colgando los adornos, reconociéndolos año tras año. El pajarito de peluche con un cartel que decía "Felicidades". La bola de cristal rematada con un pincho azul y blanco que se ponía en la rama de arriba. Los paquetitos de regalos de mentira. Las bolas de colores, que iban perdiendo purpurina por todas partes. Luego papi le ponía las guirnaldas de luces que se encendían y se apagaban, y quitaba la luz para que admirásemos el efecto. Podía quedarme mirándolas durante horas. Luego estaba el portal de Belén que se montaba en el Multimueble de formica del salón y del que aún conservo algunas figuras. Me encantaba ir poniendo los puñaditos de musgo y la escenografía de las figuritas, aunque luego los añadidos a las que se perdían o rompían te jugaban algunas malas pasadas y te encontrabas con que la mula y el buey parecían dinosaurios al lado del diminuto niño Jesús, que era nuevo en la plaza porque el anterior se había ido de vinos un año y a pesar de todos los esfuerzos desplegados en su búsqueda, nunca más volvió a aparecer.  Y para eso los Reyes Magos: a uno le faltaba un brazo, otro andaba cojo y el Baltasar, bastante sietemesino por estar a otra escala que los otros dos, cabalgaba sobre un aterrador camello sin cabeza, en una navideña versión de la leyenda de Sleepy Hollow. Para mí aquel elenco de pesadilla era perfecto, y no lo hubiera cambiado por el mejor belén napolitano del mundo.
Este año hemos cantando villancicos en el coro. Milagrosamente, nadie del público nos arrojó tomates pochos.  A ver, tampoco nos tiraron jamones, en honor a la verdad. Digamos que estuvimos dignos. Cuando cantas en un coro descubres cosas muy curiosas: que hay gente que está muy en su papel con su partitura y abre la boca como si fuera a dar el do de pecho, pero en realidad hace playback y no canta ni pío, (palabra de honor) y que hay gente que te empuja para ponerse delante y que se le vea a ella y no a ti. Pero como a mí me ponen en la fila de arriba, nadie puede dejar de ver mi cabeza de gallina Caponata. (Chincha rabiña. So pedazo de bruja) Nos quedan dos actuaciones más con las que vamos a amenazar, digo, amenizar (copio a Les Luthiers ) al incauto público. Nuestros ensayos son un tanto caóticos: el pianista se pone a improvisar blues mientras nuestra profe nos dice que delante hay cuatro sillas para la que tenga las piernas malitas (normalmente hay que cantar de pie). A lo que una (veterana) soprano le contesta que acabaríamos antes diciendo quién NO tiene las piernas malitas (digamos que ninguno de los cantantes estamos en la primera juventud; alguno va por la séptima o la octava) Otro dice que no tiene la partitura de lo primero que vamos a cantar y que se le dio a la gente hace un mes. (A mí, realmente,la partitura me sirve para hacer fino, porque no tengo ni repajolera idea de solfeo, así que canto de oreja) Luego está el que siempre te aconseja sobre cómo debes cantar, y lo mal que lo haces todo, porque sabe muchísimo más que tú al formar parte de seis o siete coros a los que honra con su asistencia. Y eso siendo aficionados: si fuésemos profesionales, las tiras de pellejo volarían por el aire cual confetti. Hay algo en el hecho de cantar que inspira en alguna gente una muy sobrevalorada idea de sí mismos. Nunca entendí por qué...
Hoy pongo una receta muy invernal, para cuando estás en casa con el chandal de pelito la mar de a gusto y te entran ganas de tomarte un cafelito o té con un algo. Y es un algo que, oye, está muy bueno...
Ingredientes:
-350 gramos de calabaza pelada.
-4 huevos.
280 gramos de azúcar (yo he puesto 220)
-200 gramos de aceite de oliva.
-350 gramos de harina bizcochona, o harina de repostería más un sobre de levadura.
-Una pizca de curry (lo omití)
-Una cucharadita de canela molida.
-Una cucharadita de jengibre en polvo.
-Una pizca de sal.
Una pizca de pimienta negra
Para el crumble de arriba:
-Cuatro cucharadas de mantequilla.
-100 gramos de azúcar moreno.
-Harina, la suficiente para que al mezclarla con lo anterior quede como arenilla.
Precalentamos el horno a 200º y asamos la calabaza durante 30 minutos o hasta que esté tierna.
Reservamos. Batimos los huevos con el azúcar hasta que blanquee. Añadimos todo lo demás menos la harina y lo del crumble y batimos. Vamos añadiendo poco a poco la harina tamizada y mezclamos hasta integrar. Si se bate mucho cuando ya le has echado la harina sale mazacote; lo tengo comprobado. Vertemos la mezcla hasta unas tres cuartas partes en moldecitos de papel para magdalenas, que a ser posible pondremos en los huecos de otro molde rígido de doce cavidades, para que no se abran, y mezclamos los ingredientes del crumble y le ponemos esa tierrecilla por encima a los muffins.
Bajamos el horno a 180º y horneamos unos veinte minutos, hasta que al pinchar salga limpia una aguja.
Sacamos y a enfriar sobre rejilla. Es jugoso, aromático y definitivamente consuela.

Desde que comenzó el (relativo) descenso de las temperaturas, estoy intoxicada de los chutazos de hidratos de carbono simples que me pide el organismo. De verdad, es terrible. ¿Porqué la supuestamente sabia naturaleza no le da a una antojos de brécol salteado? ¿O de ensalada verde que te salga por las orejas? No es justo. Por favor. Que nadie me diga que a él/ella sí. Porque le odiaré hasta la muerte.
Feliz semana a todos...

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