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domingo, 29 de diciembre de 2019

SOLOMILLO CON LO QUE HABÍA

Papá Noel me ha traído este año, con cierta antelación, un hermoso trancazo del calibre quince, de tan buena calidad que aún me está durando, y que me tiene convertida en mi hermana gemela malvada, alternada con una llorosa y autocompasiva versión de mí misma. Nunca suelo estar enferma y no lo puedo soportar. Sin embargo, cuando era pequeña, me encantaba estar mala. Venían mi médico de cabecera y su estetoscopio (ambos igual de fríos, he de decir.)
-Esta niña tiene el pecho muy cogido. Que tome Codipront y haga reposo unos días.
Lo del reposo le hacía una enorme ilusión a mi alma profundamente vaga. El Codipront sabía a fresa y me dejaba absolutamente borracha de codeína. Papá me lo traía envuelto en el coqueto papel de rayas verde y blanco de la farmacia Laza, como si fuera un paquetito de la perfumería, y además tenía para mí sola a doña Pepa, que de día me dejaba estar en su cama, más amplia que la mía, y que me decía:
-¡Ay, qué lástima de hija, qué malita está, la pobre!
Y yo estaba encantada: era una lástima de hija, estaba malita, y se me permitía todo. Doña Pepa me mimaba y me preparaba todo lo que me gustaba (ningún resfriadillo mindungui me dejaba a mí sin ganas de comer), así que me sentía en el paraíso. Uno de esos días, haciendo el tonto con el termómetro, se me cayó al suelo, que se llenó de divertidas bolitas blandurrias con las que estuve jugando una mañana entera. Debió depositarse suficiente mercurio en mis tejidos grasos para estar envenenada toda la vida. Ya habían transcurrido unos días de placentera enfermedad y doña Pepa iba ya perdiendo la condición de mami solícita y, seamos sinceros, estando un poco harta ya de mí:
-Niña, ¿ya te has cargado el termómetro? ¡Que no chupes esas bolas, que son venenosas!
-Mamá, que no las chupo.
-Bueno, a ver cómo estás hoy.
A falta de termómetro, mami me ponía una mano en la frente y me aplicaba el infalible Método EMM: Estación Meteorológica Materna, y dictaminaba de modo inapelable:
-Ya no tienes fiebre. Mañana te vas al colegio ya.
-Mamá, pero todavía estoy mareada.
-Estás mareada de aburrimiento y de la vaguera que tienes. En cuanto te vayas al colegio, ya verás cómo se te pasa.
Y era expulsada del paraíso sin contemplaciones, se acababan las comiditas especiales y la lástima de hija. El mundo me parecía de repente un lugar increíblemente frío e injusto, pero no me quedaba otra.
Ahora no le doy lástima a nadie si me pongo mala, lo cual compenso con creces sintiendo yo muchísima penita de mí misma. Pero no siempre fue así. En otra vida, cuando todavía era tonta, he llegado a irme a un juicio con 38º y dos aspirinas, como una superwoman de provecho. He seguido limpiando la casa, yendo a presentar mis escritos, y poniendo comida en la mesa, aunque me fuera muriendo por los rincones. En definitiva, he sido una pringada en toda la extensión de la palabra. Que nadie me imite, por favor. Que nadie se haga la bienhecha y la insustituible de la familia. Yo he tardado mucho en aprender que el mundo no se para si te cuidas cuando no te sientes bien, y que no te dan el Sufrida y Mártir de la Vida Awards por ser la mejor en nada. De hecho, es la manera más deprimente de perder el tiempo que existe. Así que llevo una semana con mi mantita, mi portátil y mis series de Netflix, y he descubierto que se lo pasa uno estupendamente bien sin dar ni clavo. Aun así, algo he tenido que cocinar porque ya no había de nada, y no tenía ganas de probar experimentos gastronómicos maritales (aunque en cocina de supervivencia, algo se defiende, seamos justos). Decidida a todo, me asomé al infierno blanco de mi congelador, y descubrí dos solomillos que pasaban por allí, y en la nevera me quedaban un par de zanahorias que, aunque comestibles, ya no estaban de muy buen ver, y una bandeja de champiñones, y con eso y poco más, improvisé este plato, que me ha salido muy agradecido.
Ingredientes:
-Dos solomillos de cerdo.
-Dos tomates maduros.
-Una cebolla grande.
-Tres o cuatro dientes de ajo.
-Dos o tres zanahorias.
-Una bandeja de champiñones.
-Vino blanco.
-Un cubito de Avecrem.
-Pimienta.
-Una hija de laurel.(hoja; por Dios)
-Dos clavillos de especia.
-Aceite de oliva.
Cortamos los solomillos en medallones y los doramos en una cazuela con un fondo de aceite. Añadimos las verdura, y los champiñones tal cual, y el Avecrem,  vasito de vino blanco, el laurel y las especias. Ponemos agua que lo cubra todo y lo dejamos cocer a fuego lento una hora. Sacamos las verduras, a excepción de los champiñones, y las trituramos con un poco de caldo de la cocción en el vaso de la batidora. Lo volvemos a añadir a la cazuela y si vemos que está demasiado caldoso, lo dejamos reducir a fuego lento hasta el punto que nos guste.
Las patatas fritas son para mí de obligado cumplimiento. Y un chusco de pan en condiciones. De hecho, casi me han devuelto a la vida. Casi.

En fin, espero poder cerrar el año vestida de otro modo que con el pijamita de pelo, y resucite en breve. Mientras tanto, espero que tengáis un buen año, o al menos un buen Virgencita, que me quede como estoy, con lo cual yo particularmente me daré con un canto en los dientes
Feliz semana.... y feliz 2020 para todos.

1 comentario:

  1. Pues feliz 2020 también para ti. Lo de estar malita y ejercer de superwoman lo he practicado muchos (demasiados años). Ahora ya me cuido y que salga el sol por Antequera.
    Muy rica tu receta. Muchas gracias

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